¿Qué fue de la moda en España?
Hace ya un cuarto de siglo la hasta entonces industria textil nacional despertaba al diseño. Prácticamente de la nada, se alzaron creadores y musas, desfiles y pasarelas, escuelas y campañas de publicidad.
Hace ahora 30 años, una España embelesada con la Movida comenzaba a asistir al nacimiento de una forma diferente de entender la moda. Más allá de las tradicionales fábricas y talleres del sector textil, empezaban a aflorar nuevas muestras de creatividad y la palabra «diseño» pasó a estar en boca de todos. Pero, a diferencia de la explosión musical –que se miró con condescendencia desde arriba–, en el caso de la moda el movimiento contó con un apoyo institucional expreso, con una fuerte inyección económica y con un elaborado aparato de promoción encaminado a potenciar una nueva marca denomina...
Hace ahora 30 años, una España embelesada con la Movida comenzaba a asistir al nacimiento de una forma diferente de entender la moda. Más allá de las tradicionales fábricas y talleres del sector textil, empezaban a aflorar nuevas muestras de creatividad y la palabra «diseño» pasó a estar en boca de todos. Pero, a diferencia de la explosión musical –que se miró con condescendencia desde arriba–, en el caso de la moda el movimiento contó con un apoyo institucional expreso, con una fuerte inyección económica y con un elaborado aparato de promoción encaminado a potenciar una nueva marca denominada Moda de España. El punto de inflexión fue 1985, precisamente el mismo año en el que Francis Montesinos logró congregar a 15.000 personas en su mítico desfile en Las Ventas. «Unos años antes habría sido impensable. Pero era una época en la que podíamos hacer cosas, tener verdadera repercusión», recuerda el diseñador. Prueba de ello había sido la creación, en febrero del año anterior, del Salón Gaudí, germen de lo que llegaría a ser la pasarela del mismo nombre, que en su primera edición contó con 36 diseñadores.
Antes de llegar a ese punto, en los primeros 80, «el caldo de cultivo ya estaba en la calle. Había un furor colectivo y habría sido imperdonable no aprovechar el momento», señala el artista pluridisciplinar Ramón G. del Pomar. Él era por aquellos años director de la sala Rock-Ola, centro neurálgico de la Movida. «Tenía un grupo, Línea Vienesa, y para cada actuación creábamos un vestuario. También escribí, junto a Jorge Berlanga, la obra Hundimiento del Titanic. Tragedia de la moda en un acto, en la que salían los diseños de toda la gente que comenzaba a despuntar. En esos años creamos la Agencia de Contratación de Música y Espectáculos (ACME), y una de las acciones fue fundar, en 1984, la Escuela de Diseño. Se generó el ambiente propicio, las autoridades lo apoyaron y la moda trascendió».
Mientras todo esto sucedía en la calle, en los despachos ministeriales se estaba cocinando un ambicioso proyecto: el de dar a conocer la moda que se hacía en España. En aquellos años, nuestro país debía emprender una serie de cambios estratégicos orientados a la próxima incorporación a lo que entonces era la Comunidad Económica Europea. Y el sector de la moda, con 300.000 empleos directos y una repercusión del 1% en el PIB, era un activo que no nos podíamos permitir perder. Como explica Pedro Mansilla, sociólogo especializado en moda, «una de las principales amenazas era el desarme arancelario. Suponía que muchas empresas iban a entrar en nuestro país sin tener que pagar impuestos. O se emprendían acciones importantes, o desaparecíamos».
Ante el convencimiento de que, en Europa, la industria textil española no podría competir con precios, sino con calidad, moda y diseño, el ministerio de Industria del primer gobierno del PSOE decidió retomar un proyecto iniciado por la UCD y puso en marcha el Plan de Promoción de Diseño y Moda que iba unido al Plan de Reconversión Textil. El alma de este proyecto fue Miguel Ángel Feito, director general de Industrias Textiles. Él comprendió que no era suficiente con inversiones, sino que era fundamental concretar fórmulas de apoyo a los creadores. «La reconversión tecnológica era esencial, pero no tenía glamour. La guinda del pastel, la fachada, fue un clarísimo apoyo institucional a los creadores», recuerda Mansilla.
Este apoyo lo recuerda bien Cuca Solana, directora de la Pasarela Cibeles, que vivió en primera persona aquellos años. «Este país tenía una industria de moda, fábricas, talleres, comercio… Pero había que decir que también teníamos diseño y que había herederos para Balenciaga y Pedro Rodríguez». Para ello, fue esencial la creación, también en 1985, del Centro de Promoción de Diseño y Moda, dirigido por María Jesús Escribano. Desde allí se emprendería una campaña cuyo banderín de enganche sería, precisamente, el concepto Moda de España. «Teníamos que abrirnos al exterior, pero también hacia dentro. Los españoles buscaban marcas extranjeras o que, al menos, sonaran a italiano o francés: Victorio&Lucchino, Roberto Verino…». Esta realidad venía avalada por un estudio encargado a Sofemasa en el que se confirmaba que, dentro de casa, los productos españoles tenían peor imagen que los extranjeros.
