Contra la perfección

Como tantas otras ficciones inglesas, ‘Los crímenes de Essex’ tiene una calidad tan alta que no se le puede poner peros. Sin embargo, nos gusta lo imperfecto

Stephen Graham y Mark Addy, en 'Los crímenes de Essex'.Vídeo: EPV

Como seres de las cavernas que aún no se han acostumbrado a caminar erguidos y llevar zapatos, desconfiamos de las simetrías y de la belleza absoluta y sin matices. Los animadores de Pixar descubrieron hace tiempo que la perfección perturba. Los planos y las secuencias perfectas que conseguían mediante el ordenador daban repelús. Para eliminar esa sensación, incorporaron pequeños fallos intencionales: temblores de cámara, leves correcciones de foco, sonidos que saturan… Es decir, todos esos ruidos que hacemos las personas imperfe...

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Como seres de las cavernas que aún no se han acostumbrado a caminar erguidos y llevar zapatos, desconfiamos de las simetrías y de la belleza absoluta y sin matices. Los animadores de Pixar descubrieron hace tiempo que la perfección perturba. Los planos y las secuencias perfectas que conseguían mediante el ordenador daban repelús. Para eliminar esa sensación, incorporaron pequeños fallos intencionales: temblores de cámara, leves correcciones de foco, sonidos que saturan… Es decir, todos esos ruidos que hacemos las personas imperfectas y que las máquinas perfectas desconocen.

Comentando el último policial británico que ha llegado a España (Los crímenes de Essex, en Filmin), varios amigos —entre ellos, la muy sabia Rosa Belmonte— le han reprochado su perfección. Lo peor de la serie es que no hay nada malo que decir de ella. Como tantas otras ficciones inglesas, tiene una calidad tan alta que no se le puede poner peros. Han alcanzado tal excelencia en ese género que es banal comentar los detalles. ¿Los actores? Perfectos. ¿El guion? Elegante y discreto hasta en las acotaciones. ¿La composición de los planos? Mejor que Vermeer y Rembrandt juntos. ¿El ritmo? Más preciso que un electrocardiograma. No hay nada que comentar, solo cabe aplaudir. Pero no con un aplauso de ponerse en pie, como los que se escuchan en las viejas grabaciones de Maria Callas donde el público, en éxtasis, no puede aguantarse la ovación hasta que la diva termina el aria, sino con unas palmas ordenadas y lentas, tirando a robóticas.

Debe de ser muy frustrante alcanzar lo perfecto —con el trabajo y el dinero que supone eso— para descubrir que lo que nos gusta en verdad es lo imperfecto, lo inacabado, lo que no termina de decir lo que quiere decir. Compadezco a los creadores perfectos, su tristura perfecta y sus lágrimas simétricas, que resbalan perfectamente por sus mejillas pulidas.

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