Visitamos una fábrica de juguetes eróticos: así se hace un vibrador
Visitamos la fábrica de Fun Factory, en Bremen. La alemana marca de juguetes eróticos que revolucionó el mercado con sus divertidos diseños y que produce íntegramente en Europa.
A finales de los años 90 ocurrieron dos fenómenos simultáneos; las sex shops dejaron de ser esos antros regentados por hombres con pinta de pervertidos que vendían películas X y enormes penes de color carne, con venas y algunos hasta con pelo incluido. En lugar de esos locales en los que una tenía la sensación de estar haciendo algo ilegal y con graves consecuencias para la humanidad surgieron boutiques sexuales, diseñadas especialmente para mujeres –no en vano ocho de cada diez usuarios de juguetes eróticos en España son féminas–, con escaparates a la calle y abundante iluminación....
A finales de los años 90 ocurrieron dos fenómenos simultáneos; las sex shops dejaron de ser esos antros regentados por hombres con pinta de pervertidos que vendían películas X y enormes penes de color carne, con venas y algunos hasta con pelo incluido. En lugar de esos locales en los que una tenía la sensación de estar haciendo algo ilegal y con graves consecuencias para la humanidad surgieron boutiques sexuales, diseñadas especialmente para mujeres –no en vano ocho de cada diez usuarios de juguetes eróticos en España son féminas–, con escaparates a la calle y abundante iluminación.
Al mismo tiempo, el género femenino y la sociedad entera empezó a cambiar el concepto que tenían de los vibradores y demás complementos para el sexo. Ya no eran consoladores utilizados solo por las desafortunadas que no tenían pareja sino juguetes porque, ¿qué es el sexo sino el juego de la edad adulta?
Claro que en este cambio de paradigma los nuevos accesorios tuvieron mucho que ver, demostrando que el diseño es mucho más que un mero envoltorio con pretensiones.
Corrían los 90 y Michael Pahl y Dirk Bauer eran estudiantes de ingeniería electrónica en la Universidad de Bremen. La exmujer de Bauer, que regentaba entonces una sex shop, se quejaba de lo feos que eran los juguetes eróticos y ellos decidieron crear una versión más divertida, en un material seguro y saludable. El primer diseño lo fabricaron en la cocina de Dirk, era un dildo con forma de delfín y color azul. “En parte pensamos en las lesbianas, porque a ellas no les gusta la idea de reproducir la forma de un pene”, comenta Michael, “el diseño fue un éxito y se agotó enseguida en la tienda, lo que nos hizo pensar que había mercado para este tipo de productos. En 1996 creamos Fun Factory”, cuenta este cofundador que en sus ratos libres se divierte restaurando radios antiguas.
Al primer diseño, apodado Paddy Penguin, le siguió otro con forma de gusano, Patchy Paul, que a día de hoy se ha convertido en la mascota e imagen de la empresa. Otra de las estrategias de esta factoría, llena de buenas ideas, es crear personajes con sus vibradores, dotarles de alma, nombre y hasta personalidad y si además, estos simpáticos personajes nos proporcionan intensos orgasmos, entonces la clientela estará asegurada. Prueba de ello es que los primeros diseños siguen teniendo su club de incondicionales.
La bonita, próspera e industrial Bremen es el lugar donde se fabrican íntegramente estos juguetes. Concretamente en un edificio a orillas del río Weser. Los tours por las fábricas; como el de la cerveza Beck’s, que también sale de este rincón de Alemania, son parte de las atracciones turísticas, aunque ninguno de ellos contempla una visita a Fun Factory. Privilegio reservado solo para los periodistas, aunque sin cámara. “Nuestros competidores siempre están tratando de copiarnos”, me comenta Kristy Stahlberg, jefa del departamento de comunicaciones, “por eso hemos creado nuestras propias máquinas”.
A pesar de que cada día se fabrican una media de 3.000 juguetes, la producción en Fun Factory es manual y la presencia femenina supera a la masculina. Hay primero que hacer los cuerpos blandos del juguete, elegir el color, mezclarlo con la silicona (siempre 100% médica), ponerlo en el molde, esperar a que se enfríe y desmoldarlo. Conozco bien el proceso porque yo misma he confeccionado un dildo con la forma de Paddy Penguin (un trabajo para el que parece que he nacido). En otra parte de la planta de producción, un grupo de chicas se encarga de montar la mecánica del juguete: baterías, cables, interruptores. Más adelante, otro equipo junta ambas partes. Una mujer sola está al cargo de fabricar las bolas chinas, y en cada paso del proceso hay siempre alguien que se encarga de supervisar que todo funcione. El control de calidad incesante es otra de las señas de identidad de la marca, que aúna un ambiente creativo y relajado a lo Silicon Valley –de hecho hasta hay perros en la oficina, ya que se pueden traer dos mascotas por día al trabajo– con la rigurosidad y el buen hacer de la producción germana.
