Pepe Kiosco
José Guijosa Echevarría tuvo un puesto de prensa durante 45 años
Ha muerto un señor al que la mayoría de ustedes no conoce, salvo que viva o haya vivido en el madrileño barrio de Alameda de Osuna. José Guijosa Echevarría, conocido como Pepe Kiosco, tuvo un puesto de prensa durante 45 años. En los 2000 (según dice TVE) había en España más de 20.000 kioscos, y hoy son menos de 4.000 y, ustedes ya lo saben, tienen que ejercer, en muchos casos, de locales de paquetería para sobrevivir. Leemos menos en papel y dedicamos menos tiempo a sentarnos a estar concentrados en una sola cosa, costumbre que era, por cierto, la verdadera libertad.
Les contaré cómo era Pepe Kiosco: un señor alto, enjuto, serio en sus gestos, recto en sus principios, y alegre de carácter. No he conocido a nadie igual y, créanme, conozco a mucha gente peculiar. Pepe a veces se daba un paseo por el barrio para regalarle caramelos a los niños. A veces entraba en el mercado (ese mercado que ha ido perdiendo público según ha aumentado la presencia de los hipermercados) para animar a los comerciantes y a la clientela a hacer la compra en el pequeño comercio (cuando no se le llamaba “comercio de proximidad”). Incluso montó un pequeño puesto para que la gente, en especial los niños, intercambiáramos tebeos, libros y cromos. En vez de utilizar todas las cristaleras para poner publicidad, reservaba algunas para sus poemas y reflexiones, de hondo poso humanista.
Los quioscos han sido la puerta a la cultura de quienes no nacieron en una casa llena de libros, bien porque sus padres no tenían tiempo para leer, bien porque eran un poco zotes (a veces lo segundo es consecuencia de lo primero). Sin tebeos, sin novelas de aventuras, sin revistas, los niños no se hubieran acercado a la lectura (y así nos luce el pelo ahora). Sin los quioscos, en la mayoría de los barrios no hubiera habido una ventana al mundo más allá de nuestras respectivas lindes. No imagino una España sin Bruguera, ni una Alameda de Osuna sin Pepe Kiosko.
Pepe era un hombre sencillo, un loco para algunos a los que les señalaban la luna y miraban el dedo. Una vez, casi tartamudeando, le dije que algún día escribiría un cuento sobre él. A finales de verano decidí que cerraría la novela que estoy escribiendo. Hoy no está, pero su huella sigue entre todos los que nos cruzamos con él. No se puede decir eso de todo el mundo.