Políticas francesas ‘à la mode’
El país vecino se entrega al vértigo de unos comicios. Citamos a seis de sus representantes para hablar de (des)igualdad y moda, una herramienta electoral que en Francia es tan válida como cualquier otra.
Francia gira página en su historia el próximo domingo 6 de mayo. La segunda vuelta de las presidenciales pondrá fin a un complejo proceso electoral en que el país entero se ha debatido entre continuidad y cambio. Y lo ha hecho a través de un duelo de alto voltaje entre el actual presidente Nicolas Sarkozy y su adversario socialista François Hollande. Una batalla masculina que no se parece en nada a la de las pasadas elecciones. Entonces estuvieron marcadas por el ascenso de Ségolène Royal, la primera mujer que consiguió llegar a las puertas del poder en Francia. Perdió, pero...
Francia gira página en su historia el próximo domingo 6 de mayo. La segunda vuelta de las presidenciales pondrá fin a un complejo proceso electoral en que el país entero se ha debatido entre continuidad y cambio. Y lo ha hecho a través de un duelo de alto voltaje entre el actual presidente Nicolas Sarkozy y su adversario socialista François Hollande. Una batalla masculina que no se parece en nada a la de las pasadas elecciones. Entonces estuvieron marcadas por el ascenso de Ségolène Royal, la primera mujer que consiguió llegar a las puertas del poder en Francia. Perdió, pero lo cambió todo. Cinco años después, el país asiste a la emergencia de una nueva generación de mujeres políticas, más jóvenes y desacomplejadas respecto a su feminidad. Luchan por hacerse un hueco en un submundo todavía viril, en el que tan solo el 18% de los parlamentarios franceses son mujeres, menos que en países como Afganistán o Eritrea. Pero, a diferencia de lo que sucede en otras latitudes del continente europeo, a ninguna de ellas le sorprende ni le molesta ni le intimida que se hable de su aspecto. Y ninguna responde cosas como: «¿Le haría la misma pregunta a un hombre?». Tal vez porque ninguna ignora que la imagen es una herramienta política en toda regla. A muy pocos días de la cita francesa con las urnas, seis de estas políticas han aceptado analizar con S Moda el estado de esta cuestión.
Rachida Dati. Exministra de Justicia, eurodiputada de UMP y actual alcaldesa del séptimo distrito de París.
«Lo que más molestó fue que me pintara los labios y que llevara tacón alto». Pocos personajes describen tan bien la pasada legislatura como Rachida Dati. Hace cinco años, se convirtió en un icono de la nueva Francia de Sarkozy, en paradigma de integración feliz y protagonista de un relato sobre la ascensión social de esos que no abundan. Hija de un obrero marroquí y de una argelina analfabeta, Dati fue nombrada portavoz electoral del presidente durante la campaña que le condujo al Elíseo. Después, se convirtió en la primera mujer de origen magrebí que alcanzaba el ministerio de Justicia. Pero Dati cometió errores que nadie quiso perdonarle. «Ser un símbolo no significa que tengas todas las virtudes», reconoce hoy en su despacho de molduras doradas, pese a que niega haber actuado mal. «Fue un problema de clase social, de mis orígenes, de ser mujer. Acumulaba demasiadas cosas que molestaban. Y, como tengo un poco de temperamento, tampoco ayudó. Voilà». De encarnar a un modelo pasó a ser tratada de arribista. De ser la favorita del presidente, a ser evacuada del Gobierno francés en dirección al Parlamento Europeo, entre ataques furibundos por su gusto por el lujo y la ostentación. «Lo que molestó fue que me pintara los labios y llevara tacón alto. Me decían que no era serio, cuando la seriedad no tiene nada que ver con esto. La feminidad forma parte de mi identidad y no pienso renunciar a ella», dice. La criticaron por posar con un vestido Dior demasiado caro para los códigos de la austeridad y por reincorporarse al trabajo cuatro días después de dar a luz a su hija Zohra. «Lo que me dolió es que me criticaran las mujeres. Que lo hicieran los hombres, la verdad, me resbaló. No estaba poniendo en duda ninguna conquista social para la mujer. Fue una elección personal», zanja tras una conversación eléctrica, en la que le falta el aliento para decir todo lo que querría.
Durante la sesión de fotos, más relajada, se definirá como forofa de la Liga española; madridista por fidelidad a su amigo Florentino Pérez, pero maravillada ante el buen juego del Barça. «Si Messi me pide matrimonio, abandono la política», bromea antes de despedirse. Sus detractores, que darían lo que fuera por eliminarla del mapa, tomarán nota.
Aurélie Filippetti. Portavoz del grupo socialista en la Asamblea Nacional.