Los best sellers de la casa
Fun Factory es la responsable de muchos de los best sellers del mundo del placer, que en ocasiones sobrepasan este ámbito para ser recetados por sexólogos o ginecólogos. Una nueva rama de este negocio que está aún por explotar debidamente. Los impulsores son los últimos ítems de la marca que han revolucionado el mercado, ya que simulan las embestidas del hombre cuando realiza la penetración. Los vibradores a pilas más potentes del mundo salen también de esta fábrica y su ventaja es que aúnan las bondades de poder usarse sin corriente eléctrica y las de los recargables, ya que tienen más potencia y sus pilas se recargan.
Amorino es otro de los vibradores más demandados, ya que cuenta con una banda (una especie de goma) que se puede colocar de diversas maneras y que conduce la vibración hacia los labios vaginales. Y en el más complicado mercado de juguetes para hombres, Cobra Libre es un “camelador de glande” con forma de coche que ha supuesto un capítulo nuevo en el mundo de los accesorios masculinos, alejado de las antiestéticas y hasta tenebrosas vaginas de silicona. Lo que le valió el premio estadounidense Good Desing Award, en 2010. Pero los galardones son algo ya habitual en esta empresa. El vibrador Delight fue el primer juguete sexual del mundo en ganar el Red Dot Desing Award, en 2008 y en el 2010 otro compañero suyo, el Flash y las bolas chinas Smartballs, fueron galardonadas con el iF Product Design Award.
¿De dónde saca Fun Factory sus ideas para crear nuevos juguetes? “Cubrimos muchos frentes”, apunta Michael Pahl, “tratamos de estar al día en avances y descubrimientos científicos en cuanto a sexualidad; contamos con un equipo de asesores formado por ginecólogos, urólogos y sexólogos y tenemos un buen servicio de atención al consumidor –una línea telefónica– del que aprendemos mucho sobre los gustos del público. Nos hacen sugerencias, demandas, críticas y nos proporcionan anécdotas curiosas como la de un hombre mayor que había comprado un impulsor para regalar a su esposa y no sabía cómo ponerlo en marcha. ‘Mi mujer está en la cama esperando y no se cómo encenderlo’, comentó con tono urgente. Y luego muchas mujeres nos llaman para agradecernos que con nuestros juguetes han tenido su primer orgasmo. Aunque nosotros no tratamos de reemplazar al hombre ni a nadie en la cama. Solo pretendemos que todo sea más divertido, porque juguetes sexuales los ha habido siempre”, puntualiza Pahl ante mi alusión a los contrarios a estos artilugios y al sexo excesivamente mecanizado.
Si el diseño ha sido la llave que ha usado esta empresa para entrar en las alcobas de medio mundo, Simone Kalz, jefa de producción y desarrollo de producto y diseñadora industrial, es una pieza clave en Fun Factory. Su pasado laboral incluye seis años trabajando en China como diseñadora para una empresa alemana de juguetes para niños. Tal vez de ahí venga la tendencia de esta marca a convertir sus vibradores en personajes tiernos y conmovedores. Simone me enseña el nuevo producto que saldrá al mercado en enero, Volta, un estimulador de clítoris con 6 velocidades y 6 patrones diferentes. El mercado estadounidense, el segundo en importancia y volumen de ventas para la marca, demanda juguetes más potentes y con más velocidades; como si los norteamericanos no tuvieran suficiente excitación con las declaraciones, tweets y tratados de su presidente. Los rusos, sin embargo, piden juguetes dorados, plateados o con incrustaciones de piedras preciosas para ostentar incluso cuando nadie los ve, y las españolas se inclinan por la doble estimulación (del clítoris y punto G).
“El diseño es esencial en nuestro producto y siempre buscamos que tenga un significado, como en los vibradores Ángel y Demonio. El primero lleva una corona similar al glande, y el segundo unos cuernecillos para masajear el punto G. Lo más complicado es diseñar para hombres, no solo porque tratar de realizar algo que recuerde las sensaciones de una vagina es muy complicado sino porque los penes son de distintos tamaños y el juguete no puede adaptarse a todos ellos. De todas formas, la prioridad número uno es que sean funcionales y que su utilización sea fácil y entendible por todos. Un botón para encender y apagar y otros dos para subir o bajar la intensidad”.
De vuelta a mi hotel me encuentro con una sex shop de las de antes, con una gran fachada en rojo y una puerta a la que le sigue una pesada cortina de plástico opaco. Por supuesto entro, e inmediatamente viajo en el tiempo unas décadas atrás, a las tiendas eróticas de las que hablo al principio de este artículo. Hay un penetrante olor a tabaco y como música de fondo se oye un gemido de mujer monótono, probablemente procedente de alguna película porno a todo volumen. Inmediatamente pienso que lugares así deberían conservarse como sitios de interés histórico para que las nuevas generaciones buceen en la prehistoria de la juguetería erótica, el morbo y los bajos instintos.