Koché y otras cuatro marcas que están revolucionando la moda de París
Una nueva generación de diseñadores está transformando la moda que llega de la capital francesa, una pasarela todavía dominada por los grandes grupos de lujo.
Hubo un tiempo, no hace tanto, en que muchos habrían pensado que era posible vivir y crear eternamente anclados en el cliché. Al fin y al cabo, París siempre ha sido la gran capital. La cúspide de la carrera de un diseñador. La confirmación del talento tras años de experimentación en… ¿Londres quizá? Y la promesa de jubilación en una gran maison –cuando ser director creativo era un trabajo que se alargaba más de tres años–. Pocas veces París ha sido una incubadora. Nunca desde que los grandes grupos de lujo dominaron y uniformaron la semana de la moda. Los seis de Amberes fueron los ú...
Hubo un tiempo, no hace tanto, en que muchos habrían pensado que era posible vivir y crear eternamente anclados en el cliché. Al fin y al cabo, París siempre ha sido la gran capital. La cúspide de la carrera de un diseñador. La confirmación del talento tras años de experimentación en… ¿Londres quizá? Y la promesa de jubilación en una gran maison –cuando ser director creativo era un trabajo que se alargaba más de tres años–. Pocas veces París ha sido una incubadora. Nunca desde que los grandes grupos de lujo dominaron y uniformaron la semana de la moda. Los seis de Amberes fueron los últimos. Sin embargo, una nueva generación de diseñadores –con Glenn Martens, Christelle Kocher y Simon Porte a la cabeza– está haciendo tambalear el viejo sistema, conservador y corporativo. Es el denominado efecto Vetements. Pioneros de estilo que dan auténtico significado al concepto prêt-à-porter, los diseños de estos creativos no se quedan en la pasarela. Promueven la deconstrucción de la ropa de calle, en una oda a la funcionalidad y la diversidad que se respira en las principales urbes del mundo. Porque, aunque son marcas francesas, su visión trasciende las fronteras.
Christelle Kocher, Koché – La couturier de la calle
«Estoy trabajando en la colección crucero de Chanel», explica Christelle Kocher, que reparte su tiempo entre la dirección creativa de Koché, la marca que lanzó en 2014, y la dirección artística del plumajero y florista Lemarié, un virtuoso taller artesanal de París, fundado en 1880, que elabora a mano pedidos para maisons como Valentino, Givenchy o Schiaparelli. «Es intenso, pero inspirador», evalúa. Entró en este obrador de belleza hace siete años, para inyectar nueva energía y actitud a un oficio en vías de extinción. «Cuando llegué, éramos apenas 17; ahora somos cien en la compañía», descubre. Antes pasó por Chloé, Dries Van Noten, Martine Sitbon o Bottega Veneta. «Pero sentía la necesidad de poner en marcha un proyecto más personal. Y quería hacerlo a mi manera. Para mí era importante ser capaz de financiar mis ideas». ¿Había llegado el momento de elegir e independizarse? «Tampoco quería renunciar al privilegio de trabajar en Lemarié. Creo que son actividades complementarias. Porque Koché es, en realidad, una reflexión sobre la tradición francesa. Un diálogo entre el mundo de la alta costura y la cultura street».
El antiguo cliché francés perdió ese «je ne sais quoi» hace tiempo. La gente no se siente identificada con los viejos estereotipos. «Koché bebe de lo que sucede en la calle. No solo en París, sino en el mundo. Sinceramente, ni siquiera creo que la mía sea una marca francesa. Prefiero creer que mi voz es global. Estudié en Londres [en Central Saint Martins], he vivido en Italia, Francia, Bélgica… Cuando estaba en Bottega Veneta, pasaba una media de diez días al mes en Nueva York, en el estudio de Tomas Maier», enumera la francesa, finalista del premio LVMH 2016. Sus desfiles –más cercanos a una performance que a una pasarela convencional– reflejan la realidad social que, desde los años 60, con las migraciones hacia Europa, han construido un nuevo modelo, más diverso, de ciudadanía. «No estamos hablamos de minorías, sino de gente creativa. En nuestro casting hay una chica argelina, otra marroquí… Solo tienes que caminar por París para comprobar que la comunidad africana es muy importante, también la asiática y la magrebí…»
Presentó su colección primavera-verano 2017 en el centro comercial Forum des Halles. Todos sus desfiles están abiertos al público. «La moda es un intercambio. Nada de elitismos ni requisitos esnob. Ya es hora de cuestionar el sistema. Se trata de compartir el momento con todo el mundo. No solo con la gente de la moda». Sumar, en lugar de restar. Añadir puntos de vista. Ampliar el vocabulario estético. Y multiplicar las categorías. «Streetwear, costura, prêt-à-porter… En esa mezcla buscamos la armonía o desarmonía. Unas zapatillas, con un pantalón de chándal y un top con un maravilloso bordado de plumas y lentejuelas». Para Christelle, palabras como ‘moderno’ carecen de significado. «Es un término demasiado vago. No existe una única definición. De hecho, quizá lo moderno sea eso: abrir la puerta a múltiples interpretaciones».
