Viejos

Sospecho que la única compañía casera de muchos ancianos es la televisión en abierto. Aterra pensar cómo se pueden sentir con esa oferta asquerosa

Antonio David Flores rodeado de cámaras de televisión.Daniel González / Getty

El seductor y en aquella ocasión tenebroso escritor Bioy Casares imaginó en su novela Diario de la guerra del cerdo que sin razones explicables el personal decidía cazar y exterminar a todos los viejos de la gran ciudad. La tecnología y tantos buitres que se están haciendo escandalosamente ricos con ella han decidido cargarse a los ineptos ancianos mediante el desamparo. Les estrangulan los bancos, la Administración, la burocracia, los servicios médicos, Hacienda, políticos, el funcionariado perruno, todos lo...

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El seductor y en aquella ocasión tenebroso escritor Bioy Casares imaginó en su novela Diario de la guerra del cerdo que sin razones explicables el personal decidía cazar y exterminar a todos los viejos de la gran ciudad. La tecnología y tantos buitres que se están haciendo escandalosamente ricos con ella han decidido cargarse a los ineptos ancianos mediante el desamparo. Les estrangulan los bancos, la Administración, la burocracia, los servicios médicos, Hacienda, políticos, el funcionariado perruno, todos los que han descubierto en internet su paraíso y tratan de imponérselo a hostias a los que no son capaces o no quieren desenvolverse en él. Pero aparece un jubilado urólogo que se atreve a gritar ante esa barbarie. Y el héroe urbano recibe infinitas adhesiones. Los asquerosos bancos se asustan, dicen que van a ser buenos a partir de ahora, que van a tener piedad con esos vejestorios a los que han desahuciado. Y los políticos les incluirán en su rollo bastardo. Al fin y al cabo siguen siendo clientela, aún tienen derecho a votar.

En mi oficio de paseante solitario, me cruzo en las calles todos los días con habitantes de la tercera o la cuarta edad. La mayoría caminan esforzadamente, con mirada acuosa, o resignada, o viva, apoyados en su bastón o en su muleta, acompañados los que tienen esa suerte, alimentándose de la luz y del sol. Y me pregunto qué les espera en su retorno a casa. Quiero pensar que muchos de ellos sobreviven gracias a sus recuerdos felices, o que si no les falla la vista y la afición el tiempo de la devastación se les hará más corto gracias a la lectura.

Pero sospecho que la única compañía casera será para muchos de ellos la televisión. Sin posibilidades económicas ni técnicas a las plataformas de pago. Y aterra cómo se pueden sentir con esa televisión asquerosa. Imagino que acojonados con lo que esta difunde sin prisas y sin pausas. Infinita estupidez sobre personalidades del famoseo hepático, pero ante todo el imperio del sensacionalismo, crímenes, violaciones, amenazas, violencia de género (la más anhelada por los medios), pervivencia o futuras amenazas de la pandemia. Y si no le basta a su miedo con la continua apoteosis de todas esas desgracias, también les informan morbosamente del probable estallido de la Tercera Guerra Mundial. No me extrañaría que algunos deseen morirse. Todo sea por el share de los medios de comunicación, infatigables buscadores de la verdad.

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