Columna

Cuando la policía sí es tonta

Un buen antídoto contra tanto detective impecable y genial es embaularse los cuatro episodios de ‘El destripador de Yorkshire’

Una imagen de la serie documental 'El destripador de Yorkshire'.Netflix

Un buen antídoto contra tanto detective impecable y genial que lo mismo te resuelve un crimen que te cita a Kierkegaard es embaularse los cuatro episodios de El destripador de Yorkshire, en Netflix. En 1981, de pura chiripa, un patrullero detuvo a un tipo que resultó ser Peter Sutcliffe, el asesino más buscado del Reino Unido (muerto en noviembre por coronavirus). Miles de policías llevaban buscándolo desde 1975, en una operación que había consumido millones de libras y agotado la paciencia del país. ...

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Un buen antídoto contra tanto detective impecable y genial que lo mismo te resuelve un crimen que te cita a Kierkegaard es embaularse los cuatro episodios de El destripador de Yorkshire, en Netflix. En 1981, de pura chiripa, un patrullero detuvo a un tipo que resultó ser Peter Sutcliffe, el asesino más buscado del Reino Unido (muerto en noviembre por coronavirus). Miles de policías llevaban buscándolo desde 1975, en una operación que había consumido millones de libras y agotado la paciencia del país. Los tres jefazos al cargo comparecieron ufanos para celebrar el apresamiento, en la escena más deprimente y cómica del documental: tres gañanes que podrían pasar por Mortadelo, Filemón y el Superintendente Vicente se atribuían el mérito como si acabasen de ganar al mus.

La verdad era que habían interrogado nueve veces a Sutcliffe sin considerarlo sospechoso, pese a que todo apuntaba en su dirección y a que un inspector presentó indicios serios, que fueron despreciados por Filemón con una cascada de insultos porque no encajaban con el perfil del asesino que tenía entre las cejas. La policía se embarcó en una búsqueda delirante basada en meros prejuicios machistas y clasistas que llevó a que el criminal siguiera matando mujeres (hasta 13) mientras se carcajeaba.

Muchos sabían que la policía estaba haciendo un ridículo histórico. Joan Smith, una reportera local —que años más tarde rechazó una distinción de la reina por su carrera periodística—, consiguió una copia del informe del caso y desmontó casi todas sus chapuzas en una tarde de lectura. Otros agentes eran conscientes del desastre, pero donde manda patrón, los marineros limpian la cubierta. Aquel triunvirato de ignorantes encantados de haberse conocido demostró el daño que puede hacer la jerarquía rígida e incuestionable a una organización compleja. Por muy sólida que sea, un solo batracio con despacho puede arruinar cualquier institución si se empeña.

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