Fango

Me pregunto qué cerebrito bien pagado se inventó el discurso que soltó un tal Infantino, jefe supremo de la Cosa Nostra del fútbol, en la inauguración del Mundial de Qatar

Gianni Infantino, presidente de la FIFA, en una rueda de prensa en noviembre de 2022 en Qatar.Christopher Lee (Getty)

Imagino que Churchill tenía asesores de imagen que no consiguieron ocultar su matrimonio con el alcohol y los habanos. Pero está claro que solo pudo ocurrírsele a él la certidumbre kamikaze de que al pueblo británico solo le esperaban sangre, sudor y lágrimas en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Y debió de ser un asesor el que le sugirió a John F. Kennedy en su visita a la reconstruida Berlín, cuna de la barbarie más grande de la hi...

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Imagino que Churchill tenía asesores de imagen que no consiguieron ocultar su matrimonio con el alcohol y los habanos. Pero está claro que solo pudo ocurrírsele a él la certidumbre kamikaze de que al pueblo británico solo le esperaban sangre, sudor y lágrimas en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Y debió de ser un asesor el que le sugirió a John F. Kennedy en su visita a la reconstruida Berlín, cuna de la barbarie más grande de la historia, que cerrara su discurso con el antológico: “Yo soy berlinés”.

Pero me pregunto qué cerebrito bien pagado se inventó el discurso que soltó un tal Infantino, jefe supremo de la Cosa Nostra del fútbol, en la inauguración del Mundial de Qatar. Los surrealistas se hubieran regocijado con su atrevimiento y su desvergüenza. Shakespeare, que escribió los impresionantes discursos de Bruto y de Marco Antonio en la magistral Julio César, o el incendiario Groucho Marx de Sopa de ganso se hubieran partido de risa al escuchar al tragicómico Infantino lo de: “Soy catarí, gay, árabe, africano, discapacitado, trabajador migrante y fui niño discriminado. Las críticas al mundial son hipócritas. Nadie nos puede dar clase de moral”. Nunca me he fiado de los moralistas, pero tampoco de los corruptos genéticos o profesionales que intentan disfrazar grotescamente el fango de su negocio. Y ya sé que la corrupción es tentadora para todos los que tienen algo que vender. En el caso del fútbol y de la política, no es la excepción sino la regla.

Por supuesto que al gran dinero se la suda los proscritos derechos de las mujeres, los homosexuales o el curro inmigrante en los paraísos de la pasta. A falta de pan el pueblo se conforma con el circo, las religiones, los nacionalismos. Cuentan que a la muy hundida Argentina se le han pasado los males al ser campeona del mundo. Todos se sienten dioses, los ricos y los pobres. El negocio será eterno si se sabe administrar.

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