Casarse con el trabajo: cuando hacer horas extras y no tener vida también es un problema amoroso
Trabajar ocho horas es una utopía para muchas personas que viven atrapadas en jornadas interminables. Además de afectar a su salud, estas espirales de trabajo infinito tienen consecuencias serias en la vida personal de los trabajadores que las sufren.
Desde la crisis del 2008, las jornadas maratonianas y las horas extra sin pagar han dejado de ser la excepción que daba mala fama a ciertos sectores profesionales, para convertirse casi en la norma. Nos hemos acostumbrado tanto a la precariedad y la inestabilidad laboral que, ahora, hacemos lo que sea por mantener ese contrato indefinido que necesitamos para alquilar un piso. Y con lo que sea, nos referimos a trabajar varias horas por encima de la jornada completa a costa de sacrificar nuestra vida personal, familiar y sentimental.
Aquellas que nos creímos el mantra de “estudia una carr...
Desde la crisis del 2008, las jornadas maratonianas y las horas extra sin pagar han dejado de ser la excepción que daba mala fama a ciertos sectores profesionales, para convertirse casi en la norma. Nos hemos acostumbrado tanto a la precariedad y la inestabilidad laboral que, ahora, hacemos lo que sea por mantener ese contrato indefinido que necesitamos para alquilar un piso. Y con lo que sea, nos referimos a trabajar varias horas por encima de la jornada completa a costa de sacrificar nuestra vida personal, familiar y sentimental.
Aquellas que nos creímos el mantra de “estudia una carrera y vivirás mejor que tu padres” nos damos hoy de bruces con una realidad muy distinta que describe a la perfección Sarah Jaffe en su libro sobre el desencanto laboral y donde el trabajo, lejos de dignificarnos, se cuela en nuestra vida íntima y la exprime hasta casi dejarnos sin tiempo ni espacio para lo propio.
“Mi experiencia trabajando para una firma de moda puede resumirse en una sola frase: no tenía vida. De lunes a viernes salía de casa a las siete y volvía a las nueve y media de la noche. Llegando del trabajo a esas horas, el ocio o el deporte por supuesto estaban descartados. Hacerlo suponía acostarme muy tarde e ir agotada a trabajar al día siguiente, algo que no me podía permitir”, relata Sofía de 33 años.
Durante los dos años que Sofía trabajó en Barcelona como diseñadora web reconoce haberse sentido sola y sin ganas de poner el foco en su vida privada: “Llegaba tan completamente agotada a los fines de semana que el cuerpo sólo me pedía cama y sofá. Cuando me quise dar cuenta, mi vida se había convertido en un bucle de trabajo extenuante de lunes a viernes y en dormir todo lo posible el finde para estar fresca el lunes y volver a rendir”, explica y añade que muchos fines de semana también le tocaba currar porque, “como nunca llegaba a los objetivos impuestos, intentaba adelantar cosas desde casa para no empezar la semana tan agobiada”.
En esta línea, hace tan sólo unos días la periodista Violeta Valdés preguntaba a sus 5.200 followers, a través de Instagram, si vivían o habían vivido algún tipo de precariedad laboral. Aunque hay experiencias y situaciones muy concretas, el denominador común de los más de 100 testimonios podría reducirse en jornadas de 11/12 horas, contratos temporales, becas eternas, falsos autónomos y el duelo de asumir que vivir de lo que has estudiado pocas veces es compatible con disponer de tiempo para tu vida privada y tener un salario digno
“Aunque en mi empresa era muy común que la gente estableciese relaciones afectivas con compañeros de trabajo, yo no quería eso. El perfil del hombre que había en mi empresa no encajaba para nada conmigo en lo que a objetivos y forma de ver la vida se refiere. Luego, dado que llegaba al fin de semana tan cansada, me daba mucha pereza perder el poco tiempo libre que tenía en conocer a gente nueva. Al final todos sabemos que estar en Tinder requiere tiempo. Hasta que das con alguien que merece la pena, tienes que quedar con mucha gente y, por aquel entonces, el escaso tiempo libre que tenía quería que fuese para mí”, subraya la diseñadora.
