¿Vuelven los 2000? Por qué éste será (otra vez) el verano de los Strokes

Outkast y The Libertines también protagonizan retornos que prueban que la industria del revival tiene cada vez un metabolismo más rápido

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¿Se puede decir que un grupo "vuelve" cuando sacó un disco el año pasado? ¿Tiene sentido hablar de revival cuando dicha banda daba conciertos hasta hace apenas tres años? Las respuestas son sí y sí si esto es 2014 y hablamos de The Strokes. La industria de la nostalgia tiene un metabolismo cada vez más rápido, que engulle y digiere a toda velocidad. Y debido a eso y a los caprichos del zeitgeist resulta que el grupo del verano es uno que se hizo famoso en 2001. Desempolven sus vaqueros bootcut y saquen del armario las Converse all star que se pusieron… ayer...

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¿Se puede decir que un grupo "vuelve" cuando sacó un disco el año pasado? ¿Tiene sentido hablar de revival cuando dicha banda daba conciertos hasta hace apenas tres años? Las respuestas son sí y sí si esto es 2014 y hablamos de The Strokes. La industria de la nostalgia tiene un metabolismo cada vez más rápido, que engulle y digiere a toda velocidad. Y debido a eso y a los caprichos del zeitgeist resulta que el grupo del verano es uno que se hizo famoso en 2001. Desempolven sus vaqueros bootcut y saquen del armario las Converse all star que se pusieron… ayer. Resulta que vuelven los 2000.

El grupo que encabeza Julian Casablancas actuó el sábado pasado en el Governor's Ball, el festival con el que arranca el verano neoyorquino. Curiosamente, el otro gran nombre del del cartel funcionaba como otro revival prematuro, pero Outkast ya desinfló su propio soufflé durante el pasado Coachella, cuando decepcionaron a los asistentes por negarse a tocar sus hits –Dios sabe qué habrían hecho gruñones temperamentales como Van Morrison o Bob Dylan en esta época de audiencias con escasa paciencia en la que hologramas de muertos promocionan discos y Twitter sentencia si un concierto ha sido un éxito o no al minuto y medio de arrancar–. 

El Governor's Ball tan sólo se celebra desde 2011 en la pequeña isla de Randall, a un paso de Manhattan, pero ya se las ha arreglado para convertirse en una cita que sienta el tono para el resto del verano. Más urbano y todavía menos corporativo que Coachella, el festival se ha marcado tantos en su breve historia como el del año pasado, cuando Kanye West presentó allí varios temas de su álbum Yeezus. Los organizadores han dicho que desde su primera edición tenían tendida la mano a The Strokes para que acturan allí pero el concierto no se materializó hasta este año, que resultó ser el momento adecuado para marcar el inicio del revival. Esperen escuchar Last Nite en su bar moderno preferido en algún momento de los próximos dos meses.

Durante el fin de semana, era difícil abrir Instagram y no toparse con la camisa hawaiana que lució Casablancas en el concierto, o con la esponjosísima melena de Nick Valensi ondeando al viento. Su hijastra, la modelo y muchacha it Atlanta de Cadenet estaba entre la decena de famosos y allegados que colgaron una foto del concierto en esa red social. En su caso, desde el backstage, mientras que Gia Coppola le escribía: "Esto es la locura". "Llevo escuchándolos desde que tenía 13 años. Nunca creí que los vería en directo", comentaba otro usuario, como si celebrase el retorno de los mismísimos Smiths o como si la  banda no hubiera dado conciertos regularmente hasta 2011.

La camiseta de los Strokes, convenientemente vieja y lavada también parecía ser el uniforme requerido en aquella cita, hasta el punto que el blog Music Times escribió: "A pesar de que a la clientela del Gov's Ball se la supone hipster, docenas y docenas de asistentes no se han enterado de que está mal visto llevar la camiseta de la banda a la que vas a ver". El grupo arrancó con Barely legal y cerró con un bis de New York City Cops dentro de un set list lleno de éxitos añejos como Reptilia (si es que se puede llamar añejo a algo que suma poco más de una década). "Hasta que tocaron la canción Welcome to Japan se me había olvidado completamente que los Strokes sacaron un álbum nuevo, Comedown Machine, el año pasado", confesó el crítico de Entertainment Weekly. Lo hicieron, pero nadie pestañeó demasiado. Pitchfork le dio a ese álbum un 6,1 sobre 10 como nota y sentenció que el disco conseguía "hacer que los Strokes parecieran pardillos" y que sonaba "como Phoenix cuando intentaban sonar como los Strokes" (auch).

Además, Comedown Machine no fue acompañado de ninguna gira. Y, sin embargo, 14 meses más tarde, la actuación de los Strokes en Nueva York venía precedida de un hype que antaño (entiéndase: hace dos o tres años) se reservaba para las bandas que llevaban al menos una década sin tocar en directo. "Los Strokes vuelven a casa" era el titular más habitual. El propio Albert Hammond Jr., anticipándose a la mala fama que arrastran las giras de retorno (vistas como una manera de hacer caja), contestaba un poco a la defensiva en una entrevista reciente, comparándose con otra banda regresada de aquella década: "No veo lo nuestro como un retorno porque nunca nos llegamos a separar, así que es un poco distinto a lo de The LIbertines [que actuarán en el próximo Benicàssim]. La gente le da demasiadas vueltas. Tocas tu música y si a la gente le gusta y ganas dinero con eso, no veo dónde está el problema".

El dinero que menciona Hammond nunca fue precisamente un problema ni una motivación para los Strokes. Hijos de familias adineradas y bien conectadas (Hammond Jr y Casablancas se conocieron de adolescentes en el internado suizo de La Rosay), todo el mundo sabía que la mugre de sus zapatillas costaba una fortuna y aquello formaba parte de su leyenda. Cuando triunfaron con su álbum de debut, Is This It?, que el NME clasificó como "el mejor de la década de los 2.000" (frente a Rolling Stone, que le dio el segundo puesto), a la prensa musical, y a la prensa a secas, le sangraron los nudillos de tanto escribir que el éxito de su sonido garajero y sus canciones de 3 minutos tenían todo que ver con el sentimiento post 11 de septiembre. Ese álbum tenía que aparecer el día 25 de ese mismo mes pero se retrasó porque el grupo tuvo que sustituir New York City Cops, que entonces podía verse como poco patriótica.

A la banda se la declaró culpable de inaugurar el escapismo hipster (al hipster también le dieron su uniforme más duradero, chaquetilla de cuero incluida), pero ninguno de sus discos posteriores consiguió cuajar como aquel. "Toda esa ironía y desapego que encarnaban acabó creando un monstruo y volviéndose en su contra", escribió la web Flavorwire el año pasado, dándolos por finiquitados. Astutos como son, debieron ver que la mejor forma de permanecer relevantes es reciclarse en objeto de veneración vintage. Tocar sólo una canción reciente entre 12 antiguas y apelar a la nostalgia. En eso estuvieron más despiertos que Jack White, que también actuaba en el festival, pero sólo concedió a la galería dos canciones de su banda dosmilera, los White Stripes. Al fin y al cabo, como escribieron también en Pitchfork la semana pasada a propósito de la actuación de Television en el Primavera Sound, "es inevitable que tu banda preferida acabe reuniéndose y reviviendo sus días de gloria en un escenario mucho mayor que aquellos en los que solían tocar". Para un público que ya no quiere que le sorprendan, sólo quiere recordar. Aunque sea lo que hizo antesdeayer.

El Governor’s Ball se celebra en la pequeña isla de Randall, a un paso de Manhattan.

Cortesía de Governor’s Ball

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