Por qué el ‘egoísmo sano’ es esencial para el buen sexo
Centrarse demasiado en el otro, olvidado la propia satisfacción, es el camino más corto para un sexo complicado y poco placentero.
Siempre he pensado que la teoría del liberalismo económico, el famoso laissez faire –buscando el propio interés se llega al bien común donde realmente funciona es el en sexo. También que muchos de los problemas de cama podrían solucionarse si abandonásemos un poco el altruismo o el afán por complacer al otro –que en el fondo podría interpretarse como un amor incondicional a nuestros egos o a nuestra reputación–, y nos dedicáramos más a buscar el propio placer, lo que desembocaría en el goce comunitario. Si los primeros polvos de nuestra vida son, generalmente, desastrosos es porque ...
Siempre he pensado que la teoría del liberalismo económico, el famoso laissez faire –buscando el propio interés se llega al bien común donde realmente funciona es el en sexo. También que muchos de los problemas de cama podrían solucionarse si abandonásemos un poco el altruismo o el afán por complacer al otro –que en el fondo podría interpretarse como un amor incondicional a nuestros egos o a nuestra reputación–, y nos dedicáramos más a buscar el propio placer, lo que desembocaría en el goce comunitario. Si los primeros polvos de nuestra vida son, generalmente, desastrosos es porque no estamos siendo fieles al “liberalismo sexual”. Más bien nos mantenemos demasiado ocupados intentando ocultar nuestra inexperiencia, tratando de satisfacer, por encima de todo, a la pareja; haciendo méritos para que ese chico/a que tanto nos gusta vuelva a llamarnos tras la experiencia, evitando que alguien se haga la idea de que somos unas estrechas o construyendo el falso personaje de uno/a que disfruta plenamente del sexo y conoce todos los botones que hay que apretar para hacer saltar por los aires el polvorín de placer.
Creo también que si con los años uno le va pillando el punto al asunto, no es tanto por la experiencia, sino por el hecho de que la vida nos ha tocado ya tanto nuestros genitales, que uno decide que la próxima vez que esto suceda, optará por el “relájate y disfruta”. Y es esta actitud un tanto egoísta, hedonista y realista, la que nos hace dejar de luchar en la cama, rendirnos y empezar a disfrutar.
Las técnicas de supervivencia enseñan que primeramente hay que estar a salvo para intentar luego salvar a los demás o que, en un avión, hay que ponerse primero la mascarilla de oxígeno y luego hacerlo al niño que tenemos al lado. Ese mismo orden de prioridades es extrapolable al sexo, y los estudios así lo confirman. Uno de la Kwantlen Politechnic University, en Surrey, British Columbia, Canadá, llegaba a esta misma conclusión tras estudiar a 60 parejas y preguntarles sus motivaciones para tener sexo. Los que respondían que lo hacían para divertirse o por su propio placer, es decir, los que estaban más centrados en si mismos, eran las parejas que conseguían un mayor grado de satisfacción; mientras que los que argumentaban que buscaban en el sexo una forma de expresar su amor y afecto por el otro, eran los que registraban parejas menos complacidas. Como comentaba a los medios Hayley Leveque, una de las profesionales que realizó el experimento, “encontramos que si la atención en si mismo de un individuo disminuía, lo hacía también el nivel de satisfacción de su pareja. La gente pensará que debería ser al revés, con una pareja más atenta a las necesidades del otro, el éxito está garantizado. Pero eso no es lo que nosotros descubrimos”.
En la película En carne viva (2003), de Jane Campion, uno de los personajes cuenta a la protagonista, interpretada por una Meg Ryan felizmente liberada de su eterno peinado, “¿sabes?, puedo recordar a todos los tíos con los que he follado por cómo les gustaba hacerlo, no por cómo quería hacerlo yo”. Una reflexión común a muchas mujeres, pero también a bastantes hombres, porque según cuenta Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, el “altruismo excesivo” es una patología que afecta por igual a ambos sexos. Según Molero, “en las relaciones esporádicas es más difícil que las mujeres que tengan dificultad para llegar al orgasmo lo alcancen, porque hay menos confianza y la compenetración de la pareja es menor. Mientras que en el sexo casual, el problema más común para los hombres es el miedo al fracaso, el gatillazo. Pero el altruismo excesivo se ve más entre las parejas estables, especialmente en las más jóvenes, porque se quieren tanto, que solo piensan en satisfacer al otro. Y esto se agrava si hay algún problema de por medio. Por ejemplo, cuando hay una anorgasmia coital y a ella le cuesta alcanzar el clímax. Es entonces cuando la insistencia por llegar al final feliz se vuelve obsesiva. El hombre se erige en responsable del placer de la mujer, abandonando la idea de conseguir el suyo. Los preliminares se vuelven interminables hasta llegar a agobiar a la otra persona, que empieza a sentirse culpable por ser la causante de todo este problema. Y todo esto puede acabar derivando en patologías como la eyaculación retardada o la falta de eyaculación”.
El sano egoísmo, la persecución del propio placer durante el sexo, hace que uno se vea aliviado en su tarea de satisfacer a la pareja. Sin contar con que ver que alguien disfruta, es algo que puede contribuir a calentarnos aún más. Se ha comprobado que los hombres segregan más testosterona cuando ven que la mujer está excitada y pasándoselo bien.
