Los dientes de María Jiménez
No voy a decir que su atractivo residiese en la dentadura, pero sí que sus dientes eran el reflejo de una personalidad indomeñable y decían mucho sin que ningún sonido los atravesase. Tan cierto como que hoy serían imposibles
A Ethan Hawke su primer agente le pidió que se arreglase los dientes. Se negó. Quería parecer un ser humano real. En la promoción de Extraña forma de vida, rodeado de jóvenes actores, barra, modelos, era el único cuya sonrisa no parecía el resultado de un alicatado en cómodos plazos. No sólo él se resiste a la ola de homogeneización dental que nos asola, aunque la lista de celebridades rebeldes es escasa. Los más viejos del lugar recordarán que hubo un tiempo en el que era posible ver en televisión sonrisas disidente...
A Ethan Hawke su primer agente le pidió que se arreglase los dientes. Se negó. Quería parecer un ser humano real. En la promoción de Extraña forma de vida, rodeado de jóvenes actores, barra, modelos, era el único cuya sonrisa no parecía el resultado de un alicatado en cómodos plazos. No sólo él se resiste a la ola de homogeneización dental que nos asola, aunque la lista de celebridades rebeldes es escasa. Los más viejos del lugar recordarán que hubo un tiempo en el que era posible ver en televisión sonrisas disidentes, paletos poco normativos y caninos despendolados que no parecían las teclas de un Steinway. Incluso alguna pieza ligeramente mellada y tonalidades más allá del blanco nuclear, porque, como dicen que decía Felix Rotaeta, la vida mancha.
Lo certifican las imágenes de archivo con las que se ha ilustrado el adiós a María Jiménez. No voy a decir que su atractivo hiperbólico residiese en su dentadura inconfundible, pero sí que esos dientes eran el reflejo de una personalidad indomeñable y decían mucho sin que ningún sonido los atravesase. Tan cierto como que hoy serían imposibles.
Las carillas y el blanqueamiento son el nuevo bótox, un rito de paso al que nadie tras la pantalla se resiste. Sólo hay que darse un garbeo por la parrilla. Hay dentaduras en Aruser@s —no aconsejo su contemplación sin gafas oscuras, es como mirar directamente al sol— que podrían alumbrar un estadio de fútbol de tamaño mediano. Y no son una rareza. Se ha impuesto un estándar de supuesta belleza dental absolutamente irreal a la que sólo se aspira talonario mediante. Aquellos dientes de Ross Geller que se iluminaban en la oscuridad tras una sobredosis de blanqueador ya no funcionan como gag, son la norma. María Jiménez era una artista irrepetible, nadie lo duda; sus dientes también lo son.
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