Benidorm Fest: qué nivel más pobre

El entusiasmo de Melody se llevó un concurso bajo mínimos que debería replantearse el criterio de selección

Daniela Blasco, anoche, en la final del Benidorm Fest.Roberto Moreno Moya (RTVE)

Ahí estaba el dúo Amaral, impelido por aquello de “yo he venido aquí a vender mi nuevo disco”, y pensando probablemente lo mismo que mucha gente sensata que se instaló anoche ante el televisor: el pobre nivel de la final de Benidorm Fest 2025. Lo de esta noche ha sido un golpe para la reputación de un concurso que se realiza en la ciudad alicantina para designar al representante de España en el festival de Eurovisión, este año en Basilea (Suiza), el 17 de mayo. Algunos pensarán: de qu...

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Ahí estaba el dúo Amaral, impelido por aquello de “yo he venido aquí a vender mi nuevo disco”, y pensando probablemente lo mismo que mucha gente sensata que se instaló anoche ante el televisor: el pobre nivel de la final de Benidorm Fest 2025. Lo de esta noche ha sido un golpe para la reputación de un concurso que se realiza en la ciudad alicantina para designar al representante de España en el festival de Eurovisión, este año en Basilea (Suiza), el 17 de mayo. Algunos pensarán: de qué reputación estamos hablando. Bueno, en 2022 vivimos un Benidorm Fest estimulante, con todos los condimentos que hacen de este invento un apetecible producto televisivo: fricciones, canciones interesantes, artistas que arriesgan… Lo recordarán: Rigoberta Bandini, Tanxugueiras, Chanel, Javiera Mena, Rayden, Varry Brava… Parece un cartel de un festival veraniego. El año pasado salvó el concurso el descaro y la simpatía de Nebulossa y la capacidad de escandalizarse por chorradas (Zorra se llamaba la canción) de muchos más de los que creíamos. Pero anoche no compareció nadie al rescate.

Los participantes no tienen la culpa, claro. Los responsables son los que seleccionaron, que se empeñan en elegir por la vía del mimetismo y el algoritmo: una canción que se parezca a Chanel; otra a Rosalía; un electropop, que siempre gusta; el latino tipo Ricky Martin; una Nochentera, algo de Quevedo… Y así todos. Resulta difícil creer que entre las 1.000 canciones que se presentaron no existiera una decena de intérpretes interesantes y algo originales. Esta noche ha primado el sonido procesado, un paisaje sonoro tosco ausente de honestidad y autenticidad. Y dejemos de justificar este bajo nivel porque es el sonido que gusta en Eurovisión: el rock de Måneskin y la templanza de Salvador Sobral también salieron de allí triunfantes. Hay esperanza, consiste en ser competente.

Melody al final de su actuación.Roberto Moreno Moya (RTVE)

La actitud noblota y echada para adelante de Melody convenció a los votantes, una apuesta que parte de unos mínimos: que España no quede último en Basilea y que no se desafine demasiado. Bueno, parece que la sevillana puede garantizar ambas cosas. La sutileza no es una de las características de Melody, que se encargó de apuntalar en cada segundo de Esa diva que ella es marca España pata negra: sombrero andaluz, castañuelas, una peineta gigante… La canción, repleta de clichés, suena a esos temas pop latinillo de hace un par de décadas. Eso sí, estamos seguros de que la corajuda cantante se dejará el alma en el escenario eurovisivo. Por ahí no hay que preocuparse.

Todavía hay que dar las gracias a los seguidores de la sevillana ya que el jurado, incomprensiblemente, votó por J Kbello, un chico limitado en la parte vocal y con una propuesta con la que ha conseguido que echemos de menos a Chayanne, algo que nunca pensamos que pasaría. En el voto del público ganó Melody y en el del jurado J Kbello. Los mejores, sin embargo, fueron Lucas Bon, demasiado sensible y buen cantante para un concurso que premia el caderazo, y Mel Ömana, que le puede esperar un futuro en este negocio si aparta de su mente a Nathy Peluso.

Hubo al final algo inquietante en alguna de las declaraciones de Melody, que disculpamos por la euforia del momento. Llegó a decir: “Este es un lugar donde el arte no tiene límites”. No compareció mucho el arte anoche.

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