Columna

El manglar de la publicidad en abierto

Que se dejen de regulaciones absurdas y pongan sólo publicidad. Está más cuidada que la mayoría de la programación en abierto.

Imagen de la serie 'Los Simpons', en la que aparecen sus miembros sentados frente al televisor.

Para los dos españoles que nunca han visto nunca Los Simpson explicaré cómo está repartida su escaleta: en cada capítulo hay una pequeña peripecia que dura dos o tres minutos, y que sirve para introducir la trama principal. Cuando esta se ha planteado (a los ocho minutos aproximadamente) hay un pequeño momento de suspense en el que baja la música. Ese momento va seguido de la misma escena con la música en volumen ascendente. Ese momento es el de la...

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Para los dos españoles que nunca han visto nunca Los Simpson explicaré cómo está repartida su escaleta: en cada capítulo hay una pequeña peripecia que dura dos o tres minutos, y que sirve para introducir la trama principal. Cuando esta se ha planteado (a los ocho minutos aproximadamente) hay un pequeño momento de suspense en el que baja la música. Ese momento va seguido de la misma escena con la música en volumen ascendente. Ese momento es el de la pausa publicitaria.

En la retransmisión española este corte funciona como un bucle inútil, ya que los anuncios (bien en Antena 3, bien en Neox) se reparten con la misma precisión que los canutillos de chocolate sobre la nata montada; desperdigados, muertos como marionetas del destino. El bloque de anuncios puede llegar dentro del primer minuto o en grupos de hasta diez minutos dentro de un capítulo que no llega a la media hora. La televisión privada siempre ha sido así de irrespetuosa con el producto que vende. Una vez cronometré el pase de Ha llegado un ángel; había casi diez minutos de anuncios por cada quince de largometraje. Así era como Telecinco llenaba cuatro horas y media de parrilla con una película de duración estándar. Recuerdo ver a una envejecida Wynona Rider mirando ensoñadora por la ventana, diciendo “Antes de que él llegara nunca nevó. Y después sí lo hizo. Si el no estuviera vivo no nevaría. A veces, aún bailo bajo la nie…” y ¡paf!, un anuncio de café. Ese fue el final (también en Telecinco) de Eduardo Manostijeras. El gobierno intenta regular las normas peseteras y consuetudinarias del audiovisual, pero siempre sale adelante la naturaleza trilera y salvaje del lobo despachista televisivo. La televisión es, desde hace años, un perpetuum mobile de publicidad en formas diversas. Yo abogo porque no se regule; que dejen crecer el manglar. Los anuncios están más cuidados que la mayoría de la programación en abierto.


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