Entra y sale con estruendo de una de las salas del cuartel general de François Hollande, mientras su teléfono no deja de vibrar. A Aurélie Filippetti no le sobra el tiempo. En caso de victoria socialista, su nombre se da por seguro en el próximo ejecutivo. Sin embargo, la diputada no parecía predestinada a ejercer la política. Filippetti creció en un pueblo minero del este francés, entre inmigrantes italianos de condición modesta. «Pero no tuve una infancia miserable, sino marcada por la solidaridad y la joie de vivre. Hasta que llegó el cierre de las minas y asistí a una auténtica lucha para cambiar el destino que la ceguera de la fuerzas económicas intentaba imponernos», describe. Militó con los ecologistas antes de integrar el equipo de Ségolène Royal, que la fichó como consejera. Luego fue Hollande quien se la robó para darle un cargo de primer orden en su entorno. Si gana, suena como la nueva ministra de Cultura. Profesora de Literatura Clásica, compara al candidato socialista con Prometeo, que robó el fuego sagrado para dárselo a los hombres. «Él también encarna la voluntad de ejercer un poder más cercano al pueblo, menos arbitrario».
Filipetti cree que el machismo en política va en retroceso, aunque todavía es visible. «Durante muchos años, el poder ha funcionado como un club privado para hombres. Todavía se están acostumbrando a tenernos a su alrededor», comenta. En una ocasión, Filippetti reconoció haber sido víctima del acoso de Strauss-Kahn, con quien dijo que se aseguraría de «no volverse a encontrar a solas» en la misma habitación. «Desde el escándalo Strauss-Kahn todo va mejor. Los hombres son mucho más respetuosos hoy que hace un año», sostiene.
Filippetti, la portavoz socialista, en la Avenue de Ségur, en el centro de París.
Ed Alcock
Najat Belkacem. Portavoz de François Hollande.
Ya fue la portavoz de Royal en 2007. Hollande decidió volver a confiarle el cargo, admirado ante la energía positiva que desprende su presencia. Con Najat Belkacem sucede algo inhabitual en el mundo de la política: los que han trabajado con ella le dedican todos los elogios posibles. «No es una estresada ni una histérica, algo raro en política», ha dicho la propia Royal. De aquel combate conjunto, Najat guarda un recuerdo agridulce. «Nadie había imaginado la violencia de los ataques misóginos que Ségolène iba a recibir», explica. Al mismo tiempo, considera que su candidatura cambió las cosas para siempre. «Una idea se instaló en el imaginario colectivo: la elección de una mujer presidenta acabará llegando. La sociedad francesa se dio cuenta de sus bloqueos», analiza. En su caso, ser mujer nunca le ha supuesto un problema. «No más que mi edad, mi trayectoria o mis orígenes», afirma esta descendiente de marroquíes, que hablaba con su abuela en castellano.
«No he tenido que sacrificar mi feminidad para hacer política y no voy a hacerlo», zanja Belkacem, que adopta un look urbano e informal de chaqueta y zapato plano.
La más joven de las mujeres de esta campaña (34 años) es también la más pudorosa. «Mostrar un poco de ti misma me parece importante, pero sin exagerar», confiesa. Madre de dos gemelos de tres años, reconoce lo difícil de la conciliación. «Hacer política a este nivel supone sacrificios». La familia es, precisamente, uno de sus intereses políticos. «Me interesan sus evoluciones, como la monoparentalidad y la homoparentalidad, que no son suficientemente reconocidas en Francia», dice. ¿Logrará invertir la tendencia en un futuro gobierno socialista? La respuesta, en las urnas.
Najat se dejó fotografiar en la sede de campaña de François Hollande.
Ed Alcock
Fleur Pellerin. Consejera de François Hollande.
Llegó a Francia desde Corea del Sur cuando solo tenía seis meses. Entonces, su nombre todavía era Jong-Sook, que sus padres creyeron que significaba mujer perfecta. «Luego descubrieron que era un nombre feo y pasado de moda, algo así como Gertrudis», sonríe con una sorna que parece marca de la casa. Fleur Pellerin ha sido uno de los rostros desconocidos que han emergido durante esta campaña. Hace cosa de un año, Hollande coincidió con ella en una cena de la fundación que dirigía. El candidato cayó rendido ante esta mujer de 38 años, reputada por su capacidad de análisis y su pericia técnica. Hoy se encuentra en el primer círculo del presidenciable y es otra de las caras que podrían figurar en un eventual ejecutivo socialista. «Soy una alumna obediente y haré lo que me pida», se limita a decir. Puede que no hable solo en sentido figurado. Su brillante expediente académico habla por ella. A los 26 años, ya tenía tres diplomas de las mejores universidades francesas.
