Hillary ya no se esfuerza en caer bien (y eso es una buena noticia)
La candidata demócrata demostró en el debate que ya no le preocupa aparecer como ‘repelente’ o ‘sabelotodo’ y que ha entrado en otra fase en su compleja relación con el público estadounidense.
No conviene dejarse engañar por la sonrisa forzada que exhibió a lo largo de todo el debate. Hillary Clinton fue a matar en su primer cara a cara televisado contra Donald Trump y lo último que pretendía era pedir disculpas o caer bien. No evitó pavonearse cuando se marcaba un tanto, con su ya famoso movimiento de hombros, no dudó a la hora de exhibir su superioridad intelectual ante un Trump fuera de sí y, sobre todo, no le importó arriesgarse a parecer “repelente” o...
No conviene dejarse engañar por la sonrisa forzada que exhibió a lo largo de todo el debate. Hillary Clinton fue a matar en su primer cara a cara televisado contra Donald Trump y lo último que pretendía era pedir disculpas o caer bien. No evitó pavonearse cuando se marcaba un tanto, con su ya famoso movimiento de hombros, no dudó a la hora de exhibir su superioridad intelectual ante un Trump fuera de sí y, sobre todo, no le importó arriesgarse a parecer “repelente” o “sabelotodo”, dos cualidades que casi son de agradecer en un líder pero que pueden resultar muy penalizables entre algunos sectores del electorado y que son letales si el que las exhibe es una mujer.
Se puede decir que su actitud durante el debate fue una versión más televisable de sus famosas once horas de testimonio ante una comisión del Congreso por lo sucedido el 11 de septiembre de 2012 en Benghazi, cuando una milicia islámica atacó la sede diplomática de Estados Unidos en la ciudad libia causando cuatro muertos, entre ellos el embajador. Allí ya tuvo momentos como la risa que soltó cuando una congresista republicana le preguntó si la noche de los hechos había dormido sola o como cuando le espetó a otro republicano, Peter Roskam, que “podía hacer más de una cosa a la vez”. La propia Clinton aludió a esa maratoniana sesión cuando Trump cuestionó si tenía suficiente aguante para ser presidente, en uno de los muchos ataques que se le volvieron en contra.
Pero la ex Secretaria de Estado no siempre ha exhibido esa indiferencia por lo que el público pueda pensar de ella como persona. Durante sus reñidas primarias con Barack Obama en 2008, Hillary Clinton se esforzó en más de una ocasión a mostrarse vulnerable. En New Hampshire contestó una pregunta bastante blanda de una señora del público –“¿Cómo lo hace para salir de casa cada mañana?”– y a mitad de la respuesta rompió a llorar y admitió que esas elecciones eran “muy personales para ella”. Planeado o no, el llanto llegó en el mejor momento, tras haber perdido Clinton las primarias en Iowa, y le ayudó para ganar en ese estado. La columnista del New York Times Maureen Dowd se preguntó en una columna si la precandidata podía “llorar hasta llegar a la Casa Blanca”. En esas mismas primarias se produjo otro momento cumbre en la narrativa interminable sobre el carácter de Clinton. El moderador del último debate le preguntó a la entonces senadora por su “likability problem” y ella contestó bajando la cabeza que eso hería sus sentimientos. Obama tuvo ahí uno de sus más recordados pasos en falso, cuando le soltó sin ni siquiera mirarla que ya “caía lo suficientemente bien”, viniendo a decir que caía fatal.
En este ciclo electoral, el famoso “likability problem” se ha abordado de manera distinta, pero eso no ha librado a la candidata de leer artículos como este de David Brooks en el New York Times de hace apenas unos meses titulado ¿Por qué cae mal Hillary Clinton? en el que le recomendaba mostrarse menos “adicta al trabajo”, “maquiavélica” y “hambrienta de poder”. Ya ganada la nominación, en la Convención Demócrata, se encargó a Bill Clinton la tarea de hacerla humana. Éste pronunció un discurso larguísimo repasando anécdotas de sus muchos años de relación, desde que dio unos golpecitos en el hombro de la chica de “grueso pelo rubio, ganas enormes y nada de maquillaje” tras una clase de Derechos Civiles hasta que llevaron a Chelsea a la universidad y él se aguantaba las lágrimas mientras que ella buscaba más cajones para forrar. El discurso, que no pasará a la historia como uno de los mejores del ex presidente, no tuvo la acogida esperada y a partir de ahí la campaña parece haber entrado en otra fase.
Quedan apenas semanas para las elecciones, el oponente de Hillary Clinton es el candidato menos cualificado y más peligroso que se recuerda y ya no hay tiempo que perder haciendo pasar a la candidata por lo que no es. Es más, Clinton se siente empoderada para hablar del elefante en la habitación y explicarlo como lo que es, una muestra más de sexismo. En un post que colgó el pasado 8 de septiembre en la popular web Humans of New York –una herramienta de viralidad que también utilizó Barack Obama– la candidata admitió que se la percibe como “fría y poco emotiva” porque de joven aprendió a “controlar sus emociones”. “He aprendido que puedo ser bastante pasional en mis discursos. Me encanta mover los brazos, pero al parecer eso asusta a la gente. Y no puedo alzar la voz porque entonces quedo como ‘muy gritona’ o ‘muy áspera’ o ‘demasiado esto’ o ‘demasiado aquello’. Lo cual es gracioso porque siempre estoy convencida de que a la gente de la primera fila le encanta”. Ahí, admitía que no tiene las capacidades oratorias y el encanto de Obama o de su marido, pero a la vez, en un giro menos cándido, añadía: “he visto cuánto trabajan ellos dos en su entrega y en su percepción pública”. Eso, dice, es más difícil para las mujeres porque “no hay modelos. Si quieres presentarte al Senado o a presidenta, la mayor parte de tus modelos serán hombres”.
El problema de caer o no caer bien no cesará si gana las elecciones. Al contrario, tendrá por delante cuatro años (y entonces, lo más probable, una reeleción) de índices de aprobación, pero ya no tendrá mucho sentido que vuelva a camuflarse. Hillary se ha soltado y ahora no solo “mueve los brazos”, ahora mueve los hombros.