Si la historia de Ana te ha hecho pensar y tú también quieres ayudar a esta causa para cambiar el mundo
Cuenta Ana Griott que los niños de pequeñas aldeas africanas criados por sus abuelas tienen mayor esperanza de vida que los que crecen junto a sus madres. Sus abuelas no dan de comer porque no tienen leche, pero les alimentan con la confianza y la esperanza que dan los cuentos susurrados con cariño. Ana lo relata mientras te va enganchando, poco a poco, con esa voz aterciopelada en la dulce penumbra de una cuentacuentos curtida en mil batallas en Café La Palma, en Madrid. Cuando te descuidas ya te ha atrapado dibujando un escenario de fantasía que acicala con tu imaginación un sencillo mensaje: “Contar cuentos mola”. Ana Griott es una hechicera de las palabras, una ametralladora de fábulas y moralejas. No sabes cuándo te cuenta, cuándo te alimenta con esa leche mágica de abuela o cuándo, simplemente, te informa. Por eso es fascinante.
Ana Griott es el personaje, la voz de los sin voz, la rescatadora de las tradiciones orales de colectivos olvidados a 5.000 kilómetros en África, en el Báltico o en tierra gallega. La tejedora del árbol genealógico de monstruos, meigas, moralejas y de personajes de cuentos populares de aquí y de allá. Pero Ana Griott es también el alter ego de Ana Cristina Herreros (León, 1965), la editora, la emprendedora, la filóloga, la buscadora de oportunidades, de historias y la creadora de los Libros de las Malas Compañías, una pequeña editorial fundada en 2014 que, básicamente, publica lo que le da la gana “sin atender a mercados, sin imprimir en China”, nos recuerda. Ana no tiene cuento y, a la vez, los tiene todos.
No hay libros, pero tienen abuelos
Griott no es solo el apellido de la cuentista, es el nombre –en plural– que tienen los narradores en el centro de África, los que recopilan las historias silenciadas de su pueblo, los notarios orales que dan fe de fábulas y leyendas, los que sazonan la tradición con su labia y experiencia. Son los chamanes de las palabras. Para ser griot no vale cualquiera; tienes que dominar la voz y el verbo, tienes que haber identificado los silencios de tu comunidad, las voces de los hijos de nadie. Para ser de los Griott no basta con ser Ana, tienes que ser también Cristina Herreros: estudiar filología hispánica, escribir un compendio de monstruos y brujas, recitar en el Instituto Cervantes o rescatar los mejores relatos populares dedicados a la Madre Muerte.
Ella es, por ejemplo, la voz de los cuentos perdidos de Usai, una comuna de la baja Casamance en Senegal. Allí viajó cuando se enteró de que un vendaval había destrozado su biblioteca. “Yo tenía libros en castellano y ellos se escolarizan en francés, así que vendí los libros en castellano y compré libros en francés”, nos explica durante la entrevista. Pero allí se dio cuenta de que no era suficiente. Ella llevaba en papel la literatura de los conquistadores, de los poderosos, de los que esquilmaban sus tierras, no la que nace de su cultura o la que se construye a medida de los niños. Fue allí sin antes haberles escuchado.
Rectificó y se puso a escuchar. Con una grabadora fue recopilando las historias que contaban los abuelos en los corrillos nocturnos frente al fuego del hogar. Coleccionó más de 200 cuentos que luego le tradujo el bibliotecario: “El dragón que se comió el sol lo cuenta la abuela Oma Yeyu, La niña de la calabaza lo cuenta el abuelo Jean Bernard… Pusimos la lista en la biblioteca y venían los abuelos y venían los niños. Entonces los pequeños se llevaban prestado un abuelo para que les contara un cuento. Porque no teníamos libros, pero teníamos abuelos y uno presta lo que tiene”.
En esos mayores por tanto tiempo silenciados también estaba la sombra de su abuela y el origen de todo este bonito proyecto. Una mujer que aprendió a callar por las circunstancias de su género y de su generación, que se mordía la lengua con aquellas historias que los ojos de su nieta reclamaban. Esa niña sin su “abuela cebolleta” aprendió que la cultura no puede ser la expresión solo de los más fuertes, de los conquistadores, de los copistas o amanuenses... La cultura es un instrumento democratizador que se crece en la diversidad, en el mestizaje y con esas pequeñas pizcas de sal que ponen los más frágiles, los invisibles, los silenciados, muchas veces con mejor talento. La cultura es también la del pequeño librero, la del artista callejero, la de la radio pirata o la del meme tuitero. La cultura es tu abuela manipulando a su antojo una receta o un viejo cuento.