Es en este contexto cuando todo empieza a moverse. «Queríamos sacar a la luz a esa gente que ya existía y que no tenía apoyo: Manuel Piña, Francis Montesinos, Nacho Ruiz, Paco Casado… También era importante dar valor a Madrid, que tenía una feria de moda, pero no diseñadores. En cambio, Barcelona iba por delante. Ellos ya tenían Gaudí, que estaba funcionando muy bien con gente como Toni Miró o Roser Marcé», recuerda Solana. Y, así, llegaron las pasarelas, las escuelas de diseño, las becas, la creación de los Premios Balenciaga… Junto a todo ello, para lograr que el mensaje calara en la sociedad, se financió una campaña publicitaria bajo el eslogan Moda de España-Parte de ti. Cuñas publicitarias, spots televisivos y videoclips que estuvieron presentes entre 1985 y 1987. «Hubo mucha gente que criticó la campaña por demasiado elevada. En aquellos momentos era importante hacerlo así», recuerda Solana.
El proyecto, dotado con 18.000 millones de pesetas, tenía una duración prevista de cuatro años, a lo largo de los cuales, señala el ilustrador Arturo Elena, «todo fue cambiando. Yo era entonces muy joven, y estaba fascinado con aquellos primeros 80 en los que había un inmenso disfrute exhibicionista y en los que los diseñadores, en ausencia de medios, apostaban por la teatralidad y tiraban de imaginación. Según entraba el dinero, de no conocerse la moda para nada se pasó a la profesionalidad que suponían Cibeles y Gaudí y, tal vez, se perdió aquella parte tan bonita». Por su parte, Modesto Lomba, hoy presidente de la Asociación Española de Creadores de Moda (ACME), recuerda que «en aquel momento pensábamos que cambiaríamos en la misma dirección en que lo había hecho Italia, que haríamos negocio. Pero las cosas no salieron así».
Con la perspectiva del tiempo, Montesinos apunta: «Nos pilló desprevenidos. El boom no nos cogió, ni a nosotros ni al país, y mucho menos a la industria, preparados. En realidad, éramos muy pequeñitos. Es cierto que se consiguió sacar a la luz nuestro trabajo, y que los certámenes y pasarelas sirvieron de escaparate, pero habría sido necesario un plan más serio, un proyecto, trabajar a más largo plazo. Las ayudas fueron un pelotazo, pero deberían haber sido algo más centrado y continuo». Y Arturo Elena reprocha que «tal vez, el problema estuvo en que aquello era una fiesta y no se centró en la parte seria, en la del esfuerzo, en la del trabajo que conlleva la moda». Poco a poco, Moda de España fue decayendo. En opinión de Cuca Solana, «la marca como tal duraría unos seis u ocho años». Las ayudas fueron desapareciendo y el fulgor inicial comenzó a desvanecerse.
Como apunta Francis Montesinos, «tras la movida vino la parada; fue un fogonazo de unos años, luego se enterró. Lo que pasa es que a nosotros –Domínguez, Piña, Del Pozo, Miró, Alvarado…– no nos enterraron, y por eso sigue viva la marca. Conseguimos perpetuarla». La visión de Modesto Lomba es que «en los 80, el consumidor demandó mucha moda española. Había ese ambiente de consumo. Pero no supimos hacer que se consolidara». Unos años después, en 2001, el gobierno de Aznar emprendió una nueva iniciativa, orientada a «apoyar la moda española para que venda la imagen de nuestro país a todo el mundo». Fue el Plan Made in Spain, que se integró dentro del Plan Global de la Moda y que sumaba proyectos de varios ministerios. «Se lanzó con bombo y platillo y se destinaron 2.500 millones de pesetas. Muy poco dinero. Al final, es siempre un problema de cifras, siempre falta un cero», explica Pedro Mansilla. Por cierto, aquel fue el momento en el que definitivamente se frustró el viejo intento de crear una pasarela única de moda en España: no hubo acuerdo de fundir Gaudí y Cibeles, pues, aun cuando la mayoría de los creadores eran partidarios de esta unión, había discordancia en cuál sería la ciudad que se llevaría el gato al agua. Como señalaba Antonio Miró, «si hay unión, será un milagro». Y el milagro no se produjo.
Bien, han pasado los años… ¿y en qué punto estamos? Hace solo unos meses, se hizo público un informe que el Consejo Intertextil Español solicitó a la empresa Interbrand con el objetivo de analizar el sector y su percepción a nivel nacional. Resultó desesperanzador: «La moda española es desconocida». Y señalan que, «si se conoce algo es gracias a un número reducido de marcas (en especial Zara y Mango, y en menor medida Custo, Desigual o Loewe), aunque muchos consumidores ni siquiera saben que son españolas». Y el Made in Spain se percibe mejor que el Made in China, pero peor que los Made in France o Made in Italy». Para Pedro Mansilla, «lo que se hizo en los 80 supone los cimientos de lo que hoy es España en moda». Con él coincide Cuca Solana: «De aquel fogonazo quedaron rescoldos importantes; si no, ahora no tendríamos pasarelas».