Arévalo solo fue un señor que contaba chistes

Si un extranjero leyese algunas reacciones a su muerte, sobre todo, en esa trituradora de carne antes llamada Twitter, pensaría que se ha muerto un criminal de guerra

El humorista Arévalo, en septiembre de 2021.Ana Escobar (EFE)

Vaya por delante que nunca me hizo gracia Arévalo. Ni siquiera de niño, y no porque yo fuera un ejemplo precoz de conciencia igualitaria, sino porque nunca gusté de la cultura del chiste. Yo me reía con Mortadelo y con Astérix. Si salía alguien dándose un porrazo o pisando una mierda, me tronchaba. También me hacía gracia el absurdo: me reía con Tip y Coll porque no entendía un carajo de lo que decían, o con Martes y ...

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Vaya por delante que nunca me hizo gracia Arévalo. Ni siquiera de niño, y no porque yo fuera un ejemplo precoz de conciencia igualitaria, sino porque nunca gusté de la cultura del chiste. Yo me reía con Mortadelo y con Astérix. Si salía alguien dándose un porrazo o pisando una mierda, me tronchaba. También me hacía gracia el absurdo: me reía con Tip y Coll porque no entendía un carajo de lo que decían, o con Martes y Trece porque gritaban mucho, pero un señor contando chistes me dejaba frío. Es una parte de la cultura popular española que nunca me ha tocado una fibra, pese a que estaba por todas partes, sobre todo en las gasolineras.

Quizá la sentía ajena porque vivía rodeado de ella y la asociaba con una fealdad de la que quería escapar. Aclaro esto para que no confundan mi perplejidad con apología, y para subrayar que se puede ser ajeno al humor de Arévalo y, a la vez, lamentar su final, comprender la tristeza trágica de sus últimos años y apreciar su importancia en el universo pop ibérico. Yo no me reía con él, pero sí lo hicieron mis tíos, mis abuelos, los vecinos de mis padres y tantos otros. Y yo no fui mejor que ellos por no reírme.

Si un extranjero leyese algunas reacciones a la muerte de Arévalo —sobre todo, en esa trituradora de carne antes llamada Twitter—, pensaría que se ha muerto un criminal de guerra, un ser abominable que subyugó a los homosexuales y a los pacientes de las clínicas de logopedia. Ante el sofoco de algunos, parece que los siglos de oscuridad, oprobio, persecución y violencia de España fueron culpa de un tipo que salía un rato a hacer el ganso en un escenario. Me repugnan mucho todas esas buenísimas personas que bailan sobre la tumba de un señor que lo único que hizo en su vida fue contar chistes que ya no tienen gracia. ¿Cómo puede presumir de grandeza moral quien no respeta un luto ni sabe guardar, al menos, un silencio cortés ante el paso del cortejo?

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