Tocados y hundidos: cuatro signos de que una relación se acaba
Saber identificarlos puede evitar sufrimientos o hacer que lleguemos a tiempo para el rescate.
Es una pena que no existan forenses que determinen la muerte de una relación de pareja, levanten acta y faciliten el certificado de defunción. Pero contrariamente a lo que le ocurre a nuestra parte física –cuyo fin es fácil de diagnosticar–, determinar con precisión en el tiempo cuándo una relación se ha evaporado resulta casi tan complicado como ponerse de acuerdo respecto al origen del universo. Lo único cierto es que la mayoría de las historias de amor tiene más interés en la historia que en su adjetivo, y sobreviven mucho más de lo que deberían. A menudo convivimos con un fantasma, un re...
Es una pena que no existan forenses que determinen la muerte de una relación de pareja, levanten acta y faciliten el certificado de defunción. Pero contrariamente a lo que le ocurre a nuestra parte física –cuyo fin es fácil de diagnosticar–, determinar con precisión en el tiempo cuándo una relación se ha evaporado resulta casi tan complicado como ponerse de acuerdo respecto al origen del universo. Lo único cierto es que la mayoría de las historias de amor tiene más interés en la historia que en su adjetivo, y sobreviven mucho más de lo que deberían. A menudo convivimos con un fantasma, un recuerdo, un sentimiento de culpa, una bondad malentendida, una adulterada idea de lo que es el afecto o, en el mejor de los casos, con un compañero de piso antes que con nuestra pareja. Ésta se desintegró hace años y, aunque la mayoría de nuestras amistades y personas cercanas ya lo sabían hace tiempo, nosotros somos siempre los últimos en enterarnos.
¿Por qué compartí techo tantos años junto a este mastuerzo? o ¿cómo desperdicié mi vida sexual con alguien nada interesado en el sexo? son preguntas que vienen a nuestras cabezas tras pasar el terremoto de la ruptura y que convendría que contestáramos para no incurrir en el mismo error en el futuro. Ya saben, el hombre no sólo tropieza varias veces en la misma piedra, sino que gusta de cargarla al hombro para asegurarse de repetir. Por si les sirve de algo, aquí hay algunos síntomas que nos indican que nuestra relación está en apuros, necesita cuidados intensivos o que, de repente, ha dejado de respirar para siempre.
Sexo, ¿qué es eso?
Mientras algunos piensan que la vida de una pareja estable debe parecerse a una película porno, otros dan por sentado que tiene más en común con la serie Un hombre en casa. Los primeros meses ambos miembros quieren hacer uso de las ventajas que conlleva no tener que peregrinar por los bares para acabar en la cama con alguien pero, más adelante, este pacto se descompensa y siempre hay uno que quiere más que otro. Los encuentros se van espaciando y, generalmente, vivimos ese proceso degenerativo como algo normal. “Llega un momento en que la disfunción se regulariza”, comenta Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga, terapeuta de pareja y directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona. “Además, la sociedad y las amigas a las que se le pregunta suelen comentar que es normal que con el tiempo la pareja tenga cada vez menos relaciones sexuales. Es cierto que con los años el sexo no es tan intenso ni frecuente, pero no hay que confundir esto con una vida sexual inexistente o con un supuesto trastorno físico, que lo que hace es enmascarar el hecho de que nuestra pareja ya no nos excita sexualmente. Muchos casos de falta de deseo en las mujeres o problemas de erección en el hombre se solucionan cuando se prueba con otra persona o se termina la relación”, comenta Molero.
Establecer cuotas para determinar cuando el sexo es suficiente (o no) es imposible porque cada pareja es un mundo pero, según Silvia Pastells, psicóloga clínica y sexóloga del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, “podemos decir que la cosa no va bien en materia sexual cuando alguno de los dos no está satisfecho. Todas las parejas pasan por baches y épocas de mayor o menor actividad erótica, pero si ésta ha desaparecido totalmente se podría decir que hay un problema, sobre todo si ha sido un elemento importante para ambos hasta ahora”.
El sexo es además un excelente mecanismo, como nos enseñan los bonobos –nuestros primos en la cadena evolutiva con la conducta sexual más desinhibida–, para mantener la paz y para la resolución de conflictos; por lo que la ecuación menos sexo = más peleas, es una ley universal e indiscutible. Ya saben, a veces hay que confiar más en los genitales y la libido que en la lógica y la razón.
'Desconnecting people'
Si hay un síntoma inequívoco de que la relación está en grave peligro, ése sería sin duda el de la falta de comunicación. “Se habla mucho de las parejas que discuten todo el tiempo, pero yo creo que si se está en esta fase aún hay esperanzas porque, finalmente, cuando se pelea hay siempre un cierto interés. El problema es cuando ni siquiera eso ocurre”, comenta Francisca Molero y añade “a mi consulta como terapeuta llegan muchas parejas con problemas. Muchas de ellas están instaladas ya en esa etapa. Han dejado de expresar sus demandas, sentimientos o preocupaciones al otro, probablemente porque piensan que ya no sirve de nada. Tan solo esperan a que uno de ellos sea lo suficientemente valiente y decida romper, pero nadie quiere interpretar el papel de malo. Muchos vienen a la terapia buscando una razón que les de pie a la ruptura, un juez que, de manera indirecta, sentencie la separación para que el proceso sea menos traumático”.
