¿Silicon Valley o ‘El lobo del Wall Street’?: orgías, negocios y pastillas con el logo de Facebook
Emily Chang, periodista de Bloomberg especializada en el sector tecnológico, ha invertido dos años en investigar para su libro Brotopia las fiestas salvajes en el valle tecnológico de EEUU.
La invitación suele llegar vía Facebook, Snapchat (mejor, porque se destruye pronto) o vía boca-oreja. Si hay indicaciones escritas, no habrá nada que indique un desparrame fuera de lo normal, para evitar filtraciones, pero todo el mundo sabe de qué tipo de fiesta se está hablando. Suelen tener lugar en las mansiones de los altos cargos de Silicon Valley, en una segunda residencia en el valle de Napa o frente a la playa o incluso en un yate en Ibiza, y en ese caso la juerga dura una semana.
Al contrario que en cualquier consejo de administración, o que en cualquier reunión de trabajo de...
La invitación suele llegar vía Facebook, Snapchat (mejor, porque se destruye pronto) o vía boca-oreja. Si hay indicaciones escritas, no habrá nada que indique un desparrame fuera de lo normal, para evitar filtraciones, pero todo el mundo sabe de qué tipo de fiesta se está hablando. Suelen tener lugar en las mansiones de los altos cargos de Silicon Valley, en una segunda residencia en el valle de Napa o frente a la playa o incluso en un yate en Ibiza, y en ese caso la juerga dura una semana.
Al contrario que en cualquier consejo de administración, o que en cualquier reunión de trabajo de la industria tecnológica, hay muchas más mujeres que hombres, como el doble, para que ellos tengan donde escoger. De hecho a las invitadas no se les permite traer a hombres, pero sí tantas mujeres atractivas como logren convencer. Ellos por lo general multiplican varias decenas de veces las ganancias de ellas, que a menudo no trabajan exactamente en las empresas tecnológicas sino en los sectores que se alimentan de ellas, como el inmobiliario o los servicios de estilo de vida. Algunas de estas fiestas son orgías casi straight edge, sin apenas drogas o alcohol, y en otras circula con ligereza la cocaína, el éxtasis y el MDMA, a veces con forma de logo de las empresas más populares del valle. De las mujeres se espera que participen en tríos con otras mujeres, pero para ellos cualquier atisbo de homo o bisexualidad está mal visto.
Todo esto se lo han contado más de 20 habituales de este circuito a Emily Chang, periodista de Bloomberg especializada en el sector tecnológico que ha invertido dos años en investigar para un libro, Brotopia, que se publica en Estados Unidos el próximo febrero y en el que Chang se plantea hasta qué punto estas actividades de fin de semana afectan (o son directamente lo mismo) que lo que pasa en las empresas más poderosas del planeta de lunes a viernes. No se trata de contar cotilleos de personas adultas (y millonarias) que pueden hacer lo que quieran con consentimiento sino de analizar hasta qué punto se parece el actual Silicon Valley a El lobo de Wall Street.
En un extracto del libro que adelanta Vanity Fair, la periodista apunta que “las mujeres que participan en estos eventos están a menudo marginadas, incluso si lo hacen según su propia voluntad” y cita, por ejemplo, a una inversora que asegura que “las mujeres se suman porque así mejoran sus vidas. Son el lumpen de Silicon Valley”. O repite el relato de una invitada a una “fiesta en el fin del mundo” (en realidad: en casa de un inversor millonario) a la que había que ir vestido de “safari chic, estilo tribal o de glamazona aventurera”. Una vez allí, se sintió incómoda después de que uno de los asistentes intentase acostarse con ella delante de su mujer, también presente –son frecuentes las parejas abiertas– y se pasó toda la fiesta tratando de escapar del tipo, el fundador de una empresa relevante. “Esta escena está dominada por el dinero y por el poder. Hay un problema de abuso de poder y no lo volvería a hacer”, le dijo a Chang.