Simon Porte, Jacquemus – La emoción estética
«La moda es poesía», insiste Simon Porte. Dicho así puede parecer una visión más bucólica que realista de un negocio que se alimenta del consumo. «Vendo poesía», puntualiza. Ha aprendido que la moda también es una espada de Damocles. Cuando la crítica te señala como «el diseñador del momento», sabes que un año después, cuando el hype se haya desinflado, esa etiqueta recaerá en otro afortunado y los elogios se irán con él. Tienes que rentabilizar el momento. Y como Simon, traducir el fenómeno en un negocio valorado en más de cinco millones de euros.
Forma parte del grupo de dj Clara 300 (dj, musa de Porte y colaboradora de Vetements), Demna Gvasalia y Lotta Volkova (director y estilista, respectivamente, de Balenciaga y Vetements). Juntos han cambiado la cara (y el alma) de la moda de París desde abajo. Creció en una granja en el sur de Francia [en Lubéron]. Se mudó a París en septiembre de 2008. Tenía 18 años. Un mes después falleció su madre en un accidente.
Un revulsivo que le dio fuerza para luchar. «Si no hubiera ocurrido, quizá no estaría aquí». Ese año fundó su marca, con el nombre de soltera de su madre. La única financiación externa que ha recibido son los 150.000 euros que se llevó con el premio LVMH 2015.
«Con la distancia, he descubierto que mis diseños son autobiográficos: hablan de mis vacaciones, de mi madre, de mis recuerdos…», confesó en una entrevista con Olivier Zahm, de Purple. Hay retazos de cultura folk provenzal y de su admiración por Lacroix, un halo de romance melancólico y pinceladas de Picasso. Poesía en una camisa blanca. «Para mí es imposible crear un patrón mecánicamente. Incluso en una simple camisa hay un grano de verdad, una persona, una historia». Autodidacta e independiente, el lanzamiento de su marca coincidió con el boom del comercio digital [vende en gigantes como Net-a-porter o Mytheresa]. Las redes fueron un buen aliado. También el e-mail. Escribió y acosó a nombres pesados del circuito hasta conseguir que se acercaran a ver sus diseños. «Iba al Jardín de las Tullerías durante la semana de la moda y paraba a la gente por la calle. Emmanuelle Alt tiene un vídeo en el que la paro. Podía ser muy insistente», admite. Pero un año después de aquel encuentro, consiguió un reportaje de dos páginas en la edición francesa de Vogue. Su desfile es ya uno de los más concurridos y emotivos del circuito.
Glenn Martens, Y/Project – Construcción ecléctica
Asumió la dirección creativa en 2013. Apenas tres años después, Y/ Project se había convertido en una de las etiquetas mimadas del renovado circuito parisino. Lo que para cualquiera parecería un ejemplo de éxito fulgurante, en la industria de la moda, sometida a un ritmo tan frenético como asfixiante, se describe como un largo proceso. «En realidad, fue una transición lenta», opina el propio Glenn Martens. «Cuando llegué, la marca tenía solo colección masculina; la estética era mucho más oscura, e incluso gótica; no había muchos puntos de venta y los datos económicos tampoco eran alentadores. Sin olvidar que el fundador de la firma, el diseñador original [Yohan Serfaty], acababa de fallecer. Y tomar las riendas de un equipo que está de luto no es fácil», reconoce este belga, que fue el primero de su promoción en 2008, cuando se graduó en la Real Academia de Bellas Artes de Amberes.
«Supongo que funciona porque no hay dobles lecturas. Las prendas invitan a jugar. Eso es todo. De manera que la gente puede interactuar y hacer suya cada una de las piezas. No hay mensajes políticos ni simbolismos pretenciosos. La ropa puede ser una herramienta de mera diversión», teoriza. «Ya tenemos demasiados creativos con grandes egos en el mercado, anunciando que van a cambiar las reglas del juego, con pomposas declaraciones de intenciones. Sinceramente, no necesitamos oráculos ni consultores. Ese es el milagro de la moda. En el fondo, nadie tiene la fórmula secreta del éxito». El instinto guía el camino. «Diseñar es un proceso emocional. A menudo resulta difícil explicar con palabras por qué una propuesta es buena y otra, no».
Como en Instagram, su muro de inspiración es un collage visual en el que todo tiene cabida: referencias étnicas, históricas, culturales… «Incorporamos todo lo que nos gusta. El resultado es ecléctico: tienes un vestido transparente al lado de un traje sastre, o una chaqueta bómber junto a un body muy sexy…» Es uno de los múltiples retratos robot de los nuevos tiempos, heterogéneos y revueltos. «Igual que la sociedad nos obliga a ser hombres-orquesta –y a desarrollar mil y unas tareas–, la moda debe ser versátil». Además de camaleónica y antiaging. «Mi abuela, de 90, lleva Y/Project; también los clubbers adolescentes.»
