Si la historia de Alejandro te ha hecho pensar y tú también quieres ayudar a esta causa para cambiar el mundo
Muchas de las cosas que empezó Alejandro Escario en su vida acabaron en desastre. No lo digo yo, lo cuenta él con una sonrisa. Como el que sabe que fallar es seguir buscando y que, entre la oportunidad del intento y la posibilidad del desastre, siempre, siempre, algo acaba funcionando.
Desde pequeño, Alejandro ocupaba el tiempo buscando soluciones sin ayuda de manuales. “Me gustaba probar el hacer cosas, desmontarlas, solucionar problemas que tengo yo o que considero que otra gente puede tener. Al final es la curiosidad la que te va alimentando toda esa inquietud que luego hace que te pelees y que a veces te des contra un muro, y digas: aquí no hay quien siga”, cuenta.
Sorteando muros y guiándose por esa tendencia innata a resolver, Alejandro y su equipo crearon, hace ya cuatro años (cuando él solo tenía 25), una incubadora de bajo coste y en código abierto pensada para solucionar el mayor reto al que se enfrenta un bebé nacido antes de tiempo: su propia supervivencia. Su diseño recibió en 2015 el premio al mejor proyecto médico en los Global FAB Awards, organizados por el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Para Alejandro, aquello fue una manera de confirmar que fallar y seguir probando era el camino correcto y que existen retos que merecen haber transitado por cualquier desastre.
Primera causa de mortalidad en menores de cinco años
Según la Organización Mundial de la Salud, cada año nacen en el mundo unos 15 millones de bebés prematuros (antes de que se cumplan las 37 semanas de gestación). La prematuridad es, a nivel global, la primera causa de mortalidad en los niños menores de cinco años.
Pero, como en todo, no es lo mismo nacer prematuro en un lugar que en otro. La lotería de la vida no juega los mismos números en Europa que en África. En contextos de ingresos bajos, la mitad de los bebés nacidos antes de llegar a los siete meses de gestación mueren. En muchas ocasiones sus vidas se pierden por no haber recibido cuidados sencillos, como aportar al recién nacido calor suficiente.
Si existen soluciones efectivas para evitarlo desde hace décadas, ¿por qué nacer antes de tiempo sigue siendo una amenaza para cientos de miles de neonatos en el mundo? ¿Por qué siguen muriendo cerca de un millón de bebés al año por una causa que en la mayoría de los casos es evitable?
Resolver grandes problemas de salud desde la ingeniería
Alejandro se encontró con estas preguntas siendo todavía estudiante. Antes, hubo muchas más: hipótesis, pruebas, errores. Cuenta él que cinco minutos antes de enviar el sobre para matricularse en la universidad seguía teniendo dudas sobre a qué quería dedicarse. “Siempre diré que soy un médico frustrado, pero si hubiera hecho Medicina habría sido un ingeniero frustrado. Entonces al final he tirado por la calle de en medio, que es tecnología al servicio de la salud”. Después de estudiar una doble Ingeniería en Telecomunicaciones e Informática, Alejandro empezó un máster en Ingeniería Biomédica.
Mientras preparaba el proyecto final, Alejandro entró a formar parte del FabLab Madrid CEU, el único laboratorio en Madrid perteneciente a la red mundial de laboratorios del Center for Bits and Atoms del MIT. ¿Un Fab qué? “Resumiéndolo mucho, es un sitio donde se puede hacer prácticamente de todo”, cuenta entusiasmado Alejandro. “Puedes hacer magia, cosas que nunca te habías imaginado antes, construir algo de la nada. Puedes coger un ordenador, hacer un pequeño diseño con las diferentes máquinas que tienen aquí: impresoras 3D, cortadoras láser, taladros dirigidos para hacer cortes en madera, en plástico, etcétera. Y puedes unir todas esas piezas para construir lo que tú quieras”.
Alejandro pensó que, teniendo la oportunidad de estar allí, lo mejor sería crear algo que resolviese un problema para los que no tienen acceso a todas estas herramientas mágicas. Y pensó en los que llegan al mundo antes de lo que se espera en Sierra Leona o Benín.
En código abierto y disponible para los demás
“Nuestro enfoque era diferenciador porque nosotros no queríamos fabricar y mandar o fabricar y vender, sino diseñar y poner a disposición”, explica Alejandro.
La incubadora nació como una estructura de madera con pequeñas piezas de plástico (las imprescindibles, ya que son más difíciles de reponer en muchos lugares) y un corazón electrónico que regula las tres principales tareas que desempeña: temperatura, humedad y la inclinación que necesita el bebé durante esos primeros días o semanas, el periodo más crítico para garantizar su supervivencia.
“Hay que pensar”, explica, “que una incubadora es un dispositivo que intenta simular de una manera razonablemente fiel cómo nos sentimos dentro de nuestras madres”. Ninguna máquina podrá reproducir nunca el universo sensorial y primigenio que supone estar dentro del útero, pero el objetivo es garantizar que, saliendo al mundo exterior antes de tiempo, la vida pueda seguir adelante.