Así nacieron los cuentos de la Serie Negra: “No es novela policiaca, son cuentos de negros”, nos explica la Ana editora. Y que, además, se van aclarando con el tiempo. Primero fueron los diolas del sur de Senegal, luego los saharauis de Tinduf hasta llegar a los albinos de Mozambique. Tres cuentos cuyos beneficios de autor se reinvierten en proyectos que demandan las propias comunidades: la alfabetización de mujeres silenciadas, más libros para la biblioteca de los refugiados saharauis o llevar 30 máquinas de coser a Matola, Mozambique.
Los cuentos nos hacen iguales
Cuenta también la filóloga que los primeros cuentos nacieron en el Neolítico, en la zona del Cáucaso, cuando el hombre empieza a cultivar la tierra y cambia el nomadismo por las cuevas. ”Alguien se sentó un día y tomó la palabra. Seguramente fue una mujer y contó un cuento”, puntualiza ahora Ana Griott. Allí fue donde se forjaron las raíces de los primeros dragones, el primer hombre del saco o las primeras princesas. Los cuentos también viajaron con las migraciones posteriores y mutaron según el clima y el folclore. Mariama y la serpiente pitón es un cuento rescatado de Senegal por Ana que es idéntico a otro de la cultura esquimal; solo cambia la ferocidad del oso polar por la astucia de la serpiente pitón. La rata valiente se transformó en presumida con el puritanismo europeo de principios de siglo y el Olentzero vasco de los Saturnales romanos se disfrazó de Santa Claus con tan solo cruzar el charco.
Al final los fantasmas de un esquimal son también los de un masái o un pigmeo, solo cambian sus disfraces. Los cuentos son un espejo donde reconocernos todos iguales con los matices efímeros que aporta el contexto. Por eso la esencia de nuestra especie no entiende de nacionalismos, razas ni fronteras. Esos cuentos son como los genes que se transmiten de generación en generación conservando la naturaleza que nos define y con pequeñas mutaciones que aportan diversidad y color pero sin restar talento. Genes que solo desaparecen si no encuentran un soporte vital para perpetuarse, como el papel de bosque sostenible de los libros de Ana Cristina Herreros, la voz que rescata los cuentos perdidos.
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Contenido adaptado del vídeo de Ana Cristina
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Las tradiciones orales de muchas comunidades en el mundo se están perdiendo. Ana creó la editorial Libros de las Malas Compañías, con la que ya ha recogido la voz de comunidades en Senegal, Mozambique, Colombia y el Sahara. Ha publicado más de 15 libros cuyos fondos se reinvierten en las mismas comunidades.
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(Ana Cristina) Había una vez una niña a la que no le contaban cuentos y tuvo que aprender a leer para escuchar los cuentos que no le contaban. Leyó tanto que acabó en la universidad y allí se encontró con un montón de libros en los que resonaban esas voces que ella no escuchó de niña y de pronto se encontró con la tradición oral y con la voz de la gente, y en esas voces reconoció las voces de su madre, de su abuela, de toda esa gente silenciada que habitó su infancia. Y a partir de ahí decidió que quería dedicarse a dar voz a la gente que no tiene voz.
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(Ana Cristina) Esa necesidad la llevó a África y allí escucha a la gente, escribe los cuentos de la gente y luego cuenta esos cuentos para hacerlos visibles y mostrar que ellos también tienen literatura, también tiene cultura, que ellos también son gente, gente que merece tener voz.
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(Ana Cristina) El Centro de Investigación por la Paz me pide que haga un trabajo de investigación de fuentes folclóricas para utilizar los cuentos como argumentos en mediación internacional. A nadie le importa lo que cuentan; entonces cuando tú te sientas a escucharles, cuentan y cuentan muchísimas cosas.
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(Ana Cristina) En África hay cultura, en África hay literatura, en África la gente canta, baila, toca, hace esculturas, vive, se solidarizan unos con otros y cuentan los mismos cuentos que cuenta una persona de Albacete, o de Murcia o de León.
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(Niña) Y así… acabó la historia, y ahora el ratón y el gato siempre… Por eso fueron tan enemigos.
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(Ana Cristina) Además de escuchar sus voces también con la venta de los libros que hacemos, con sus relatos, destinamos el porcentaje de autor a un proyecto cultural con ellos, que puede ser una biblioteca, pero también un centro ocupacional. La cultura es el motor de cambio que va a ser capaz de transformar este mundo y hacer de este mundo más humano, para que no nos olvidemos de quiénes somos, para que no nos olvidemos de a dónde vamos y para que no nos olvidemos de dónde venimos.
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(Ana Cristina) Porque un pueblo que no recuerda es un pueblo que repite su historia
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