Si la historia de Tortell te ha hecho pensar y tú también quieres ayudar a esta causa para cambiar el mundo
El día que Tortell Poltrona nos recibió en su circo, el papel higiénico inundaba estanterías y el coronavirus todavía no había cerrado la gira mundial con su representante. Por aquel entonces, aún no habíamos podido sacar a relucir el epidemiólogo que todos llevamos dentro, habría resultado impensable disfrazarnos de Walter White para ir al supermercado y nadie imaginaba que serían los perros quienes sacarían a sus dueños de paseo provocando la envidia del vecindario. Ahora, mientras experimentamos la gravedad de los efectos de la propagación del Covid-19, Tortell me cuenta por teléfono que él también está en casa “confitado” y, como han pasado unos meses desde nuestra entrevista a.C. (antes del Coronavirus), está deseando ver las imágenes que acompañan estas letras “para verse tan joven como entonces”, cuando nos conocimos hace apenas unos meses.
“La risa no es una falta de respeto, sino una forma de encontrar compañía”
Escuchando sus bromas, la química que rige mi organismo vuelve a cierto equilibrio. Gracias a la ciencia puedo deducir que los niveles de cortisol –la llamada hormona del estrés– han bajado y que las endorfinas están reconquistando olvidados dominios. Algunos investigadores piensan que la risa fue clave para la supervivencia de nuestros ancestros los simios y es posible que ahora también nosotros consigamos sobrevivir un poquito mejor gracias a ella. El humor está al alcance de todos para hacernos sentir unidos, aliviar la tensión y alejarnos de la fundada negatividad que inunda el contexto. Poco tiene de gracioso lo que estamos viviendo, pero reírnos incluso cuando no corresponde, lejos de ser una conducta negativa, es una manera de configurar nuestras creencias éticas mediante la interacción con los demás y sentirnos menos solos. Para Tortell, la risa “no es una falta de respeto, sino una forma de encontrar compañía”.
Echando un vistazo a nuestros mensajes de WhatsApp uno llega a la conclusión de que la sociedad ha perfeccionado la habilidad de hacer de la realidad un meme, pero lo cierto es que hace más de 4.000 años la gente ya se reunía en China para alcanzar el equilibrio riendo juntos. No somos, ni mucho menos, los primeros en construir un terapéutico refugio insertando el humor en la realidad, por dramática que esta sea, y Tortell conoce bien el mecanismo de esta herramienta con la que vuelve a hacer brotar la esperanza.
Teniendo en cuenta los aprendizajes cosechados por el payaso que probablemente más escenarios imposibles haya recorrido –cientos de campos de refugiados en lugares azotados por los conflictos armados y los desastres naturales–, la multiplicación de chistes durante estos días de pandemia tiene toda la lógica del mundo: “La risa es como un tapón en una botella de champán o de cava; cuanto más violenta y jodida es la situación, más esperpéntica y fuerte resulta”, asegura Tortell. “Tener la capacidad de reírse de uno mismo, que en definitiva es lo que provoca la actuación de un payaso, sería imprescindible para que el mundo fuese más armónico”, opina.
Tomarse la risa en serio
Tortell Poltrona sabe bien de lo que habla porque se ha ganado a pulso el título de especialista en carcajadas para aliviar el sufrimiento en situaciones adversas. Además de su reconocida trayectoria como poeta escénico a los mandos de Circ Cric, en 1993 fundó Payasos Sin Fronteras, “el brazo armado de la risa para llevar la esperanza a los sitios imposibles”. Siempre lleva una nariz en el bolsillo y considera que la poesía va más allá de la palabra escrita: “Es en realidad el momento en el que alguna cosa se para. Poesía puede ser una película, un cuadro, una pintura, música… Y hay una parte que los payasos podemos aportar, que es esta poesía escénica, este momento en el que la risa lo embriaga todo y el tiempo se para”.
“La poesía es ese momento en el que la risa lo embriaga todo y el tiempo se para”
Transportando una caravana de risas y en compañía de otros artistas, este payaso cruzó bombardeos y campos minados en Bosnia en general y en Sarajevo en particular; repartió carcajadas en Colombia, “la guerra donde todo el mundo muere con las manos atadas a la espalda”; recuerda de sus viajes a África especialmente “el Congo y Ruanda, donde la gente no tiene absolutamente nada, pero es de los sitios más ricos del planeta”; y visitó los campamentos del Sáhara, “la vergüenza sin vergüenza”. Irak, Palestina, Líbano, Burkina Faso… En todos los lugares supo cómo apañárselas para parar el tiempo, las bombas y las lágrimas, haciendo reír a quien más necesitaba recuperar la esperanza.
Tras los devastadores efectos del tsunami que arrasó Indonesia en 2004, la ONG Médicos Sin Fronteras se puso en contacto con él “porque no querían recoger más dinero; lo único que necesitaban recuperar era el ánimo de las personas, que estaban hechas polvo”. Su misión era facilitar el regreso a la escuela de niños y adolescentes, inaugurando el curso escolar tras el desastre. “Antes de que saliese el sol estábamos ya en el instituto, viendo llegar a todos los niños y niñas. Ellos se buscaban, a ver quién estaba y quién no. No había un listado, se buscaban, lloraban…”.
“Si entendemos la cultura como el arte que es capaz de mejorar la vida de las personas, realmente te sientes haciendo cultura”
Tortell recuerda la complejidad de la situación a la que debía enfrentarse con la risa como única herramienta: “Fue saliendo el sol lentamente, empezamos el espectáculo y poco a poco, empezaron a sonreír, empezaron a reír, empezaron a carcajear…”. Al acabar la actuación, el director de aquella escuela a la que la mitad de los alumnos nunca pudo volver explicó bien el valor de lo vivido: “Nos han traído de todo: libros, libretas, lápices, ordenadores, comida… pero nadie había traído la vida. A partir de hoy podemos hablar de la vida, antes solo podíamos hablar de la muerte”. Tortell incide en que a esto, a ayudar a volver a vivir, es en definitiva a lo que se dedica. “Si entendemos la cultura como el arte que es capaz de mejorar la vida de las personas, cuando te pones en esta situación, realmente te sientes haciendo cultura”, declara el payaso.