El primer viaje de la incubadora fue hace cuatro años a una maternidad en Nikki, Benín. Llegaron las piezas, una a una, y el personal local se ocupó de montarla. Desde entonces ha viajado por muchos otros países, principalmente de África, pero también de Latinoamérica. Es probable que incluso ahora mismo haya alguien al otro lado del mundo construyendo la suya propia sin que lo sepamos ya que el diseño y sus mejoras están publicados de forma abierta, es accesible, y nadie tiene que pedir permiso para poder desarrollarla.
Una ingeniería de mínimos
En cada lugar se está haciendo una aproximación distinta, en función del entorno, de la temperatura o de las necesidades. Eso es lo que permite el código abierto: la persona que acoge el diseño puede ir haciendo las mejoras que el dispositivo necesita, a bajo coste y con materiales que sean accesibles.
Mientras que el precio de una incubadora normal oscila entre los 6.000 y los 60.000 euros –dependiendo de sus características– los materiales de esta incubadora cuestan menos de 300 euros. El objetivo de Alejandro ha sido, en todo momento, seguir lo que denomina una “ingeniería de mínimos”, que es hacer un desarrollo modular que sea escalable pero que pueda funcionar con muy poco dinero.
Insiste mucho Alejandro en una idea con la que es difícil no estar de acuerdo: cuando un producto resuelve un problema tan vital como es la supervivencia de un bebé, ¿no debería todo el mundo tener un acceso libre e independiente? “Si nosotros diseñamos la incubadora, si nosotros fabricamos, si nosotros enviamos, todo depende de nosotros. Nuestra filosofía es la contraria”. Lo que pretende es, justamente, generar independencia. “Lo que intentamos es dar una herramienta, dar unos planos, dar una ingeniería que la gente pueda replicar localmente y que incluso se puedan ganar la vida haciendo eso”.
Dice Alejandro que con la filosofía que está detrás del proyecto buscan que el impacto no sea solamente en salud, sino también social: “Un impacto que permita que la gente tenga más libertad de elección”. No se trata de que la incubadora suplante otras opciones y mucho menos sustituir a las incubadoras profesionales que existen en todos los hospitales. Se trata de ofrecer una opción más en contextos en los que pueda hacer falta.
Es probable que esta incubadora de bajo coste llegue a muchos más lugares de los que Alejandro jamás imaginó, igual que es seguro que este joven ingeniero con vocación de médico nunca deje de buscar problemas para tratar de resolverlos. Nos cuenta que dentro de poco va a ser padre por primera vez y pienso, de nuevo, que existen retos que merecen haber transitado por cualquier desastre.
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Contenido adaptado del vídeo de Alejandro
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En muchos lugares del mundo no hay incubadoras para ayudar a los recién nacidos. El ingeniero biomédico Alejandro y su equipo han creado un diseño de bajo coste y código abierto para que cualquiera tenga la posibilidad de salvar vidas.
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(Alejandro) Cuando me preguntaban de pequeño qué quería ser cuando fuese de mayor, siempre decía medico. Ha sido algo que me ha llamado mucho, también por herencia familiar: mis padres son médicos pero, si hubiese hecho medicina, hubiese sido un ingeniero frustrado. Al final me he tirado por la calle del medio que es tecnología al servicio de la salud.
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(Alejandro) Entré en el Fab Lab de Madrid y la verdad es que es como mágico. Resumiendolo mucho, es un sitio donde se puede hacer prácticamente de todo, y una de esas ideas era la incubadora. Nuestro enfoque realmente era diferenciador porque nosotros no queríamos fabricar y mandar o fabricar y vender, sino diseñar y poner a disposición. Nos han llamado de sitios donde usaban cajas de cartón para calentar a los niños, sitios donde utilizaban una botella de agua caliente con una toalla o luego sitios en los que, para tratar la ictericia o simplemente calentar a los niños, les metian en una caja de metacrilato y a las 8 de la mañana les sacaban al sol a la terraza hasta que hacía calor y les volvían a meter para adentro.
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(Alejandro) Es un momento de inflexión, un punto en el cual empiezo a sentir que es a lo que quiero dedicarme. Lo que intentamos es dar una herramienta, dar unos planos, dar una ingeniería siempre con el código abierto y siempre accesible, que la gente pueda replicar localmente y que incluso se gane la vida haciendo eso. Se publica con una serie de notas en Internet, en foros donde están preparados especialmente para publicar este tipo de cosas y nuestra propia web.
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(Alejandro) Cabe la posibilidad de que en el edificio de al lado, o en la otra punta del mundo, alguien esté construyendo la incubadora sin que nosotros nos enteremos; eso nos encantaría. Nuestro objetivo es ser capaces de llenar un hueco que existe entre tener acceso a una incubadora o no tener nada.
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(Alejandro) Cuando ves un niño dentro de una incubadora se te ponen todos los pelos de punta, la piel de gallina, es como una sensación difícilmente descriptible.
Este contenido ha sido elaborado por Yoigo.