‘Desplazados’: ¿Cómo luchas contra el sistema cuando formas parte de él?
Cate Blanchett se estrena como cocreadora de una miniserie que denuncia un caso real en un centro de detención de inmigrantes en Australia
No es noticia que un perro muerda a un hombre sino que el hombre muerda al perro. He aquí una máxima del periodismo que podría haber esgrimido Cate Blanchett, cocreadora de Desplazados (Netflix), miniserie ambientada en un centro de detención de inmigrantes en el desierto australiano, cuando se cuestionó el hecho de que tres de sus cuatro protagonistas fuesen blancos. Después de todo, la historia real de Cornelia Rau, ciudadana alemana y residente permanente australiana que pasó un año en uno de esos centros por una pésima praxis administrativa, es la que puso en marcha el drama. ¿Lo qu...
No es noticia que un perro muerda a un hombre sino que el hombre muerda al perro. He aquí una máxima del periodismo que podría haber esgrimido Cate Blanchett, cocreadora de Desplazados (Netflix), miniserie ambientada en un centro de detención de inmigrantes en el desierto australiano, cuando se cuestionó el hecho de que tres de sus cuatro protagonistas fuesen blancos. Después de todo, la historia real de Cornelia Rau, ciudadana alemana y residente permanente australiana que pasó un año en uno de esos centros por una pésima praxis administrativa, es la que puso en marcha el drama. ¿Lo que argumentó Blanchett? Que la historia de Sofie (Yvonne Strahovski), la Cornelia de la serie, permitiría a los espectadores empatizar con una realidad “lejana” que podría resultarles “demasiado dura” de no tener una cara como la suya. “Quería que pensaran que podría pasarnos a cualquiera de nosotros”, le dijo Blanchett a un periodista del USA Today en una entrevista.
Desplazados se centra —aunque nunca del todo— en la historia de Sofie, una azafata que ha crecido a la sombra de su hermana y ha caído en las redes de una secta —Blanchett se ha quedado con el papel de partenaire de un cambiadísimo y malísimo Dominic West— que la ha dejado en la cuneta. Sofie huye de sí misma, pero también de su familia, y de todo lo que conoce. Quiere volver a Alemania —porque, como la Cornelia real, es de origen alemán— y da a los funcionarios un nombre falso para que la deporten, por miedo a que su familia la encuentre antes si da el suyo propio. Pero hasta suplicar que te deporten no sirve de nada cuando la burocracia toma el mando. “Eres un lirio en un campo de juncos”, le dice a Sofie uno de los también detenidos. “Tú serás nuestra voz, porque eres como ellos”, añade, dándole la razón a Blanchett en el porqué de su elección. He aquí el principal problema de la serie, y la imposibilidad de abrazar su principal virtud: centrarse, y nunca del todo, en la historia de Sofie.
Pese a todo, la intensidad dramática de su historia es minúscula en comparación con la de Ameer (Fayssal Bazzi) y Mina (Soraya Heidari), padre e hija, únicos supervivientes de una familia de cuatro que soñaba con escapar de Afganistán y vivir en un lugar seguro en Australia. Lo arriesgaron todo y perdieron, y pese a que Blanchett afirma que Mina “es el corazón” de la miniserie, lo cierto es que su historia aletea junto a la de Sofie, por completo ambas desplazadas, nunca mejor dicho, por el drama del verdugo. Pues, y es sobre todo por la intensidad de sus interpretaciones, son al final las historias de Cam (Jai Courtney) y Clare (Asher Keddie), el primero, un funcionario de seguridad demasiado bueno para un trabajo así, y la segunda, la responsable del centro, que ha llegado con la misión de que este deje de dar titulares, las que centran la trama.
Es aquí, en la empatía del verdugo —un verdugo que, en realidad, somos nosotros, es el mundo occidental, nuestro mundo de fronteras que no entiende de seres humanos sino de visados que nunca van a llegar porque nadie quiere que lleguen—, donde la serie podría distinguirse del resto y dar una lección al espectador del que hablaba Blanchett, y del que hablan también los otros dos creadores de la serie, Tony Ayres y Elise McCredie. Aquel que es incapaz de identificarse con las historias terribles de quienes sufren de verdad la tragedia de la detención —hay quienes pasan más de cuatro años esperando ahí dentro, y luego les extraña que pierdan la cabeza, como los tipos que no quieren bajarse del tejado en el segundo capítulo— pero que sin duda se identificará con el tipo que, buscando un buen trabajo, Cam, o llegando a lo más alto en lo suyo, Clare, se ha encontrado en el infierno.
Se diría que, a la hora de enfocar, Desplazados ha decidido abarcar mucho y apretar poco, lanzando un hueso —el de las filtraciones a la prensa de palizas en el centro, y en general, de fuerzas de seguridad corruptas, o lo suficientemente psicopáticas como para creer que aquello es su campo de desfogue—, que simplifica la trama, y sin embargo, deja espacio —he aquí el poder de sus actuaciones— para que se cuele la hondura de la impotencia de Cam y Clare, víctimas también de un sistema que les ha elegido como verdugos. Quieren luchar contra él, pero ¿cómo puedes luchar contra algo de lo que formas parte? Es como despertar y darte cuenta de que eres la mano que sostiene la pistola de un asesino y querer evitar disparar pero no poder evitar hacerlo porque no eres más que una mano. Al final, eso que hemos creado, y que está por encima de nosotros, lo que llamamos el sistema, nos mata a todos por igual, podría decir Desplazados. Y lo dice, pero en voz baja, sin pretender molestar en exceso, adquiriendo cierto carácter anecdótico, el mismo que, para sus creadores, tiene la historia de Cornelia.