¿Qué pintan Raphael en el Sonorama y Metallica en Glastonbury?

Los festivales de música sucumben al gusto popular con propuestas que a priori podrían considerarse inaceptables para su público objetivo. ¿Innovación o maniobra de ‘marketing’?

JUAN CARLOS ROJAS (NOTIMEX /Cordon Press)

Los festivales de música, antaño aquelarres consagrados a la endogamia, observan con sorpresa cómo la creciente oferta de eventos musicales está obligando a empresarios y gestores culturales a traspasar ciertas fronteras. La confirmación de Metallica en Glastonbury o la de Raphael en el Sonorama Ribera son solo algunos ejemplos, bastante elocuentes, de que lo que está en juego es quizás la propia naturaleza de los festivales. Detrás de estos fichajes hay quien advierte una extravagancia coyu...

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Los festivales de música, antaño aquelarres consagrados a la endogamia, observan con sorpresa cómo la creciente oferta de eventos musicales está obligando a empresarios y gestores culturales a traspasar ciertas fronteras. La confirmación de Metallica en Glastonbury o la de Raphael en el Sonorama Ribera son solo algunos ejemplos, bastante elocuentes, de que lo que está en juego es quizás la propia naturaleza de los festivales. Detrás de estos fichajes hay quien advierte una extravagancia coyuntural −ya sea por motivos económicos o lúdicos−, y hay quien habla de una tendencia imparable, la de un mundo globalizado donde los límites tienden a desdibujarse y donde la apropiación cultural se presenta como la doctrina a seguir.

"Los géneros son hoy más líquidos que nunca y existe una tendencia favorable a la incursión en otras músicas. Lo híbrido o ecléctico es tendencia. Además, los festivales ofrecen cada vez más contenidos que no son estrictamente musicales", apunta David Loscos, experto en industrias creativas y director del posgrado en Gestión de Empresas en la Industria de la Música de la Universitat Pompeu Fabra. Seguro que los responsables del Sonorama Ribera pueden decir algo al respecto. Dieciséis ediciones consecutivas y una oferta de primer nivel avalan la personalidad de uno de los festivales mejor valorados en suelo patrio. El pasado mes de enero decidieron dar una vuelta de tuerca a su estrategia con la incorporación de Raphael al cartel de este año, un artista al que los círculos alternativos le resultan, cuanto menos, ajenos. "Los públicos son mucho menos radicales respecto a la pureza de estilo de la música que escuchan y se muestran más receptivos a salir de sus casillas de género", explica Loscos. Además añade que no hay que olvidar que "la gente que asiste a un festival de verano busca vivir una experiencia cuanto más memorable mejor, y ver a mitos sobre el escenario, vengan de donde vengan, contribuye a ello".

En el Reino Unido, no todo el mundo parece suscribir esta idea. "No lo entiendo, Metallica no encaja en Glastonbury", se lamentaba Alex Turner, vocalista de Arctic Monkeys, en la revista Time Out esta semana. A Tom Meighan, líder de Kasabian, que comparte cartel con el conjunto estadounidense, tampoco le ha hecho demasiada gracia esta apuesta: "Es obvio que Prince era la mejor opción, todo el mundo lo esperaba". Sus críticas se suman al descontento generalizado que ha provocado la elección de la banda de trash metal como cabeza de cartel de uno de los eventos culturales más importantes del año en la isla. Algo que contrasta con la propia realidad de la cita británica, que lleva años programando firmas con carácter y de origen diversos sin demasiados problemas, como Shakira en 2012 o la estrella country Dolly Parton este año.

Yui Mok (PA Wire/Press Association Images / Cordon Press)

Dos de los cuatro integrantes de Metallica, en concierto.

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Frente a la airada reacción que ha suscitado la inclusión de Metallica en el cartel de Glastonbury, la respuesta a la elección de Raphael en enero fue más indulgente. Osciló entre la estupefacción y la hilaridad. En 2011, la asistencia de Julieta Venegas al festival de Benicàssim, por ejemplo, sí generó una notable controversia −algunos olvidaron que la cantante mexicana había actuado en Coachella en 2007−. De todas formas, como apunta Leo Nascimento, responsable en España de la plataforma de música en streaming Deezer, no deberíamos olvidar lo esencial: "El descubrimiento musical es parte de la experiencia festivalera, se trata de reinventarse para mantener el interés de la audiencia y atraer nuevos fans, por eso deciden abrirse a otros artistas que den el toque exótico a su programación y les genere publicidad y expectación". La osadía de los responsables de los festivales se intuye, por lo tanto, bastante estudiada. Los medios especializados y ciertas voces hablan de una estrategia bien trazada con el objeto de generar ruido mediático y publicidad gratuita.

"Una buena historia es un imán de atención comparable con un gran anuncio luminoso parpadeante y rojo o un susto por la espalda", revela Delia Rodríguez en el libro Memecracia, los virales que nos gobiernan. Puede que esa buena historia −Metallica mancillando tierras vírgenes y Raphael demostrando quién manda aquí− la estén escribiendo los promotores más valientes, los que temen poco y confían todo a la madurez intelectual y sin prejuicios de su público. "Programar Metallica o Raphael no solo le permite a un festival reivindicar su carácter único y diferenciarse claramente respecto a lo que propone la competencia, sino que además le facilita despertar un interés y obtener una visibilidad que de otro modo difícilmente podría", concluye David Loscos. No sabemos si estos artistas pintan mucho o poco en los festivales que los acogen, lo que sí presagiamos es que sus actuaciones serán un escándalo.

Anthony Devlin (PA Wire/Press Association Images /Cordon Press)

Asistentes a Glastonbury blanden las célebres banderas que pueblan el festival.

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