Hace poco ha vuelto de la frontera de Sudán y recuerda que, cuando empezó a plantearse la creación del proyecto, su objetivo era “que no hubiese ni un día sin una actuación de alguien que hiciese reír en un lugar donde se necesite”. Tras 26 años de andadura, parece haberlo conseguido: la ONG tiene delegaciones hermanas en más de 15 países, entre todos han realizado más de 400 expediciones y suman un total de 800-900 funciones cada año. Más de dos millones de niños y niñas han visto sus espectáculos y los beneficios que los payasos aportan como complemento psicológico para aliviar los efectos del estrés postraumático han quedado demostrados.
Un antídoto contra el pesimismo
El trabajo de la organización es posible gracias a las donaciones altruistas de personas comprometidas con expandir la risa pero, sobre todo, gracias a las payasas, payasos, titiriteros y profesionales de las artes escénicas que, como Tortell, trabajan gratis durante cada expedición, aportando de su propio bolsillo un porcentaje para financiar cada viaje. Tortell asegura que son muy pocos los que, habiendo visitado estas zonas imposibles, no han querido regresar y, aunque también realiza espectáculos en el precioso enclave donde se sitúa su carpa en Barcelona, seguirá visitando lugares imposibles “hasta que el cuerpo aguante” porque sabe que “sin risa no hay humanidad”.
Entre risas, filosofía y aprendizajes a compartir en momentos duros, el payaso explica que “para crear resiliencia frente a estos traumas que provocan las cosas tan fuertes, el humor y la risa son quizá de las cosas más importantes. Aparte, es barato y lo puedes compartir”. Él convivió con el ébola tanto en Sierra Leona como en Liberia, por lo que las epidemias no le resultan ajenas y estos días le gusta recordar que “la sociedad salió reforzada el día que se terminó la epidemia y la fiesta que se montó fue increíble”.
Como a casi todos, se le viene encima “un desastre impresionante a nivel financiero” y, por el momento, se ha visto obligado a cancelar sus espectáculos tanto en Circ Cric como en el extranjero. Se pregunta cómo estarán pasando esta crisis los colectivos aún más vulnerables. Pero, a pesar de la mueca que ocupa la mitad de su cara, expresa con la otra mitad la oportunidad de pararnos a repensar el futuro d.C. (después del Coronavirus): por ahora “nos contaremos un par de chistes, nos lavaremos las manos, nos miraremos a los ojos y atacaremos el futuro porque, después de esto, igual nos ponemos las pilas en muchas cosas que son imprescindibles y necesarias, como mantener este planeta con nosotros dentro”.
Su consejo es inequívoco: “En estos momentos tan especiales que vivimos, solamente dos de los sentidos que nunca estudiamos en la escuela nos van a sacar de este magnífico lío: el sentido común y el sentido del humor. Reíd, bailad y a vivir, que son dos días para todos”.
Escucha la historia
Contenido adaptado del vídeo de Tortell Poltrona
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¿Es posible reír en un campo de refugiados? Tortell Poltrona cree en el poder de la risa para devolver la esperanza. Visita zonas en conflicto o arrasadas por fenómenos naturales con Payasos Sin Fronteras, la ONG que lleva la risa donde más se necesita.
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Yo estoy en contra de la palabra serio. No me gustan las cosas serias, no me gustan las corbatas, no me gustan los protocolos donde se da dignidad a la gente a partir de unas convenciones.
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Empezamos ya en el año 78, en la calle, a hacer parodia de circo. El trapecio eran dos cajas con uno aguantando una cuerda con un palo y el otro haciendo ver… Y aquello fue nuestra conexión con el circo.
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El circo en definitiva es el arte que desafía el sentido común, y cuando provocas una carcajada, el que hace reír se siente fenómeno. Es como un tapón en una botella de champán o de cava; cuanto más violenta y jodida es la situación, más esperpéntica y fuerte es la risa.
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En el año 1992 llamaron a casa de mis padres unos niños y me propusieron hacer una actuación en un campo de refugiados. Les dije que sí. En estos sitios en los que no se puede reír es donde cualquier chascarrillo puede montar una carcajada total.
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Salimos de allí tocados y ahí se me juntaron estas dos neuronas y, bueno, llevamos 26 años haciendo esto, que no es peccata minuta, porque sí que es verdad que tú das mucho, pero lo que es verdad es que tú recibes mucho.
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La mayoría de las personas que viven en la zona de conflicto lo pierden absolutamente todo: familia, hijos, padres, parientes… El objetivo de Payasos Sin Fronteras es que no haya ningún niño que pierda su niñez.
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Payasos Sin Fronteras es el brazo armado de la risa para llevar la esperanza a los sitios imposibles.
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Somos 15 sedes de Payasos Sin Fronteras distribuidas en el mundo, y entre todos realizamos casi 800-900 actuaciones al año.
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A mí me ha ayudado mucho llevar una nariz en el bolsillo. Tú te la pones y ves a la gente desnuda, emocionalmente hablando. Y pueden hablar de las emociones y los sentimientos, de la vida, el amor, la muerte…
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Mi esperanza es que seamos capaces de preservar esta bola que está dando vueltas al sol, que sea un sitio habitable, no solamente por mí ni por mis nietos, sino por todos los demás.
Este contenido ha sido elaborado por Yoigo.