La moda de los documentales de crímenes

Vi con deleite morboso las primeras producciones, pero con el tiempo me pregunto qué diablos aportan. Un relato cronológico no tiene profundidad narrativa si no se arropa de un punto de vista

Dolores Vázquez, en el momento de ser detenida. En vídeo, tráiler del documental. Vídeo: NETFLIX

En la época en que Rocío Wanninkhof fue asesinada, emitían en Telemadrid un programa diario de sucesos bastante popular titulado Sucedió en Madrid. Mi abuela no se perdía uno, y gracias a esa afición llegó a convencerse de que su ciudad era un infierno apocalíptico donde los sicarios andaban pegando tiros y las bandas juveniles atracaban mercerías a placer. Ella, que había visto Madrid bombardeado, había hecho las colas de racionamiento y había escondido...

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En la época en que Rocío Wanninkhof fue asesinada, emitían en Telemadrid un programa diario de sucesos bastante popular titulado Sucedió en Madrid. Mi abuela no se perdía uno, y gracias a esa afición llegó a convencerse de que su ciudad era un infierno apocalíptico donde los sicarios andaban pegando tiros y las bandas juveniles atracaban mercerías a placer. Ella, que había visto Madrid bombardeado, había hecho las colas de racionamiento y había escondido a sus hermanos republicanos, perseguidos por la policía franquista, vivía en su vejez atemorizada por un programa de televisión, incapaz de salir del barrio para comprobar con sus ojos que la gente tomaba cerveza en las terrazas sin preocuparse por ser degollada, como en los mejores días libres de la era Ayuso.

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Netflix se ha propuesto dar la razón a mi abuela. Con la moda de los documentales de crímenes, vuelve a dar la impresión de que el pasado reciente era un sitio muy violento donde cualquier asesino en serie burlaba a una policía torpe y a unos jueces lerdos. Vi con deleite morboso las primeras producciones (aquella de Amanda Knox, por ejemplo), pero con el tiempo me pregunto qué diablos aportan. La última, El caso Wanninkhof-Carabantes, es un resumen plano con un exceso satinado de música ambiental lacrimógena que deja al espectador igual que al principio.

Nos espantamos o revivimos el espanto, nos condolemos con las madres y rabiamos por la injusticia de Dolores Vázquez, pero pasamos impertérritos a otra cosa porque no hay diégesis. Un relato cronológico no tiene profundidad narrativa si no se arropa de un narrador, un punto de vista y una visión del mundo que justifique todo ese trabajo de abrir archivos y desempolvar vídeos. Contar por contar solo genera cháchara, como la que aturdía a mi abuela y —ay— al jurado que condenó sin pruebas a una inocente.

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