La comedia involuntaria de la BBC
No hacía falta ser un cínico ni un republicano radical para evocar varios ‘sketches’ de los Monty Python en la cobertura sobre la muerte de la reina Isabel II de la cadena pública británica
Una circular interna de la BBC de hace años indicaba que, al morir la reina, la comedia desaparecería de la parrilla hasta después del funeral. Por lo visto, la instrucción no era tan tajante y la programación se está revisando sin fanatismos anticómicos, que serían también profundamente antibritánicos. Algunos programas se moverán, otros se cancelarán temporalmente y...
Una circular interna de la BBC de hace años indicaba que, al morir la reina, la comedia desaparecería de la parrilla hasta después del funeral. Por lo visto, la instrucción no era tan tajante y la programación se está revisando sin fanatismos anticómicos, que serían también profundamente antibritánicos. Algunos programas se moverán, otros se cancelarán temporalmente y otros seguirán donde siempre. Menos mal, porque el cumplimiento estricto de la prohibición de reírse conduciría a un debate ontológico e irresoluble, pues obligaría a definir qué es la comedia. Sobre el humor se ha escrito tanto como sobre el gusto, con resultados desoladores en ambos casos: son cuestiones tan subjetivas que se resisten a cualquier intento normativo. Lo que para usted, querido lector, es cómico, a mí me puede hacer llorar, y confieso que el humor que más me divierte es el involuntario.
Si yo tuviera que decidir en la BBC qué es comedia, me resultaría muy difícil no incluir en esa categoría parte de la cobertura sobre la muerte de la reina. Las elucubraciones campanudas de Nicholas Witchell, corresponsal de la cadena para la Casa Real, me parecen muy cómicas. Sentado junto a Huw Edwards en el plató del informativo, parecía un mayordomo. Todos los presentadores de la BBC lo parecían el jueves, y no hacía falta ser un cínico ni un republicano radical para evocar varios sketches del Flying Circus de los Monty Python. Encontrar el tono justo de sobriedad y emoción al pronunciar la frase “la reina Isabel ha muerto” requería dotes dramáticas, no periodísticas, y es imposible pasar tantas horas ante una cámara sin caer en la autoparodia. Quizá cómico sea exagerado, cabría decir mejor tragicómico, pero no creo que en los días que vienen la comedia voluntaria de la BBC pueda superar a la involuntaria. Ante la pompa verdadera y total, la sátira asume, humilde, sus límites.
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