Una de las pocas fuentes que sí habla con nombres y apellidos es Esther Crawford, una emprendedora que ha sido pareja (abierta) de Chris Messina, el inventor del hashtag, y que dice que en Silicon Valley no se toleran los mismos comportamientos sexuales para los hombres que para las mujeres. Cuando estaba tratando de encontrar fondos para una app llamada Glmps fue a cenar con un “inversor ángel”, que le dio 20.00 dólares e inmediatametne trató de besarla, sin que ella le hubiera dado indicación alguna de que quería algo. “Este inversor sabía de su apertura sexual y no podía pensar en ella como una emprendedora y no como un rollo potencial. Este encuentro del precio que pagan las mujeres por participar de esta escena”, cree Chang. Otra empleada le contó una historia similar tras haberse encontrado con su jefe en una fiesta “recibiendo una felación de una mujer atada a un banco de sadomaso que estaba siendo penetrada analmente por otro hombre”. Nunca hablaron del tema pero el jefe se encargó de hacer correr en la empresa (Google) que a ella “le gustaba ese tipo de cosas”. “La confianza sólo funciona en una dirección y el estigma para una mujer es mucho más alto. Se supone que estamos en una industria donde todo el mundo es abierto y tolerante pero el castigo sigue siendo mucho más alto para nosotras”, reflexiona la mujer, bajo el nombre ficticio de Ava, y que dejó la empresa poco después de aquel incidente.
Los hombres que consulta Chang por lo general justifican el sistema asegurando que nadie obliga a nadie a hacer algo que no quieran, pero abundan en el estereotipo de lo que llaman “founder hounders”, perseguidoras de fundadores o cazafortunas de toda la vida. Según dicen los entrevistados por Chang, a medida que se acerca el momento de la venta de una empresa y el emprendedor en cuestión está a punto de convertirse en millonario, crecen exponencialmente su atractivo y sus posibilidades de conseguir sexo sin pagar (directamente) en Silicon Valley, por lo que suelen advertirse entre ellos de qué mujeres, creen, son unas interesadas. La cultura del hombre rico/mujer buscona está tan extendida que incluso a las empresarias e ingenieras que trabajan en el sector suelen felicitarles, cuentan en el libro, por tener a su alcance opciones de matrimonio tan atractivas.
Según la emprendedora digital que se esconde bajo el nombre de “Ava” son esos hombres tan temerosos de ser cazados los que exhiben su riqueza en sus perfiles de Tinder y planean citas extravagantes con el fin de ostentar su poderío económico. A partir de al tercera o la cuarta, por muy bien que parezcan ir las cosas, es habitual que corten la relación con un argumento muy repetido: “no perdí la virginidad hasta los 25, ahora tengo 33 y estoy compensando el tiempo perdido”. El tópico del nerd con poca vida sexual y social parece estar vigente aún, según explica la autora de Brotopia. “Muchos de los números uno de Silicon Valley tienen en algo en común: una adolescencia ausente de contacto con el sexo opuesto”, escribe, y cita el testimonio de un vicepresidente de empresa, casado, que describe sus años púberes jugando a videojuegos, sin citas ni novias hasta los 20 años. “Ahora, para su sorpresa, se encuentra a si mismo con un círculo de amigos aventureros del sector de la tecnología con dinero y recursos para explorar todos sus deseos. Tras años de represión, está viviendo su fantasía y su mujer está ahí apoyándole”.
En medio de este clima, el huracán #MeToo está alcanzando el sector techie. En junio del año pasado, seis mujeres acusaron al fundador de Binary Capital Justin Caldbeck, de “hacer avances inapropiados” en una reunión de negocios y durante el verano dimitieron de sus puestos el fundador de una incubadora de startups, Dave Mclure y el presidente de la financiera SoFi, acusado de una ristra de casos de acoso sexual. A un inversor que estuvo entre los primeros socios de Uber, Shervin Pishevar, también se le acumulan las querellas. La empresa de alquiler de coches está en el centro del escándalo desde que una ex empleada, la ingeniera Susan Folwer, publicase el febrero pasado un post sobre su “extraño año” en la empresa, que incluyó acoso sexual y discriminación institucional. Denunció a su jefe a Recursos Humanos y desde allí le contestaron que se buscase otra empresa, algo que ya debían estar haciendo muchas otras empleadas, porque en sus escasos meses allí el porcentaje de mujeres en la plantilla descendió del 25 al 6%.