Generalmente las rupturas no se producen por grandes desgracias o acontecimientos indeseables sino por la suma de pequeñas tragedias cotidianas que, gota a gota, van llenando el vaso. “Si pensamos cuál es el mayor problema al que puede enfrentarse una pareja, la mayoría diría que la infidelidad”, comenta Silvia Pastells, “sin embargo, si hay voluntad, ésta puede superarse. Yo diría que lo peor de todo es la incomunicación, la incapacidad de expresar las emociones, sentir que ya no puedes sincerarte con tu compañero/a. Todo esto crea una gran infelicidad. Hay que hablar, aprender a etiquetar lo que uno siente y manifestarlo. Es básico para cualquier terapia de pareja y para empezar a ir solucionando problemas”.
Si el desamor pudiera expresarse en imágenes, las instantáneas del fotógrafo inglés Martin Parr, de la colección Bored Couples (Parejas Aburridas) serían las más adecuadas. Un hombre de mediana edad mira una pecera mientras su mujer, sentada frente a él en un restaurante barato, fija la vista en el horizonte; una inglesa de vacaciones en la Costa del Sol –a juzgar por la pigmentación rojiza de su piel– lee el periódico mientras su marido mira el culo de una chica que pasa a su lado; una lluvia imprevista hace que una pareja de paseo por el campo deba refugiarse en el coche. No hablan y, en tan reducido espacio, el tedio se hace evidente, asfixiante, insoportable.
Sin inversión no hay beneficios
Resulta curioso cómo la cultura del esfuerzo, que ha regido nuestras vidas, parece aplicable a todos los campos menos al de la armonía conyugal. Debemos esforzarnos en nuestro trabajo, aspecto físico y salud pero no en nuestra vida de pareja, como si el amor nos protegiera de todos los sinsabores y peligros del mundo real. Pero como Silvia Pastells apunta, “estar bien a largo plazo requiere de un trabajo, aunque para la mayoría de la gente la palabra dedicación aplicada a la relación amorosa no está bien vista, porque pensamos que debería ser algo natural y espontáneo, pero esta creencia nos ha hecho mucho daño. Tenemos muy claro que en nuestro ámbito laboral no podemos seguir adoptando el mismo papel que cuando empezamos, pues con la pareja ocurre lo mismo. Hay que hacer cosas para mantenerla con vida, sobre todo si se pasa por una crisis. A veces superar los baches refuerza mucho la relación. Es posible, sobre todo si antes ha habido atracción sexual, buena amistad y los dos miembros tienen voluntad de hacerlo, pero hay que ponerse manos a la obra”.
La tarea que los terapeutas suelen recomendar a los pacientes interesados en darse una segunda oportunidad es programar actividades juntos para volver a ser amigos y, más adelante, amantes. Según Francisca Molero el tiempo, esa excusa que ponemos a la hora de alejarnos del otro, es un elemento importante. “A veces hay que empezar por cosas tan simples como que paseen durante una hora cogidos de la mano. Hay que recuperar actividades que les gustaba hacer juntos, espacios de diversión o volver a cuidarse y tener buen aspecto para agradar al otro”.
Si piensan que el sexo se escapa a este esfuerzo por dar vida a lo que languidece, están equivocados. Hace años una ama de casa norteamericana de mediana edad decidió regalarle a su marido por su 40º cumpleaños un año entero de sexo diario, que plasmó en su libro 365 Nights de Charla Muller. Pese al horror inicial, los inconvenientes, cansancios y cenas de compromiso, el matrimonio se planteó tener relaciones cada día del año y, lejos de acabar divorciándose, ahorraron dinero, ganaron en complicidad y se diplomaron en Kamasutra.
¿Y si cambiamos nosotros primero?
Dos no discuten si uno no quiere y para derribar los cimientos de una relación de pareja generalmente se necesita la fuerza de cuatro brazos trabajando a destajo. “Las personas que vienen a mi consulta”, comenta la terapeuta Francisca Molero, “hablan generalmente de lo que les gustaría que hiciese su pareja, o de los cambios que ésta persona ha experimentado a lo largo de los años. Todos evolucionamos y pretender que el otro no lo haga es una perspectiva bastante irreal. Si la relación se ha empezado desde joven, es normal que ambos miembros hayan experimentado cambios respecto a sus conductas o prioridades, que a veces hay que volver a revisar”. A veces esto pasa también por cambiar los papeles o ir a por algo, en vez de esperar a que te lo traigan y enfadarte si esto no ocurre. “Robarle besos a tu pareja, o iniciar el encuentro erótico en vez de esperar a que sean él o ella quienes lo hagan, como ocurría antes”, comenta Silvia Pastells. La conducta no es quiero algo y como no lo consigo me enfado, sino ¿si quiero algo, por qué no voy a buscarlo?