El ritmo laboral de Sofía no sólo le impedía detenerse en relaciones sexoafectivas, sino también desarrollar vínculos de amistad, básicamente porque casi todos sus contactos nacían del trabajo: “Cuando llegué a la ciudad quedaba con la gente de la oficina, pero conforme el trabajo me fue generando cada vez más ansiedad, quedar con los compañeros me resultaba muy tóxico. Hablaban todo el tiempo de las cosas que sucedían en la empresa y eso no me ayudaba a desconectar ni a salir del bucle ansioso en el que ya estaba inmersa”, expresa.
La edad media de emancipación en la Unión Europea se sitúa en los 26 años, mientras que en España el 64% de los menores de 34 años todavía vive con sus padres, según el último informe sobre la juventud elaborado por InJuve. Sin embargo, hay personas que pese a todo, prefieren pagar un piso compartido a cambio de ganar en independencia vital y personal. Este es precisamente el caso de Carolina, una actriz de 28 años que trabaja 14 horas diarias para poder pagarse una habitación y los gastos básicos del día a día.
“Vivo por y para trabajar porque si quiero vivir sola no me queda otra opción. Curro de muchísimas cosas con tal de mantener esa habitación propia que tanto necesito para poder llevar a cabo mínimamente mi vida”, señala Carolina quien, tras estudiar Traducción e Interpretación, se gana la vida dando clases particulares y participando en diversos proyectos teatrales.
“Trabajo de lunes a domingo. Entre semana se me van unas 14 horas diarias entre clases y proyectos no remunerados. Aunque aproximadamente unas seis o siete horas están dedicadas a impartir clases de inglés, de español o de canto, el resto del tiempo lo invierto en desplazarme al domicilio de los alumnos y en trabajar en mis guiones y proyectos personales ligados a la interpretación”, explica y añade que aunque trabaja muchas horas, vive más tranquila que cuando tenía pareja.
“Antes de dejarlo con mi novio estaba mucho más agobiada porque el hecho de que yo trabajase tanto era una fuente constante de discusiones. Cuando venía a verme, la mayor parte del tiempo yo tenía que ensayar o preparar clases, algo que él no compartía. Ahora que estoy sola vivo más tranquila porque no tengo que dedicar tiempo a otra persona que no sea yo. De hecho, mi compañera de piso no para de decirme que tengo que hacerme Tinder y yo siempre le respondo que, en todo caso, será en verano porque ahora no me da la vida para más. Ahora mismo para mí las citas serían un dolor de cabeza, algo más en lo que pensar”, opina.
Más de la mitad de los 2,5 millones de jóvenes que están empleados tienen contratos temporales, según los últimos datos de la EPA de 2020. Una cifra que emparenta con un estudio realizado por el gabinete económico de CCOO un año antes. En 2019, se firmaron en España 2,3 millones de este tipo de contratos, pero al acabar el año, solo 1,4 millones seguían vigentes. Esta realidad evidencia que en nuestro país hay personas haciendo lo imposible por mantener un contrato indefinido, a pesar de que, actualmente, sólo la mitad de éstos duran más de dos años.
Si no fuese porque también vive por y para su trabajo, Azucena sería una de esas personas que se sienten afortunadas por tener un contrato indefinido: “Mi puesto me exige trabajar 11 horas de lunes a jueves. A pesar de que los viernes la jornada se queda en 9 horas, son muchos los fines de semana que me toca echar horas de más, con el malestar que eso genera en mi vida personal y sin contar con una remuneración extra”, describe esta técnico de comunicación de 30 años.
Debido al estresante ritmo laboral al que está sometida, Azucena acude a terapia y toma medicación para la ansiedad porque ha llegado a sufrir varios ataques de pánico con taquicardias: “Muchas veces me he preguntado por qué sigo manteniendo un trabajo en el mundo de la consultoría cuando sé que prima la cultura del exceso y la esclavitud a cambio de una subida salarial. Y a pesar de que el trabajo invade mi vida privada y contribuye a generar discusiones y malestar con pareja y familia, no me atrevo a dejarlo o cambiar. Son tiempos muy turbulentos y no tengo claro que otras empresas del sector me ofrezcan mejores condiciones económicas”, detalla.
