¿Qué pueden enseñarnos los animales sobre sexo?

El reino animal puede darnos alguna que otra lección en materia erótica. Especialmente los primates, que ven el sexo desde una perspectiva lúdica y disfrutan de más tiempo libre.

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Me temo que cualquier cosa que los humanos hayamos practicado o inventado sobre el sexo existe ya en el mundo animal. Si se comparara nuestra especie con el conjunto de las que habitan la Tierra, llegaríamos a la conclusión de que, probablemente, somos los más pacatos y estrechos del universo; y si proyectáramos 50 Sombras de Grey en el arca de Noé, casi seguro que la mayoría de los animalitos abandonarían la sala aburridos, se quedarían dormidos o, imitando a Obélix, exclamarían: ¡están locos estos humanos!

Cuando todavía muchos países persiguen y matan a los homosexuales, ...

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Me temo que cualquier cosa que los humanos hayamos practicado o inventado sobre el sexo existe ya en el mundo animal. Si se comparara nuestra especie con el conjunto de las que habitan la Tierra, llegaríamos a la conclusión de que, probablemente, somos los más pacatos y estrechos del universo; y si proyectáramos 50 Sombras de Grey en el arca de Noé, casi seguro que la mayoría de los animalitos abandonarían la sala aburridos, se quedarían dormidos o, imitando a Obélix, exclamarían: ¡están locos estos humanos!

Cuando todavía muchos países persiguen y matan a los homosexuales, y otros debaten sobre si legalizar o no la adopción de niños por parte de parejas gays; los chimpancés, nuestros parientes más cercanos en el reino animal, con los que compartimos un 98,76% de nuestra información genética –el genoma del chimpancé se parece más al humano que al del gorila–, hace tiempo que practican la bisexualidad, forman parejas homosexuales y adoptan a crías huérfanas sin necesidad de tanto papeleo.

El tercer sexo, del que tanto se ha empezado a hablar últimamente y que ya reconocen algunos países como Australia, Alemania e India, es moneda corriente en el mundo animal y vegetal. Como expone la bióloga estadounidense, Joan Roughgarden, en el libro Evolution’s Rainbow (University of California Press), la mitad de las especies que pueblan la tierra no podría entrar en la clasificación de macho o hembra. La mayoría de las plantas son hermafroditas y también algunos animales como los caracoles, las estrellas de mar y muchos peces, que empiezan su vida siendo machos y luego se transforman en hembras o viceversa.

Páginas de contactos como Ashley Madison o Victoria Milan, que ejercen de alcahuetas cuando queremos echar una cana al aire y tenemos pareja, no tendrían ningún éxito en el mundo animal porque la monogamia es algo trasnochado. Incluso las especies que los círculos más conservadores nos venden como modelo de fidelidad y que aparecen en las tarjetas de San Valentín se las apañan divinamente para poner los cuernos a su partenaire, a poco que éste se descuide. El mito de la monogamia: la fidelidad y la infidelidad en los animales y en las personas (Siglo XXI), escrito por el zoólogo David P. Barash y la psiquiatra Judith Eve Lipton, utiliza diferentes saberes –biología, fisiología, antropología– para demostrar lo irreal de esta idea y lo poco conectada que está con el instinto animal. Las nuevas técnicas de determinación del ADN han permitido descubrir cómo la información genética de polluelos de águilas, gansos, cisnes y distintas especies de aves, hasta ahora catalogadas como monógamas, no correspondía con la de sus supuestos padres.

Como dice la revista Ambientum, en un artículo sobre los diversos sistemas de apareamiento en el mundo animal, “las relaciones poligámicas también son muy frecuentes, y se producen en todas sus combinaciones posibles, como la poliandria (una hembra se relaciona con dos o más machos) o la poliginandria (dos o más machos con dos o más hembras). La poliginia (un macho con dos o más hembras) es la poligamia más común entre vertebrados y es, por ejemplo, el ‘estilo de vida’ del ciervo, capaz de reunir a su alrededor un auténtico harén”.

Las orgías y los clubs liberales improvisados son algo familiar para muchas especies, entre ellas la liebre de mar de California, un molusco marino sin concha y hermafrodita, es decir con ambos aparatos reproductores: masculino y femenino. Según cuenta Manuel Soler, biólogo, etólogo, ornitólogo y catedrático de biología animal de la Universidad de Granada, en su libro Comportamiento animal y humano: un enfoque evolutivo, “las liebres de mar tienen un comportamiento reproductor muy curioso que no sé si sería correcto llamar ‘juego sexual’ (sobre todo teniendo en cuenta que son animales con un sistema nervioso muy simple); pero es innegable que desde el punto de vista humano lo llamaríamos orgía o sexo desenfrenado. Como estudió Steven Pennings, de la Universidad de California, en Santa Bárbara, aunque se pueden encontrar parejas en cópula, lo más frecuente es que formen cadenas de entre cuatro y ocho individuos (aunque a veces puede sobrepasar la docena) en las que cada uno está haciendo de macho, inseminando al que tiene delante, y a la vez de hembra, recibiendo esperma del que tiene detrás. Estas cadenas se pueden mantener durante varios días, e incluso más de una semana, aunque no permanecen siempre los mismos individuos pues, de vez en cuando, alguno se retira y otros pueden incorporarse”. ¿Nymphomaniac para estas liebres de mar?, un cuento de párvulos.

