Todos tenemos guardado un plan B
‘Run’, la serie de Vicky Jones, cuenta la historia de dos idiotas que cumplen una promesa que se hicieron cuando eran novios en la universidad: reencontrarse cuando lo necesitasen
Una de las costumbres del llorado editor Claudio López Lamadrid era preguntar a los amigos cuál era su plan B. No se conformaba con una respuesta vaga, quería detalles sobre esa autobiografía-ficción que, según él, todos tenemos escrita, unos más en secreto que otros. Además de una novela, el plan B de Claudio era una salida de emergencia a la propia vida: ¿qué harías si tu vida se fuese al carajo? ¿En qué trabajarías, dónde vivirías, a quién amarías? Nunca le di una respuesta a su altura porque, al igual que los gobiernos del mundo, en caso de cataclismo pensaba improvisar y sonreír mucho, fi...
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Una de las costumbres del llorado editor Claudio López Lamadrid era preguntar a los amigos cuál era su plan B. No se conformaba con una respuesta vaga, quería detalles sobre esa autobiografía-ficción que, según él, todos tenemos escrita, unos más en secreto que otros. Además de una novela, el plan B de Claudio era una salida de emergencia a la propia vida: ¿qué harías si tu vida se fuese al carajo? ¿En qué trabajarías, dónde vivirías, a quién amarías? Nunca le di una respuesta a su altura porque, al igual que los gobiernos del mundo, en caso de cataclismo pensaba improvisar y sonreír mucho, fingiendo que sé lo que hago.
El plan B también es un consuelo para cuando la vida aprieta y casi ahoga. Como los alcohólicos que se engañan diciendo que pueden dejar de beber cuando quieran, muchos dicen que cualquier día desaparecerán, se despedirán a la francesa del trabajo y de la familia y retomarán esa felicidad que dejaron en el trastero de la casa de sus padres, junto a aquella guitarra que nunca aprendieron a tocar.
Esa es la hipótesis de Run (HBO), la trepidante y muy bien armada serie de Vicky Jones, fiel escudera de su majestad Phoebe Waller-Bridge, que cuenta la historia de dos idiotas cuarentones que cumplen una promesa que se hicieron cuando eran novios en la universidad: reencontrarse cuando lo necesitasen.
Son idiotas porque infringen el mandato del plan B: nunca hay que ponerlo en marcha. Para la serie, esta certeza es fecunda, pues permite disparar las tramas en mil direcciones, y nada estimula más el sadismo de un guionista que dos tontos que hacen tonterías. Para la vida, en cambio, es muy desaconsejable. Confinados, los planes B se resignan a un platonismo indefinido que, en estas semanas, los vuelven tan valiosos como un jardín o un patio privado.