Columna

¿Qué es el cine? El apartamento

Vuelvo a sentir un orgasmo anímico con la película más hermosa, compleja, agridulce, de la historia

Jack Lemmon y Shirley MacLaine en un momento de 'El apartamento'.

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Era la pregunta inquietante del borracho Raymond Carver en uno de sus más perturbadores cuentos. Y yo me vuelvo a preguntar en una de mis preguntas certeras: ¿de qué hablamos cuándo hablamos de cine?

Lo tuve claro en mi infancia, en mi adolescencia, en mi juventud, o en el ocaso eremita de una vejez en la que ya no importa casi nada, excepto un telón antiguo alejado del sufrimiento, emparejado a la felicidad. Y sobrevivo, en mi caso, de recuerdos, algunos muy felices, pero...

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¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Era la pregunta inquietante del borracho Raymond Carver en uno de sus más perturbadores cuentos. Y yo me vuelvo a preguntar en una de mis preguntas certeras: ¿de qué hablamos cuándo hablamos de cine?

Lo tuve claro en mi infancia, en mi adolescencia, en mi juventud, o en el ocaso eremita de una vejez en la que ya no importa casi nada, excepto un telón antiguo alejado del sufrimiento, emparejado a la felicidad. Y sobrevivo, en mi caso, de recuerdos, algunos muy felices, pero también del cine. De las inmensas alegrías que él me ha proporcionado.

Y un amigo, con tantos defectos como yo, pero que tiene el don inmenso y generoso de regalar cosas impagables a la gente que quiere, me donó hace muchos años un muñeco de papel, igual que mi altura, que representaba a Bogart. También una fotografía ampliada de un bebé maravilloso, encabronado en su gesto, adorable, alguien que representa mi eterna actividad ante la vida, entre el gozo y el rechazo, con el que hablo todas las madrugadas y las noches.

Y este amigo me lleva a ver en una pantalla grande El apartamento. En el Palacio del Hielo. Rodeado de gente mayoritariamente joven, incluidos algunos que comen palomitas, pero sin hacer ruido.

Y vuelvo a sentir un orgasmo anímico con la película más hermosa, compleja, agridulce, de la historia del cine. Y me sigo estremeciendo, aunque la haya visto doscientas veces, cuando Lemmon observa que el espejo de la mujer que ama está roto y que ella se siente aún peor que él. Con el retrato genial que hace Wilder de los poderosos y de sus víctimas, aunque ellos sean muy trepas. Ese señor, que algunos describieron como alguien que tenía cuchillas de afeitar en el cerebro y en la lengua, era tan sarcástico como secretamente romántico. Y vuelvo a sentir un orgasmo cuando, acompañada de una música maravillosa, la señorita Kubelik abandona la fiesta de Nochevieja con su amante y va corriendo al apartamento del patético señor Baxter. Y él le dice: “La amo”. Y ella le responde: “Siga jugando a las cartas”.

Y yo regreso feliz a la soledad de mi casa. Y me pongo El buscavidas. Y le cuento mis sensaciones al bebé Matías. Y duermo relajado. Y me repito: Qué grande es el cine. O sea, el que me gusta a mí.


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