Nuria Mora: del arte urbano a la joyería refinada
Empezó a pintar murales callejeros en un mundo «absolutamente masculino» cuando solo tenía 25 años. Ahora, a los 47, Nuria Mora emociona con creaciones para Grassy.
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Nuria Mora (Madrid, 47 años) siempre supo que quería pintar. “La pregunta sería más bien cuándo dejasteis de pintar los demás, porque todos los niños pintan”, reflexiona en su taller en el madrileño barrio de Embajadores, en una de las plazas en las que todos los domingos se instala El Rastro. Un espacio caótico, colorido y ecléctico. “Creo que la pintura es algo innato al ser humano, es una forma de explicarse, de disfrutar y de explicar el mundo que le rodea”. Ella nació en un entorno creativo que estimuló su sensibilidad desde pequeña. “Es una ventaja de partida, ya sales de un caldo de cultivo. Porque no es solo la formación, es tener bonitos cuentos, estar rodeada de belleza, tener la naturaleza cerca o escuchar músicas. Luego está, claro, la parte en la que yo me he empeñado y me he preparado”. Quizá por la suma de todo tuvo la valentía de empezar a pintar en la calle con 25 años, “de una manera ilegal, furtiva y autoproducida”, en un mundo absolutamente masculino. “He echado de menos tener referentes femeninos, pero también ha sido una ventaja por no tener la losa de un ejemplo a seguir”.
Precursora del posgrafiti, la madrileña se basta y se sobra para abrirse camino. Ahora está centrada en su obra plástica para galerías y en colaboraciones con firmas o entidades variopintas. La Casa Encendida, Facebook o Roberto Verino. ¿Lo último? Una instalación en el Festival Flora o una colección cápsula de joyería para Grassy: “No ha sido una colaboración al uso, que yo simplemente les diera unos dibujos, sino que he formado parte de todo el proceso”. Su trabajo ha sido expuesto en la Tate Modern de Londres, en el Museo de Arte Contemporáneo de Johannesburgo o en la Fundación Joan Miró de Barcelona.
Fiel a su intuición, no se presenta a concursos ni a becas y confía en que sean comisarios los que la busquen. Le gusta tocar todos los palos: “Eso es el conocimiento. Haces una cosa y con lo que has aprendido haces otra y vas creciendo. Eso tan manido del work in progress es muy cierto. No hay una obra terminada. Haces una obra y la terminas, pero tu trabajo sigue evolucionando”. Si algo define el suyo es la búsqueda de belleza y emoción. “Me da mucha pena cómo el posmodernismo dijo que la belleza ya no era algo de lo que había que ocuparse, pero realmente está implícita en cualquier decisión, aunque sea la no-belleza, aunque sea el feísmo, ya es una decisión estética”, apunta. “Lo que más me gusta de mi trabajo es precisamente tener en las manos el don de la belleza. Ver a gente más formada, menos formada, más popular o más erudita entregada a la adoración de la belleza. Todos somos sensibles, aunque unos tengan más bagaje y a lo mejor tengan más fácil el camino”.