Se autodefine como «alta funcionaria», pese a que su aspecto no tenga nada que ver con la imagen estereotipada del tecnócrata cincuentón vestido de traje y corbata oscura. «Las mujeres poseemos más margen de maniobra», sonríe. «No creo que tengamos que abjurar de nuestra feminidad para ejercer un cargo. Una mujer no tiene que ir de traje para ser tomada en serio», dice Pellerin, vestida con diadema, vestido escotado y botas de piel. «Lo que importa es tu trabajo y la situación ha evolucionado mucho. La candidatura de Royal, pese a fracasar, rompió moldes. La prueba es que hoy haya tantas mujeres jóvenes convertidas en portavoces. Hay una voluntad de que los equipos dirigentes se parezcan a la población que representan. Y no hay que olvidar que la mitad somos mujeres», remata, antes de abandonar el café y desaparecer bajo la lluvia.
Fleur Pellerin en el Café des Ministères, junto a Les Invalides.
Ed Alcock
Clémentine Autain. Portavoz del candidato del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon.
Clémentine Autain se encuentra en el otro extremo del espectro político. Milita en las filas de la extrema izquierda desde hace 15 años. Durante esta campaña, aceptó convertirse en portavoz del candidato de la izquierda antiliberal y comunista, Jean-Luc Mélenchon, la auténtica revelación de unas elecciones marcadas por el signo de la crisis. «Fue él quien vino hacia mí», precisa esta mujer de 38 años, dos hijos y un parecido razonable a Jean Seberg, desde un café del suburbio proletario en el que reside.
Hace tiempo que es conocida como uno de los rostros más visibles del combate feminista en Francia, aunque reconoce que no siempre lo llevó en la sangre. «Durante muchos años, creí que el feminismo era cosa del pasado. Me convertí en feminista cuando me violaron», explica sobre una experiencia traumática que hizo pública hace cinco años. Fue una de las pocas caras conocidas que se posicionaron contra Dominique Strauss-Kahn tras la irrupción del escándalo sexual del año pasado. «Ha habido un antes y un después. Hoy una violación ya no se considera algo minoritario o que sucede en una única clase social», dice con orgullo. Sabe que ganó un combate.
Sin embargo, Autain sostiene que la vida política sigue siendo «profundamente machista». Mujer de carácter, no permite que la discriminación se interponga en su camino. «Soy más bien fría y no dejo lugar a bromas estúpidas e insinuaciones asquerosas. El paternalismo lúbrico es algo que me repugna», asegura con una mueca bastante gráfica. «Para las mujeres que se meten en política, siempre será difícil encontrar la altura de tacón adecuada. Merkel o Aubry apostaron por una feminidad casi neutra. Yo estoy en contra y no renuncio a la falda, porque no creo que haya que vestirse como un hombre para aspirar a la igualdad», concluye.
La portavoz del Frente Izquierda posa en las escaleras de su casa, en el suburbio proletario de Montreuil, a las afueras de París.
Ed Alcock
Jeannette Bougrab. Secretaria de Estado y portavoz de la UMP.
El despacho de Jeannette Bougrab está decorado con grandes lienzos monocromos, en contradicción frontal con los fastos relucientes del ministerio de Educación, en el que hace dos años que se ocupa del área de Juventud, además de ejercer de portavoz del partido de Sarkozy. En un rincón se observa un objeto igual de inhabitual: la cuna de su hija May, que acaba de adoptar. Tras el escritorio se sienta una política que dice ser distinta a las demás. «A diferencia de la mayoría de mis colegas, yo no tengo miedo. Cuando tengo una convicción voy hasta el final, aunque el resultado sea apocalíptico», explica. Pese a ser de derechas, se define como «feminista, agnóstica y soltera combatiente».
Bougrab empezó su trayectoria en SOS Racismo y fue profesora de Derecho en la Sorbona, hasta que Sarkozy la nombró en el Gobierno para cubrir la plaza que dejaron los iconos de la diversidad caídos en desgracia, como la misma Dati. Nada la dirigía hacia la política. «No he tenido la vida que mi madre imaginó para mí. Su sueño era que me casara y abriera una farmacia en la Francia profunda. Así que debo de haber fracasado en la vida», ironiza. «Aunque desde que soy ministra está un poco más contenta».
Bougrab cree que la política francesa sigue transcurriendo «en tiempos feudales», donde los ataques machistas están a la orden del día. «Lo terrible es que procedan más de las mujeres que de los hombres», dice. Fan de Vanessa Bruno e Isabel Marant, subida a un par de stilettos vertiginosos, afirma vestirse de forma distinta a las demás políticas. «Me gustan los vestidos sin mangas, que en teoría están prohibidos en el Parlamento francés, donde se deben llevar siempre los brazos cubiertos. Una vez me presenté con uno y una senadora me gritó que solo faltaba que me pusiera el bañador», relata entre risas.
Jeannette Bougrab en los exteriores del Ministerio de Educación francés.
Ed Alcock