‘La franquicia’: qué ruina de función

Hay películas terribles fruto de equipos que se han dejado la piel en el pellejo, que diría Sofía Mazagatos. Y hay series y películas fantásticas en las que nadie ha echado una hora de más. ‘La franquicia’ cuenta la historia de una del primer caso

Los protagonistas de 'La franquicia', en una imagen cedida por HBO.HBO (EFE)

Un señor lleva 30 años trabajando en un circo. Se encarga de recoger los excrementos de los elefantes y pegarles fuego al final del día para deshacerse de ellos, con la pestilencia que conlleva. Un buen día, su hermano le tiende un salvavidas: un puesto de trabajo en su oficina, con un salario decente y un horario normal. Y el señor del circo mira a su hermano y se encoge de hombros: “¿Y qué? ¿Dejar el mundo del espectáculo?”.

Esta anécdota se cuenta en el primer capítulo de La franquicia (Max), la última serie de ...

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Un señor lleva 30 años trabajando en un circo. Se encarga de recoger los excrementos de los elefantes y pegarles fuego al final del día para deshacerse de ellos, con la pestilencia que conlleva. Un buen día, su hermano le tiende un salvavidas: un puesto de trabajo en su oficina, con un salario decente y un horario normal. Y el señor del circo mira a su hermano y se encoge de hombros: “¿Y qué? ¿Dejar el mundo del espectáculo?”.

Esta anécdota se cuenta en el primer capítulo de La franquicia (Max), la última serie de Armando Iannucci, junto a Jon Brown y Sam Mendes, que la dirige. La franquicia cuenta las vicisitudes del equipo implicado en el rodaje de una película de una franquicia menor de superhéroes, y lo hace desde los ojos del primer ayudante de dirección, el puesto más esclavo y estresante de un rodaje. La definen como una parodia, pero cualquiera que conozca un poco el sector lo va a identificar todo. Las luchas de egos, las jerarquías mal entendidas, las disquisiciones sobre chorradas, la disfuncionalidad… Quien lo probó lo sabe.

Puede costar lo mismo hacer una película buena que una mala. Y no estoy hablando de dinero. O no solo. Lo que quiero decir es que las películas y las series no son una ecuación en la que la calidad final de la obra dependa exclusivamente del máximo desempeño de sus participantes. Por supuesto, no lo estoy fiando todo ni al talento natural de los artífices, ni a ninguna especie de mística sobrenatural que muchos le cuelgan al gremio. Los factores en juego son tantos, tan complejos y tan interrelacionados que uno puede tener todos los ingredientes adecuados y que salga mal.

Ojalá solo dependiera de echar el resto. Qué fácil sería: solo habría que esforzarse. Como si no lo hiciéramos ya, con lo duro que se trabaja en el audiovisual. Hay series y películas terribles fruto de equipos —desde el director y actores hasta el último meritorio— que se han dejado la piel en el pellejo, que diría Sofía Mazagatos. Y hay series y películas fantásticas en cuyos rodajes nadie ha echado una hora de más. La franquicia cuenta la historia de una del primer caso. Una de esfuerzos inútiles que, según el principio orteguiano, conducen a la melancolía. Según el del espectáculo, a muchos nos han conducido con alegría a recoger más mierda de elefante.

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