Hace unos años le pregunté a un productor por la adaptación del clásico de Escobar Zipi y Zape. ¿Cómo había funcionado si no tenía nada que ver con ese tebeo cuya única adaptación fidedigna había sido el entrañable y acharlotado disparate de Enrique Guevara? “Las familias conocen la marca”, y por ende confían en lo que van a ver. Inventarse unos personajes más cercanos a Harry Potter que a los Zapatilla no hubiera tenido el mismo tirón en el público que esta libérrima ―por decir algo― v...
Hace unos años le pregunté a un productor por la adaptación del clásico de Escobar Zipi y Zape. ¿Cómo había funcionado si no tenía nada que ver con ese tebeo cuya única adaptación fidedigna había sido el entrañable y acharlotado disparate de Enrique Guevara? “Las familias conocen la marca”, y por ende confían en lo que van a ver. Inventarse unos personajes más cercanos a Harry Potter que a los Zapatilla no hubiera tenido el mismo tirón en el público que esta libérrima ―por decir algo― versión del producto Bruguera. De golpe entendí todas esas adaptaciones que no me habían interesado (a excepción de alguna de Mortadelo y Filemón) y cuyos guiones barrunto que fueron escritos sin leer una sola página original.
Tuve olvidada esa conversación hasta sufrir la nueva aventura de Predator ambientada en la Comanchería en el año 1719.
Entusiasta del fantástico, lectora de novelas del Oeste (no se pierdan la colección Frontera de la editorial Valdemar), y criada cuando los personajes femeninos tenían un único rasgo de personalidad (“ser chicas”), afirmo tajante que soy el público objetivo de Prey (estrenada directamente en Disney Plus). La cara que se me quedó tras ver la entrega de “la marca” fue la misma que la de todos los tontos que fuimos disfrazados con la espada láser a ver el Episodio I: La amenaza fantasma el día del estreno. Un chico con coletita Jedi a mi lado dijo cariacontecido “¿De verdad he esperado 16 años para esto?”. De acuerdo que entre unas franquicias y otras hay grandes diferencias de expectación y de valores de producción, pero todas carecen de lo mismo: autenticidad. Lo industrial es enemigo de lo auténtico, y el cine (casi siempre) es industria. Las buenas películas son errores en una cadena de montaje. Y las que además de buenas funcionan comercialmente son milagros. Pero algunos no aprendemos y pensamos que los milagros se pueden clonar, como si esto fuera esa película de Berlanga titulada, precisamente, Los jueves, milagro.
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