Ponte ahí, por Eva Hache
Qué tiempos aquellos en los que el artista solo se fotografiaba en la intimidad
Hay cosas que nunca cambian. Ni siquiera el tamaño de las cámaras, que hubo un tiempo en el que se redujeron hasta que parecíamos todos agentes de la KGB. Ahora son bien grandes. Si te has gastado dos mil pavos en una, que se vea. Aunque sea para que te la roben. «Ponte ahí, cari. No, más a la derecha, que se vea el barco. Hazte así en el pelo». Posar es siempre igual.
Me fijo, eso sí, en que las americanas posan con una pierna adelantadita, el pie de puntillas y la rodilla en flex. Sospecho que todas han recibido entrenamiento especial por si alguna vez son Miss Algo. «Ponte ahí y sonr...
Hay cosas que nunca cambian. Ni siquiera el tamaño de las cámaras, que hubo un tiempo en el que se redujeron hasta que parecíamos todos agentes de la KGB. Ahora son bien grandes. Si te has gastado dos mil pavos en una, que se vea. Aunque sea para que te la roben. «Ponte ahí, cari. No, más a la derecha, que se vea el barco. Hazte así en el pelo». Posar es siempre igual.
Me fijo, eso sí, en que las americanas posan con una pierna adelantadita, el pie de puntillas y la rodilla en flex. Sospecho que todas han recibido entrenamiento especial por si alguna vez son Miss Algo. «Ponte ahí y sonríe». Claro, hay que sonreír. Pero ¿cuánto rato?
Ese momento en el que las comisuras se congelan y se acude a la Sonrisa Corporativa. Los dientes de arriba se apoyan en el labio inferior y se nos queda un gesto de castor disfrutando del subidón de relajante muscular. Esa cara que, vista más de diez segundos, solo inspira a partirle la boca a la mismísima Pretty Woman.
Da igual. Se puede repetir. Si no te gusta como sale, se repite. Antes no, que «se acababa el carrete». Una frase desaparecida.
La sorpresa del revelado tampoco está. «¿Habrán salido todas?» es otra frase perdida. Esa preciosa ansiedad de ir pasando una a una y ver la foto de las niñas en el cumpleaños con los ojos rojos, demoníacos como si la tarta fuera rellena de cabello de tripi.
Otra tan movida que un hermano parece unos trillizos. Aquella en la que sales bizca como para nadar y guardar la ropa sin esfuerzo. Esas involuntarias caídas de ojos dignas de José Feliciano instantes antes de irse al sobre. Aquellas con gente en segundo plano que no estaba al pulsar el disparador. Una vez le hicimos una foto a mi abuela, que no sabía nadar, simulando que sí, tumbada casi en la orilla con el agua al cuello.
Al revelar se veía a la yaya con cara de Esther Williams en medio del océano y, detrás, a veinte metros, a unas muchachas caminando con el agua por las rodillas. ¡Qué maravilla el mar Menor! Claro que a lo mejor también tengo esta nostalgia fotográfica porque elegí un mal momento para ser famosa. Ahora todo el mundo lleva, por lo menos, una cámara en el bolsillo. «¿Te importa que nos hagamos una foto?» significa: «Ponte ahí, sonríe y espera que la repetimos las veces que haga falta porque yo salgo fea, mi primo tenía un ojo guiñao, ay qué luz más mala o lo que sea».
Qué tiempos aquellos en los que un artista solo se dejaba fotografiar en la intimidad de un estudio, con la belleza del blanco y negro y la única compañía del fosforazo humeante de un flash viejo. Siempre quise ser Greta Garbo.
Y qué mal momento para ser madre. Porque yo perdía el tiempo inocentemente en el cuarto de baño cantando I Need a Hero con el cepillo como micro y el secador haciendo el viento del acantilado con la seguridad de que Bonnie Tyler estaría muy orgullosa de mí. Pero ahora… ¿saber que tus hijos están encerrados haciéndose fotos para las telarañas sociales enseñando, en el caso de ellos, los músculos de ahí mismo y, en el de ellas, abrazándose las peras con los antebrazos, estrujándose un canalillo hasta que parezca un culo?
Por eso, llamadme antigua, me da mucho gusto la aplicación esta tan moderna de poner filtros a las fotos de ahora para que parezca que están hechas hace treinta años y con cámaras más viejas que Matusalén.