Un oscuro Perry Mason para el siglo XXI
HBO actualiza al mítico abogado en una precuela de ocho capítulos que presenta a un personaje complejo y perdido en Los Ángeles de la Gran Depresión
La primera vez que dice “señoras y señores del jurado” Perry Mason, investigador privado, está en la cocina de Della Street, la secretaria lesbiana del abogado para el que trabaja. Es de madrugada y repasa el caso que ha estremecido a Los Ángeles –el secuestro y asesinato de un bebé al que han cosido los párpados– con una petaca de whisky en la mano y la necesidad urgente de darse una ducha. Es 1932 y Mason vive de investigaciones cutres, viste mal, bebe demasiado y está solo con su sombrero fedora y su búsqueda de la verd...
La primera vez que dice “señoras y señores del jurado” Perry Mason, investigador privado, está en la cocina de Della Street, la secretaria lesbiana del abogado para el que trabaja. Es de madrugada y repasa el caso que ha estremecido a Los Ángeles –el secuestro y asesinato de un bebé al que han cosido los párpados– con una petaca de whisky en la mano y la necesidad urgente de darse una ducha. Es 1932 y Mason vive de investigaciones cutres, viste mal, bebe demasiado y está solo con su sombrero fedora y su búsqueda de la verdad, mientras llora a su hijo ausente y vive en la hacienda decadente de sus padres. Así nos presenta HBO al Perry Mason del siglo XXI en una serie de ocho capítulos que tiene momentos de tensión, violencia y humor oscuro que lo alejan de versiones anteriores y lo acercan a las grandes producciones de estos tiempos mediante un curioso proceso que actualiza al personaje mirando en su pasado. “Es alguien desconectado, perdido. Hasta que encuentra un caso que le cambia la vida”, ha resumido el director Tim Van Patten.
Erle Stanley Gardner (1889- 1970) –alias A.A. Fair, Kyle Corning, Charles M. Green o Carleton Kendrake, entre otros– fue un abogado convertido en prolífico escritor de éxito con una fórmula sencilla. Desde la publicación de la primera historia de Perry Mason (El caso de las garras de terciopelo, 1933) hasta el último en 1973, Gardner escribió más de 70 novelas y decenas de relatos y vendió 300 millones de ejemplares solo de su famoso abogado, sin contar otras series vendidas bajo pseudónimo. Escritor educado en la escuela de las revistas pulp, de la historia de encargo y al peso, sus personajes no están nunca muy desarrollados pero las tramas están cargadas de detalles y finales resultones. Olvídense de esa fórmula en esta ocasión.
No es el único abogado que ha pasado con éxito a la literatura: ahí tenemos a John Grisham, emulando en la actualidad el éxito de Gardner o a George V. Higgins, que en novelas como Los amigos de Eddie Coyle aprovechó su conocimiento del medio para describir al detalle el mundo de los canallas y pequeños criminales. Su suerte en la pantalla ha sido desigual. Tampoco el primer personaje clásico que se actualiza. Cada generación tiene, no sin polémica para algunos, nuevas traducciones, adaptaciones y actualizaciones de personajes e historias clásicas. Y más en el género negro. Sería complicado encontrar, por ejemplo, a alguien con menos de 60 años que recuerde a Basile Rathbone cuando se le pregunta por Sherlock Holmes. Las nuevas generaciones tienen en su imaginario a Benedict Cumberbatch o la versión gamberra de Robert Downey Jr.. Matthew Rhys (The Americans) interpreta en esta ocasión al que a partir de ahora será para muchos Perry Mason. Con su pinta, las fotos que hace y que le dan tras el revelado una segunda oportunidad de verlo todo, su cara de perdedor, sus resacas y su imposibilidad de dejar de ser un hombre solitario, los creadores Ron Fitzgerald y Rolin Jones han diseñado un personaje con una mirada propia y llamado a perdurar. Incluso los méritos, por ejemplo, del sobrio Raymond Burr en la versión de finales de los cincuenta y principios de los sesenta quedan ahora algo desfasados.
La ficción criminal, literaria o televisiva, tiene en los secundarios y en el reflejo de la realidad social dos de sus principales armas. Este Perry Mason de Van Patten –responsable de alguno de los mejores momentos de Los Soprano o Boardwalk Empire y que no dirigía para HBO desde 2014– aborda con acierto estos dos factores. Juliet Rylance se alza magnífica como Della Street desde la esquina a la que se condenaba en la época a las que no querían quedar relegadas al papel de ama de casa o femme fatale. La situación de la mujer, como las heridas de la Gran Depresión, el racismo o la hipocresía religiosa están integrados en una trama que tiene también su parte de procedimental sin dogmatismos ni grandes discursos. Shea Whigham, tan oscuro en Boardwalk Empire, abre y cierra la serie a dúo con Rhys en algunos de los mejores momentos interpretativos de los ocho episodios.
Los nuevos tiempos se ven también en una banda sonora y un ritmo que recuerdan a grandes policiales de la actualidad como Bosch. Su combinación con una atmósfera oscura y clásica, una recreación de Los Ángeles por todo lo alto y algunos comentarios de Mason que harían las delicias de cualquier fan de Philip Marlowe dejan al personaje a la vez anclado en la tradición y renovado.
La última parte de la serie gira hacia el drama de abogados sin perder por ello fuerza. Ya con el traje puesto y el primer afeitado en seis capítulos, el nuevo Mason sigue siendo complejo y oscuro. “No es un whodunit, es una serie sobre personajes”, avisan los responsables. El final es cualquier cosa menos consolador. “No va a ser el Perry Mason de nuestros abuelos”, comentaba Rhys. Bienvenido al siglo XXI, señor Mason.