¿Quién mató a la ‘choni’ española?
La estética y la oda a la mujer de barrio inunda las tendencias en moda y cultura mientras el adjetivo peyorativo cae en desuso por las nuevas generaciones.
«No me seas choni». En el último True Story de Anabel Lorente, conocida en redes como @catana3el por sus miniclips ilustrados sobre vivencias cotidianas con perspectiva de género, la protagonista se enfrenta a un dilema moral aparentemente simple: comprarse (o no) unos pendientes de aro rizados en Bershka. «Son de choni», dice a su pareja mientras lucha interiormente con los prejuicios que el resto puede proyectar sobre su imagen si se los pone. Dilema existencial que resuelve con el sonido de una caja registradora acallando a sus miedos y una rumba de Peret a todo trapo.
«Ser ...
«No me seas choni». En el último True Story de Anabel Lorente, conocida en redes como @catana3el por sus miniclips ilustrados sobre vivencias cotidianas con perspectiva de género, la protagonista se enfrenta a un dilema moral aparentemente simple: comprarse (o no) unos pendientes de aro rizados en Bershka. «Son de choni», dice a su pareja mientras lucha interiormente con los prejuicios que el resto puede proyectar sobre su imagen si se los pone. Dilema existencial que resuelve con el sonido de una caja registradora acallando a sus miedos y una rumba de Peret a todo trapo.
«Ser choni no es malo de por sí», aclara Alonso por teléfono, «se convierte en algo negativo cuando se utiliza como ofensa desde una clase más acomodada hacia otra que considera inferior», añade. Alonso, hija de mestiza y «criada en un ambiente entre andaluz y gitano», asegura que, pese a una raíces que le permiten «tener un contexto para poder hablar de ello sin ser clasista», creció asumiendo que ser choni era «un especie de estigma».
La duda de Anabel en el Bershka cuenta con casi 10.000 likes en Twitter y se ha convertido en el post que, hasta la fecha, mejor le ha funcionado en Instagram. Miles de mujeres se han identificado con ese rechazo a ese «estigma» femenino. Las más jóvenes, más liberadas de prejuicios, lo comparten aplaudiendo por no atender a las imposiciones de estilo. Las mayores de 30, posiblemente, porque celebran ese portazo a un inconsciente que les recuerda que en su adolescencia nadie quería ser una choni. Ese era el adjetivo para humillar y señalar a mujeres de entornos obreros y sin acceso a la educación superior, a esas chicas que cometían la osadía de brillar a su manera, libres de los parámetros de la policía del decoro, la formalidad y la corrección acorde a las buenas chicas. «No me seas choni», esa comparativa, se percibía entonces como un agravio. La RAE, de hecho, incluyó la acepción en 2014 y la limitó a un solo género (no hay hombres chonis para los académicos) como «mujer joven que pretende ser elegante e ir a la moda, aunque resulta vulgar».
Pero, ¿qué ocurre cuando la moda, ya sea desde el lujo o desde el low cost para el pueblo llano, parece haberse puesto de acuerdo para inspirarse en (o apropiarse de) la estética de lo vulgar y del barrio? ¿Qué pasa cuando los referentes musicales y aspiracionales de toda una nueva generación visten con chándal y aros rizados –ahí está la imagen de Cardi B. anunciando su colaboración con Reebok–, plataformas, crop tops y llevan uñas de gel? ¿Cuando la educación sentimental de las chavalas se cultiva a través del estilo y jerga de las divas de barrio? ¿Tiene sentido, entonces, hablar de «chonis» hoy en día en términos ofensivos?
«El concepto ‘choni’ ha cambiado con respecto a las generaciones previas a la actual (o millennial). Es una palabra mucho menos utilizada por los jóvenes actuales y no creo que la vean peyorativa», defiende Alicia Álvarez, doctora en comunicación y codirectora de uno de los fenómenos culturales del año, El Bloque, el programa sobre trap y cultura urbana que la televisión convencional, inexplicablemente, todavía no se atreve a producir y emitir. Álvarez, que también ejerce como directora creativa de Radio Primavera Sound, asegura que lo choni se ha vaciado de significado por «un cambio en el lenguaje» en una «generación de nativxs digitales» cuya «brecha que les separa de la generación anterior es mucho más grande, global, acelerada y mutante en sí misma».
Una nueva hornada que escucha a La Zowi, se inspira en los maquillajes de Cariatydes y asiste al encumbramiento de Rosalía como paradigma total de este fenómeno: el mercado explota su imagen sabiendo que funciona igual de bien siendo imagen puntual de cosmética del lujo como YSL Beauty que como protagonista de una colección cápsula para Pull and Bear. Álvarez señala que la confirmación de la estetización global de la choni llegó cuando Riccardo Tisci encumbró a las cholas en su colección Victorian Chola para Givenchy en 2015. El fenómeno Kardashian, el trap, la fijación del lujo imitando a firmas nicho que ensalzaban la cultura del gueto como Hood by Air en Nueva York o Andrea Crews en París, el athleisure como tendencia global, Virgil Abloh consolidando el estilo de la calle hasta en Louis Vuitton, la exclusividad de Fendi viralizando sudaderas que imitan el logo de Fila, el encumbramiento de iconos pop de ex strippers como Cardi B o Amber Rose, así como el despegue millonario de firmas como Fashion Nova –el Zara que imita el estilo de las chicas de barrio fue la cuarta marca más buscada en 2017 por detrás de Chanel, Gucci o Louis Vuitton– han ido cocinado parte del resto. ¿La última señal de que las calles marcan la pauta? Que un diseñador como Kerby Jean-Raymond, que mezcla activismo y herencia urbana afroamericana en su firma Pyer Moss, se haya hecho con el prestigioso premio CFDA en EEUU hace apenas unos días.
