‘1883’: un wéstern limpito para cursis
Taylor Sheridan ha resucitado este género en su faceta más popular, subiéndose a la ola de nostalgia nacionalista que recorre el mundo
Aprovechando agosto, como es de ley, para ponerme al día con series que no he podido ver durante el curso, he caído en 1883, la primera precuela (ay, qué horror de palabro, perdónenmelo) del Yellowstone de Taylor Sheridan. Con el tirón de la serie nodriza, el mismo Sheridan compuso dos antecedentes que agrandan y explican el mundo cruel y pionero de la familia Dutton. 1883 cuenta cómo llegó el Dutton primigenio a Montana. Son di...
Aprovechando agosto, como es de ley, para ponerme al día con series que no he podido ver durante el curso, he caído en 1883, la primera precuela (ay, qué horror de palabro, perdónenmelo) del Yellowstone de Taylor Sheridan. Con el tirón de la serie nodriza, el mismo Sheridan compuso dos antecedentes que agrandan y explican el mundo cruel y pionero de la familia Dutton. 1883 cuenta cómo llegó el Dutton primigenio a Montana. Son diez episodios que deberían hacerse cortos, pero me quedan dos y, como los niños pequeños, no paro de preguntarle al tito Taylor cuánto queda para llegar al rancho.
Son muchas las razones por las que se me está haciendo largo este viaje en caravana, pero la principal es que no he logrado suspender la incredulidad. Si algo nos enseñaron tanto Sergio Leone como los maestros del llamado wéstern crepuscular es que el salvaje Oeste era, sobre todo, una inmundicia. Frente a los vaqueros repeinados y las espuelas relucientes de John Wayne, un realismo histórico había llenado las historias de mugre, barro, dientes podridos, barbas sin recortar y toneladas de polvo. Pero 1883 devuelve el wéstern al rincón aseadito de sus primeros años: lo protagoniza una moza rubia que podría ganar el concurso de pelo Pantene y tiene un romance con un joven vaquerito que se acaba de arreglar los dientes en la mejor clínica odontológica de Manhattan. Cada vez que sonríe, delata su presencia a los indios de todo el desierto.
Sheridan ha resucitado el wéstern como género popularísimo, subiéndose a la ola de nostalgia nacionalista que recorre el mundo. Le ha quitado todo el poso existencialista, intelectual, denso y simbólico que se le había acumulado desde las películas de Peckinpah y lo vende en versión kitsch y culebrónica, como una de esas sandías sin pepitas de hoy. Un viaje ideal para cursis y espectadores escrupulosillos.
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