Martens nació en Brujas, la pintoresca ciudad de Flandes (Bélgica). «Cuando creces en un entorno de uniformidad como ese, es normal obsesionarse con una estética más clásica al principio. De joven me atraían aquellos creativos que esbozaban la forma más pura de belleza, como Dries Van Noten o la alta costura de Galliano. ¡Todavía recuerdo su colección Madame Butterfly!», menciona. Hasta que cumplió los 30, y descubrió su fascinación por la antítesis del canon clásico, aquella tendencia que explora lo feo, lo extraño, lo diferente, la belleza que nace de la tensión… «Hoy en el lujo todo es posible. ¿Por qué no?» La revolución de la década es la comodidad; «la sofisticación de la ropa street, que de verdad entiende cuál es el estilo de vida del consumidor actual».
El trayecto en metro de su casa al estudio, en el centro de París, enciende su motor de búsqueda creativo. «Analizo cómo va vestida la gente, fantaseo en qué medida una prenda determina su actitud». Ese el punto de partida. Después entra en juego el lado más técnico. «Aunque nunca he ejercido, estudié Diseño de Interiores. Me obsesiona la construcción. Paso gran parte del tiempo buscando y desarrollando técnicas que me permitan proyectar una imagen nueva, una perspectiva distinta. No vamos a inventar nada. Tenemos un torso, dos brazos y dos piernas. Así que poco podemos hacer que no se haya hecho ya. Lo importante para mí es reapropiarse de los códigos existentes y darles la vuelta. Proponer un nuevo punto de vista», zanja este belga.
Tuomas Merikoski, Aalto – El mensaje nórdico
La transformación del negocio hacia un modelo más responsable y sostenible es un camino de no retorno. «Es la única opción. No quiero seguir en esta industria si dentro de 20 años no ha sido capaz de modificar sus procesos», denuncia Tuomas Merikoski, fundador de la firma franco-finesa Aalto (2015), que en su última colección incorporó plumíferos reciclados. «Ha llovido mucho desde que llegué a la capital francesa, hace 15 años. Durante mucho tiempo, el poder ha estado en manos de los grandes grupos de lujo. Su omnipresencia ha silenciado el intento de cualquier joven por llamar la atención de prensa y compradores. Sin embargo, el consumidor –como la pasarela– está hoy más abierto a comprar etiquetas y emprendedores emergentes. Es un cambio que va más allá de la moda; se percibe también, por ejemplo, en la escena gastronómica. París es más internacional y cosmopolita».
Es consciente de que habría sido imposible lanzar su marca en Finlandia; «sencillamente, el país no tiene la infraestructura ni el apoyo comercial necesarios». Sin embargo, su marca bebe directamente de la cultura nativa. «Es mi visión de la identidad local, su estética y sus contrastes, desarrollados con el know-how francés». Las siluetas son arquitectónicas, pragmáticas, directas. A veces ambiguas, extrañas, «con un punto de locura», advierte este creador, que pasó ocho años en Givenchy y seis en Louis Vuitton, donde trabajo junto a Kim Jones (director creativo de la colección masculina). «Aprendí cómo funciona el negocio», reconoce. «Con la nueva generación de creativos, también las grandes maisons han entendido que la creatividad no puede ser ajena a la realidad. Tienes que ser creativo y comercial».
Antonin Tron, Atlein – Máxima especialización
Es uno de los ocho finalistas de la última edición del premio LVMH [en la que se impuso Marine Serre]. «Todos tienen una identidad muy fuerte», destaca el francés del resto de nominados. Desarrollar una visión distintiva es el equivalente moderno del sueño americano para una generación de creativos en ciernes que compite en un mercado saturado de colecciones. Nunca había habido tantos peces en el mar. «Es una locura», reconoce Tron. «Hay muchos nombres, y mucho talento. Es complicado llamar la atención. Para mí es tan importante centrarse, elegir aquello en lo que uno es bueno y no desviarse del camino. El resto es como cualquier negocio».
Su firma tiene un enfoque muy específico. «Trabajamos solo con punto, con una única fábrica, que está en el este de Francia», explica. «Lo que permite que tanto compradores como consumidores distingan nuestra propuesta», argumenta. «Todo es versátil. Puedes hacer sastrería, desarrollar jacquards… Pero sobre todo es cómodo y fácil. Todo lo contrario a una costura encorsetada. Y la libertad de movimiento es una de las exigencias del guardarropa contemporáneo», valora. «Hemos sido testigos de la incursión de la moda deportiva en la pasarela. Pero existe otro modelo de vestuario sport, que puede ser sofisticado. La clave es incorporar el savoir faire artesanal, las técnicas de una maison de costura como Balenciaga, pero sin la rigidez».
La libertad financiera es también crucial. «Y ser independiente depende de las ventas. Este sistema es voraz. No puedes diseñar sin tener en cuenta los resultados económicos», admite este diseñador, que antes de crear su marca en 2016, trabajó en Louis Vuitton y en Balenciaga –junto a Nicolas Ghesquière, Alexander Wang y Gvasalia–. «Las casas europeas comparten una educación estética construida en torno a una cultura de vida y unos valores que debemos defender frente a la producción masiva y el sinsentido del made in Vietnam».