En España, firmas como Maria Ke Fisherman, Krizia Robustella o Maria Escoté han triunfado con su reinterpretación y pastiche de los símbolos de distintas tribus urbanas de las últimas décadas: creaciones influenciadas por el hip hop, el chonismo o lo bakala. María Simún, con sus diseños a lo Yeezy, es la creativa favorita de las artistas del trap. Lo marginal se convierte en tendencia adaptándose a nuevos tiempos. Alejandra Jaime, diseñadora sevillana y creadora de la firma Maria Magdalena, que también bebe de este tipo de estética, rechaza la persistencia de la choni y apuesta por una transformación generacional del concepto en sí. «Una choni o una cani (como decimos aquí en Andalucía) me traslada directamente a los 2000, y define un tipo de mujer que en aquella época solía ir vestida de leopardo y dando voces por la calle, enemiga principal de las pijas y sin ningún problema para tirarles de los pelos porque sí en una fiesta», destaca. La transformación de lo peyorativo del término, para Jaime, es un hecho. «Ya prácticamente no existe. Ha desaparecido por la evolución social. Y ahora yo aplico el término de manera totalmente positiva. Creo que nos hemos quedado con una parte muy beneficiosa para la mujer de lo que significaba ser choni. Creo que ahora eso significa que no tienes que ser perfecta ni seguir los cánones de belleza, de moda, sociales o culturales, y que te permites ser borde con quien no te respeta y vives tu sexualidad con la mayor de las libertades», defiende.
Una evolución de empoderamiento que también se percibe en el mundo del trap. Álvarez asegura que, en el género, a las chonis ni se las menciona ni se las espera. «En las letras de canciones no se utiliza la palabra «choni», personalmente cuando escucho la palabra viene de alguien mayor de 35 años (y sí, suele ser de forma despectiva)», aclara y resalta que «en las canciones actuales se utiliza sobre todo ‘ratchet’, y no solo en las letras sino en las entrevistas. La Zowi por ejemplo utiliza mucho esta palabra y me parece super-representativa; suele repetir en sus letras «mis ratchets», «mis bitches», mis «putas», mis «hoes» en referencia a su «gang» (grupo de amigas); también se podría teorizar sobre su uso de la palabra «puta» por cierto, y de cómo Zowi la ha re-conceptualizado», aclara. Ellos tampoco parecen tener preferencia por el adjetivo: «Hay un tema de Yung Beef titulado Ratchet Luv (Amor de Yoli) que me hace pensar en un paralelismo entre choni, ratchet y yoli (podríamos extraer del título de la canción que ratchet y yoli son equivalentes). De todas formas creo que «ratchet» tiene un significado más de empoderamiento que la palabra «choni»; diría que choni es algo más genérico y que ratchet se utiliza para designar a las mujeres-gangster o las mujeres rodeadas de un halo de peligrosidad (también vinculadas al lujo en cierta medida), tanto desde la actitud como desde la imagen. Si te fijas en la estética de Rosalía es innegable que tiene un aire ratchet (o raxeta, como el título del primer tema de la Zowi)».
«La RAE se ha quedado choni -desfasada- en la definición del vocablo», sentencia la periodista María Irazusta (autora de Eso lo será tu madre y Las 101 cagadas del español, ambos editados por Espasa). «La choni auténtica no pretende seguir la moda sino ‘su moda’ que, en ocasiones, fue moda para otras tribus (como la de los pijos) años atrás», defiende. Irazusta asegura que lo choni ahora se exhibe «con orgullo», aunque «tímidamente». Álvarez también apoya una evolución positiva, aunque con reservas frente a una asimilación total sin clasismo o condescendencia. «El hecho de que palabras como «ratchet» o «chola» estén de moda y sean algo cool entre la nueva generación me parece un camino perfecto y una oportunidad para acortar determinadas distancias entre clases –tal y como lo es que Bershka esté de moda (no olvidemos que Princess Nokia es imagen de Bershka y Bershka es uno de los sponsors de un festival como Sónar)–, pero que para que dejemos de ser clasistas o se dejen de usar palabras como «choni» o «ratchet» de forma peyorativa el cambio social y educativo ha de ser mucho más profundo». La diseñadora Alejandra Jaime lo resume de forma ilustrativa: «Los que consideren ofensivo el término simplemente no entenderán esta visión renovada y tendrán ese concepto del 2000. Supongo que también tiene que ver con esa tiranía con la mujer. La gran parte de la sociedad quiere seguir fabricando a princesas delicadas y casi virginales».