Pero que a los animales les guste el sexo y que disfruten con él, independientemente de su misión reproductora, no es sinónimo de que se vayan con el primero que aparece. Generalmente, son las hembras las que eligen, ya que son ellas las que tendrán la descendencia y buscan buenos genes y recursos para la cría de sus hijos. Algunas formas de selección son extremadamente sofisticadas como expone Soler en su libro. “Un ejemplo muy interesante es el estudio realizado por Susan Walls y sus colaboradores de la Universidad del Suroeste de Louisiana sobre la salamandra Plethodon cinereus. En él, demostraron que las hembras de esta especie son capaces de determinar la calidad del territorio de un macho examinando sus excrementos. Si en estos abundan los restos de presas de poca calidad, como las hormigas (mucho caparazón y con ácido fórmico), continúan su camino; pero si encuentran excrementos de macho constituidos por restos de presas más apetecibles, con más nutrientes y menos defensas, se quedan y buscan al propietario de ese territorio”.

Los machos tampoco se quedan cortos a la hora de seducir y hasta engañar a las hembras, si no poseen las cualidades que ellas demandan o no son los más fuertes. El libro de Soler habla de los denominados ‘machos satélites’, cuya equivalencia humana también existe, aunque no está tan tipificada y los adjetivos para denominarlos son infinitos. “En muchas especies animales en las que los machos atraen a las hembras emitiendo un sonido, como es el caso de las ranas y de otros anfibios sin cola, se ha descrito con frecuencia que existen unos individuos denominados ‘satélites’, es decir, machos que no cantan, sino que se limitan a situarse cerca de otros individuos que sí están cantando, para así interceptar a las hembras que pasan atraídas por el canto del otro macho. Cuando un macho de cualquier especie de rana o sapo está cantando durante la época de celo, está enviando el siguiente mensaje a las hembras y a los machos de su especie: ‘Escuchad mi canto, demuestra que soy un macho grande y fuerte’. Sin embargo, el significado es distinto para cada sexo. A las hembras les está diciendo: ‘Ven y aparéate conmigo’, mientras que a los machos lo que les dice es: ‘Este sitio está ocupado y si te acercas, tendrás que pelear conmigo’. Imaginemos ahora un macho pequeño y débil que también está interesado en reproducirse. ¿Será una buena estrategia pararse y cantar? Serviría de aviso a las hembras para no acercarse y a los machos para saber que hay un sitio ocupado por un macho al que podrían vencer fácilmente. Lo mejor que puede hacer es callarse. Por esto permanecen silenciosos, porque cuando existe en las proximidades un macho con un canto más atractivo que el suyo, lo mejor es mantenerse en silencio e intentar engañar y fecundar a las hembras que pasen por su lado en dirección al macho cantor”.

Claro que tampoco se trata de poner en un pedestal a nuestros amigos de cuatro patas y pensar que nos superan con creces en el terreno erótico. Si la limitación de la raza humana para disfrutar plenamente del sexo ha sido, y todavía sigue siendo, la moral y las reglas sociales; la de los animales sería su fuerte vinculación con el instinto de reproducción, que hace que se lleguen a cometer violaciones, como ocurre con los ánades, un tipo de patos que pueden formar manadas que acorralan a una hembra para aparearse con ella en época de celo.

“Los únicos animales que han separado sexo de reproducción son los primates”, comenta Pilar Cristóbal, sexóloga, psicóloga y autora de También los jabalíes se besan en la boca y otras curiosidades sexuales del reino animal (Temas de Hoy). Según esta autora dos pruebas de esto son que “los chimpancés son los únicos animales que tienen sexo fuera de la época de celo y en los que la hembra se masturba, ya que hay muchas especies en las que los machos se satisfacen a ellos mismos, pero porque no pueden aparearse en ese momento o están viendo a una pareja copular. Los primates, como los humanos, han desvinculado el sexo de su función reproductora y lo utilizan con otros fines, por ejemplo, para obtener comida en forma de regalos, o en funciones de grupo como aplacar la cólera, descargar la tensión, evitar peleas y solucionar conflictos. Los bonobos, un tipo de chimpancé que es el más parecido a los humanos, son los únicos miembros del reino animal que copulan cara a cara”.

¿Qué es entonces lo que ha hecho a los chimpancés tan evolucionados respecto al sexo, que han aunado lo bueno del reino animal y de la naturaleza humana? Según Pilar Cristóbal, “el secreto está en que tienen tiempo libre. Son especies que han sabido adaptarse al medio muy bien, comen de todo y su inteligencia les ha permitido desarrollar habilidades y herramientas, como coger un palo para alcanzar o partir una fruta. El resto de los animales están demasiado ocupados en sobrevivir, obtener comida y reproducirse. El hombre ha sabido dominar también su medio, pero parece que las cosas están cambiando, ya no hay tanto tiempo libre y la gente ajusta el sexo al trabajo. Los días que más relaciones sexuales se producen son los viernes y sábados. El domingo, que es el día en que estamos más descansados, la gente ya está pensando en la nueva semana laboral. Aunque esto no es así en todas las partes del planeta. Hace años se hizo una estadística y se comparó a los habitantes de un pueblo subsahariano, pobres pero con sus necesidades primarias de comida y casa aseguradas, con los norteamericanos. Los primeros multiplicaban por diez el número de relaciones sexuales que tenían los habitantes de EEUU”. Ya saben, en el terreno erótico y por el momento bonobos, 1 – humanos, 0.

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