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Separar la obra del artista y del dictador que le paga

Louis C. K., Dave Chapelle, Aziz Ansari y otros adalides de la libre expresión adornan el cartel del Festival de Comedia de Riad

Ya nos habíamos acostumbrado a separar la obra del artista, como se hace con las yemas y las claras. Ahora toca algo mucho más difícil: separar al artista del sátrapa. Los dictadores se pegan a ellos con el mismo cemento con el que sellan las fosas de sus disidentes. Habría que taladrar tanto para rescatar un gramo de la admiración que inspiraron antes de convertirse en bufones de los tiranos que no merece la pena.

Hablo de cómicos norteamericanos. De algunas estrellas caídas y vueltas a levantar, de figurones del stand-up, herederos de la mejor tradición cómica. Tipos que sufri...

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Ya nos habíamos acostumbrado a separar la obra del artista, como se hace con las yemas y las claras. Ahora toca algo mucho más difícil: separar al artista del sátrapa. Los dictadores se pegan a ellos con el mismo cemento con el que sellan las fosas de sus disidentes. Habría que taladrar tanto para rescatar un gramo de la admiración que inspiraron antes de convertirse en bufones de los tiranos que no merece la pena.

Hablo de cómicos norteamericanos. De algunas estrellas caídas y vueltas a levantar, de figurones del stand-up, herederos de la mejor tradición cómica. Tipos que sufrieron cancelaciones totales o parciales, rehabilitados unos y perdidos otros, han encontrado refugio en el reino de la libertad y la alegría: Arabia Saudí. Es la comidilla del mundo cómico: Louis C. K., Dave Chapelle, Aziz Ansari y otros adalides de la libre expresión adornan el cartel del Festival de Comedia de Riad que se celebra hasta el 9 de octubre y que estrenó Chapelle con un monólogo en el que dijo: “Aquí es más fácil hablar que en Estados Unidos”. Y no era un chiste. Si lo fuese, a estas horas Chapelle estaría siendo descuartizado metódicamente en una comisaría.

Estos señores (todos hombres, claro: el príncipe Salam no va a invitar a Sarah Silverman para que bromee sobre su menopausia) se desacreditan sin más comentario. Lo inquietante es la maniobra del príncipe saudí con su programa Visión 2030, que algunos ilusos perciben como una glasnost islámica. También lo hace Putin y un poco China: compran la cultura occidental, pero desgrasada de democracia. Pagan por los monólogos cómicos o por las películas de Woody Allen, quien se ofreció a Moscú como un agente doble. Pagan por el arte, por el fútbol, por el espectáculo y hasta por el porno, para darle un aire moderno y sofisticado a sus mazmorras.

Como el ciudadano Kane en Xanadú, pueden comprar al peso toda la cultura occidental, pero les llegará muerta y estéril. Esos cómicos se exponen en Riad como restos de una civilización perdida. Porque todo su humor, como la literatura, el cine y el arte, son decantaciones de la democracia. No pueden florecer en una satrapía, por muchos petrodólares que se echen como abono. Sin una sociedad libre, toda expresión es un simulacro. Woody Allen puede irse a morir a Rusia, como las ballenas a una playa desierta, pero en el Moscú de Putin no hay oxígeno para que nazca un genio como él.

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