Pero a veces, llegar a entender estas simples premisas puede llevarnos media vida y, en algunos casos, el entendimiento llega como por iluminación, tras una ruptura, un fracaso o un terremoto existencial. Luisa, 47 años, Madrid, confiesa que empezó a disfrutar realmente del sexo cuando rompió con su pareja de toda la vida y experimentó el dolor de ver como todo lo que se había cultivado atentamente durante años, tarda solo unos segundos en evaporarse, dejando un rastro de mal olor y podredumbre. “La tarea que me impuse a partir de entonces”, cuenta Luisa, “fue la de ser un poquito más egoísta en todos los ámbitos de la vida y, por supuesto, también en el sexo. Sobre todo porque veía que entre mi grupo de amigas, las que mejor se lo pasaban y tenían más orgasmos eran las más lanzadas, las que se valoraban más a sí mismas, las que pensaban que para que los de su entorno estuvieran bien, primero ellas tenían que estarlo antes. No se trataba de convertirme en una cabrona egocéntrica sino de quererme más a mi misma. Es decir que si empezaba a salir con alguien no pensaba “¿le gustaré?”, sino “¿me gustará él a mi?”. Y cuando me iba a la cama con compañía no me importaba ya tanto lo que pensara él de mi, sino lo bien que yo me lo iba a pasar. Desde luego que mi vida sexual cambió. Dio un giro de 360º, lo que no quiere decir que no haya tenido experiencias malas, pero incluso éstas, me las tomo ahora de otra manera. Alguien dijo: “el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”.
Dan Savage escritor, comentarista, periodista y autor de una columna de consejos sexuales y de pareja llamada Savage Love, muy famosa en EEUU, es otro de los defensores a ultranza del “liberalismo sexual”. Savage es audaz, divertido y, a menudo, genera polémica con sus artículos, ya que a pesar de ser homosexual, no duda en criticar lo que el llama el gay establishment. Su consejo para una mujer que le escribe comentando que ella y su pareja no tienen muy en cuenta sus propios orgasmos pero si se preocupan por los del otro, es este: “Uno de vosotros va a tener que empezar a ser egoísta. Los dos dais demasiado, invertís muy poco en vuestro propio placer y mucho en el del compañero. Y todo eso sueña maravilloso en teoría –¿quién no desea una pareja que no tenga rastro de egoísmo?– pero en la práctica las parejas sexuales desinteresadas son pésimas en la cama. Dar es fantástico, pero en cualquier encuentro sexual alguien está tomando, tomando el cargo, el control, dando placer a su pareja porque está tomándolo de ella. Y si no va a ser él quien empiece a tomar, deberás ser tú. Echa un vistazo hasta donde ha llegado tu preocupación por su satisfacción y repite conmigo: ¡que lo follen a él y a su satisfacción!. Luego hazte estas preguntas: ¿qué quiero?, ¿qué es lo que me excita?, ¿qué me gustaría experimentar y explorar? Aún no estás condenada si puedes dar con las respuestas, pero si no las encuentras, me temo que sí lo estás. Condenada a tener mal sexo en esta relación, el tiempo que dure, y a repetir lo mismo en la siguiente, si das con otro que sea tan desinteresado como tú”.
El buen sexo precisa, entonces, de este pequeño-gran reajuste conductual, aunque según Francisca Molero, hay hábitos que hay que romper y otros que nos ayudan a colocarnos en el buen camino. “La sinceridad excesiva es algo que no lleva a nada, lo mismo que las evaluaciones post coitales, sobre la experiencia. Fingir es otro síntoma de que nos preocupamos más por lo que sienta, piense o quiera el otro, que por nosotros mismos. Es un acto destinado única y exclusivamente hacia la pareja. Hay personas que no se atreven a expresar sus fantasías porque piensan que pueden escandalizar al compañero/a, hacerle cambiar la idea que tienen de su personalidad; olvidando que las fantasías son solo juegos, papeles que representamos durante unos momentos. La reciprocidad es también algo deseable en una relación, pero no tiene porque tener una exactitud matemática. Me refiero a que si uno le hace algo a su pareja, no tiene que ser el otro el que, inmediatamente, le de la réplica. No hay que buscar que todo sea al 50%. En este sentido, puede ser bueno jugar al juego del esclavo sexual. Un día uno hace y el otro solo disfruta, y viceversa. Lo de la reciprocidad se ve claramente en el tema del sexo oral. Tendemos a pensar que cuando hacemos sexo oral a alguien le estamos haciendo un favor que luego tendrá que devolvernos, o le paramos en el mejor momento porque creemos que ya está cansado o aburrido, o que estamos abusando de él. Pero hay gente que disfruta y se excita mucho practicándolo ”, argumenta Molero.
“Que los malos sean un poco buenos y los buenos un poco malos, y todos se curarán”, sentenció Walt Whitman. Para muchos/as tal vez sea hora de dejar de dar tanto y empezar a coger. Porque además, nada es lo que parece, y el que trata de perseguir su bienestar, está en parte contribuyendo a un mundo mejor. Mientras el altruismo es, en muchas ocasiones, una forma disfrazada, sutil y ambigua de egoísmo.