“Creo que una personalidad como la mía, que me gusta hacer bien las cosas y llegar al nivel de exigencia que me piden es muy tóxica en un entorno laboral en el que sólo piden, piden y piden. Además de las nueve-diez horas que estoy presencialmente en la oficina, muchas veces tengo que conectarme al llegar a casa, lo que hace que acabe respondiendo correos y trabajando fuera de horario. Y ahí está el problema: la continua conexión a dispositivos móviles te crea cierta obligación de estar siempre disponible y, por tanto, nunca eres capaz de desconectar de la vida laboral. Hay ocasiones en las que, mientras estoy cenando con mi pareja suena el teléfono y tengo que cogerlo sí o sí porque es mi jefe y sé que la consecuencia de no responder es peor. Y aunque siempre está quien dice: apaga y desconecta, llevarlo a la práctica no es tan sencillo, por mucho que te genere discusiones o problemas de pareja”, explica Marcos, social media de 28 años que reconoce estar harto de que su empleo se interponga en su vida privada.
Situaciones como las que describen Marcos o Azucena hacen que cada vez más personas acudan en busca de soluciones que les ayuden a lidiar con las consecuencias emocionales que sufren debido al modelo laboral actual: “Existen numerosos riesgos psicosociales en el entorno laboral que conducen a desarrollar problemas de carácter psicológico y emocional. Y el problema es que no todo el mundo puede invertir dinero en restablecer esta parte de su salud. Con la situación de precariedad laboral que existe hoy en día, ¿quién puede acudir a un psicólogo en una consulta privada? No todo el mundo puede costeárselo y el servicio de salud mental público solo puede dar respuesta a casos de cierta gravedad y con una frecuencia entre sesiones que deja mucho que desear”, relata Constantino Menéndez, psicólogo en Medra Psicología.
Pero las consecuencias de este nuevo marco laboral, donde parece que vivir para trabajar va camino de convertirse en la norma, no sólo toman forma de crisis de ansiedad o problemas de pareja, sino que también afectan de forma directa a la posibilidad de desarrollar un proyecto de vida más allá de la pareja.
Si 2019 supuso un récord histórico en lo que a la caída de los nacimientos se refiere, 2020 reafirmó la tendencia con fuerza. Según apunta Teresa Castro, demógrafa del CSIC, el 29% de las mujeres que tenían pensado ser madres en 2020 decidió posponerlo, mientras que un 50% lo descartó por completo debido a la incertidumbre y las condiciones laborales. Una realidad que Carolina, la actriz catalana que trabaja 14 horas diarias, menciona a la hora de hablar de su situación personal actual: “Últimamente pienso mucho en la maternidad porque siempre había pensado que quería serlo, pero de repente va pasando el tiempo y veo que es algo inviable, que es como una quimera, algo que sólo haría si tuviese la vida muy resulta. Casi diría que veo la maternidad como una cosa de ricas, que sé que no es así porque hay gente que se apaña como puede, pero yo lo veo inviable”, comenta Carolina.
En esta línea, la encuesta realizada por el INE en 2018, señalaba precisamente las condiciones laborales y económicas como la razón de peso que llevaba al 90,5% de las mujeres de entre 30 y 34 años a no tener hijos en ese preciso momento y al 84% de aquellas que tienen entre 35 y 39. “Si a duras penas puedo sustentarme económicamente a mí misma, ¿cómo voy a plantearme gestionar ser madre y dedicar un dinero y un tiempo que no tengo a otra persona? Lo veo imposible e incompatible con ser mínimamente feliz dadas las condiciones que tenemos. Y esto no sólo un problema mío, sino algo que veo todo el rato en amigas y compañeras”, concluye.
*Los nombres de trabajadores utilizados en este reportaje son ficticios para salvaguardar la intimidad de los protagonistas que han participado en él.