Columna

Los asesinos en serie no son listos ni interesantes

El realismo y el escrúpulo por reflejar los casos tal y como constan en los archivos policiales ha derribado el mito del criminal encantador

Jeffrey Dahmer, responsable, entre 1978 y 1991, de la muerte de 17 hombres de Milwaukee con cuyos cuerpos practicaba necrofilia. Se le declaró legalmente cuerdo en su juicio.Cordon

De todas las adicciones que sufrimos los que vamos a las plataformas como si fueran mercados de la droga, el género del true crime ocupa un lugar equivalente a la heroína en los años malos, y no hay sustancia más pura en ese género que la dedicada a los asesinos en serie.

Los hemos visto de todas las maneras: en la cárcel, fuera de ella, perseguidos por la policía, maldecidos por sus víctimas, romantizados por los morbosos de guardia… Ni los ...

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De todas las adicciones que sufrimos los que vamos a las plataformas como si fueran mercados de la droga, el género del true crime ocupa un lugar equivalente a la heroína en los años malos, y no hay sustancia más pura en ese género que la dedicada a los asesinos en serie.

Los hemos visto de todas las maneras: en la cárcel, fuera de ella, perseguidos por la policía, maldecidos por sus víctimas, romantizados por los morbosos de guardia… Ni los más entregados lectores de El Caso conocieron a tantísimos psicópatas criminales. Como consecuencia, hemos aprendido a verlos tal y como son, sin artificios ficticios ni argucias de guionista de thriller.

El realismo y el escrúpulo por reflejar los casos tal y como constan en los archivos policiales y en las sentencias de los jueces —no importa que se haga con ellos un documental o una ficción basada en hechos reales, como Dahmer— ha derribado el mito del asesino encantador, el intelectual que coquetea con el mal o el genio demoníaco que juega con la policía. Resulta que la mayoría de los asesinos en serie son unos mendrugos, gente sin el menor relieve. Asomarse a sus vidas no sirve para comprender el horror: al final del río, donde uno espera ver a Marlon Brando susurrando sus verdades metafísicas, solo hay un tipo muy bruto que se hurga la nariz.

Todas las mentiras que nos contaron desde Jack el Destripador hasta Seven, pasando por El silencio de los corderos, se han diluido en una sucesión de tipejos desgraciados y tan bobos que ponen en entredicho la eficacia y hasta la pertinencia de los cuerpos de policía, que tal vez tardan tanto en cazarlos porque esperan pillar a un Moriarty. Como los espectadores, no se pueden creer que los monstruos más grandes de la historia del crimen sean un hatajo de desgraciados.

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