"Volando me siento la reina del mundo"

Elizabeth Heilmeyer, una alemana de 56 años, se convierte en la primera discapacitada en conseguir la licencia de vuelo en España

Es difícil imaginar a Elizabeth Heilmeyer con rabia. Cuando esta mujer, alemana, de 56 años, habla lo hace con serenidad, pero también con el aplomo de quien ha repetido su historia una y otra vez. Salvo en un momento del discurso, cuando recuerda el accidente que le dejó parapléjica y por el que le retiraron, en 2003, su licencia para volar en España subida a un planeador. Entonces su voz tiembla, los ojos azulísimos se le empañan y los nervios afloran. "En ese momento te crees que se ha acabado todo", dice, "no crees que la vida pueda seguir y volver a ser feliz". La rabia e indignación de e...

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Es difícil imaginar a Elizabeth Heilmeyer con rabia. Cuando esta mujer, alemana, de 56 años, habla lo hace con serenidad, pero también con el aplomo de quien ha repetido su historia una y otra vez. Salvo en un momento del discurso, cuando recuerda el accidente que le dejó parapléjica y por el que le retiraron, en 2003, su licencia para volar en España subida a un planeador. Entonces su voz tiembla, los ojos azulísimos se le empañan y los nervios afloran. "En ese momento te crees que se ha acabado todo", dice, "no crees que la vida pueda seguir y volver a ser feliz". La rabia e indignación de entonces se convirtieron en empeño. Hace unos días, después de siete años de vaivenes por despachos y juzgados, Elizabeth recibió por correo una nueva licencia, la primera concedida en España a una discapacitada aficionada al vuelo sin motor.

Lleva volando "prácticamente toda la vida". En Alemania se escapaba para subir con amigos a escondidas porque sus padres no le dejaban. Su madre supo que le había desafiado desde los 20 años el día en que llegó al hospital de parapléjicos de Toledo para verla y aún esconde las fotos y maquetas que tiene en casa si le visita. Cuando le pidió a su hija que no lo volviese a hacer, Elizabeth le respondió que no podía prometerlo, "y no ha vuelto a preguntar". El 31 de mayo de 2003, cuando se preparaban ella y un amigo para elevarse, el motor del remolcador falló y el planeador cayó al suelo. Sabía que no había muerto, pero cuando descubrió que no sentía los muslos, el mundo se le vino encima.

Cuenta su historia en el salón de su casa madrileña, que tuvo que reformar para poder moverse en silla de ruedas, entre el trasiego y las prisas de un viaje que prepara esa misma mañana al aeródromo de Santa Cilia, en Jaca. Va en su propio coche y conducen ella y una amiga. "Para no cansarnos", dice. Esa es una de las razones por las que le costaba entender porqué no le dejaban volar a pesar de no mover las piernas: "A mi me da mucho más respeto la carretera. Si me equivoco y en vez de frenar acelero, la que puedo organizar es gorda, en el vuelo ni siquiera tienes un avión tan cerca".

En Alemania, Francia o EE UU, su caso no habría sido nada nuevo. En España, Elizabeth tuvo que enfrentarse a todo el departamento de medicina aeronáutica de Aviación Civil -dependiente del Ministerio de Fomento- para que la considerasen apta después de pasar el reconocimiento. Las largas que le daban se solucionaron con un proceso judicial. El 8 de agosto de 2008, el Boletín Oficial del Estado publicó la nueva normativa que le permitía a ella, y a cualquier otra persona con movilidad reducida, volar sola.

Ahí no acabó todo. Su expediente siguió dando vueltas. Y ella con él. Tuvo que esperar "un embarazo, nueve meses" a que la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre emitiese el papel en el que podían imprimir su certificado de aptitud. Volvió a la escuela de vuelo toledana de Senasa, en Ocaña. Repitió el curso como alumna. Convenció al instructor de que manejar el velero con el timón adaptado que sustituye a los pedales no era ningún problema. Y hoy, "por fin", vuelve a sentirse libre. "Volando me siento la reina del mundo", exclama, "no te das cuenta de que no puedes subir por unas escaleras".

Ahora defiende el vuelo sin motor como un deporte terapéutico del que se pueden beneficiar las 32 personas inscritas en la asociación fundada por Heilmeyer, Sillas Voladoras. "Hay gente con tetrapejia conscientes de que jamás se sacarán la licencia", explica. "Se creó para demostrar a la administración que no soy yo la única loca, sino que hay gente detrás que quiere volar". En España hay dos planeadores adaptados para uso público: uno en Ocaña y otro del club Nimbus, que vuela en Huesca. Elizabeth, sin embargo, se indigna al recordarlo. "Sacaron este avión a la administración de Aragón para que pudieran volar las personas con discapacidad y la única persona que lo ha volado hasta ahora, en el momento de las fotos, ha sido una chica con una pierna", denuncia, "el resto del tiempo el club lo utiliza como un avión más".

Ella no tiene ese problema. Junto a otros cinco amigos empeñó el dinero del seguro tras el accidente en comprar un avión adaptado. Una vuelta de tuerca para cerrar el círculo. El dueño era un parapléjico alemán que les vendió el aparato con 71 años, después de 30 años cruzando el cielo a pesar de no poder andar. Toda una inspiración para esta activista de carrera que llegó a Salamanca para estudiar Filología y se quedó para convertirse en pionera.

Elizabeth Heilmeyer, en el dormitorio de su casa en Madrid, donde tiene un pequeño altar dedicado a la aviación.L. J. V.