Ni aburrida ni burócrata: así es el latir creativo de Bruselas

A través de la moda, la ciudad escapa de su condición de capital de la burocracia. Una muestra homenajea a los diseñadores históricos belgas y reivindica sin complejos su condición de destino creativo

Cuando se habla de moda y surrealismo, siempre surge el nombre de Schiaparelli pero pocos saben que un poco más al norte, en Bruselas, la casa de costura Norine consiguió tejer en los años 20 una verdadera unión entre la moda y las vanguardias artísticas. La excéntrica pareja fundadora de la firma colaboró con René Magritte y Raoul Dufy, diseñó bordados basados en las obras de Man Ray y Max Ernst y sedujo a la intelligentsia creativa de la época, que formaba su clientela. Así se hacen las cosas en Bélgica: un poco más raras, un poco más arty. Y sin perder la discreción.

La mu...

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Cuando se habla de moda y surrealismo, siempre surge el nombre de Schiaparelli pero pocos saben que un poco más al norte, en Bruselas, la casa de costura Norine consiguió tejer en los años 20 una verdadera unión entre la moda y las vanguardias artísticas. La excéntrica pareja fundadora de la firma colaboró con René Magritte y Raoul Dufy, diseñó bordados basados en las obras de Man Ray y Max Ernst y sedujo a la intelligentsia creativa de la época, que formaba su clientela. Así se hacen las cosas en Bélgica: un poco más raras, un poco más arty. Y sin perder la discreción.

La muestra se abre con un ejército de maniquíes con creaciones de las principales firmas belgas, de Martin Margiela a Anthony Vaccarello.

Germán Sáiz

No es nada casual que el historiador y comisario Didier Vervaeren decidiera arrancar la exposición Los belgas. Una inesperada historia de moda precisamente con Norine. La muestra, abierta hasta el 13 de septiembre en el centro Bozar de Bruselas, traza una línea clara entre esos antecedentes y los años 80, cuando los llamados Seis de Amberes (que en realidad eran siete, contando a Martin Margiela, y entre los que estaban Dries van Noten y Ann Demeleumeester) tomaron la moda al asalto y, en palabras de Vervaeren, «ignoraron todo lo que se consideraba buen gusto y feminidad, todo lo que hacía entonces gente como Thierry Mugler». Marcados por el trabajo de los diseñadores japoneses, reescribieron las reglas de la moda.

Exposición en la galería H18 (Kastelensplein, 18), cerca de la activa zona de Chatelain.

Germán Sáiz

Aquella campaña tuvo un claro empuje del Gobierno, que quiso reactivar el adormecido sector textil uniéndolo al talento joven. Y aunque con altibajos, las instituciones han mantenido después su compromiso con el sector, algo que es bien visible en el funcionamiento de sus dos reputadísimas escuelas de moda, la de Amberes y la menos conocida La Cambre, en Bruselas. En esos centros se han formado Olivier Theyskens, Raf Simons y, lo que es más importante, muchos otros creativos sin pasaporte belga que escogieron ir allí a aprender esa otra manera de entender el diseño.

En Hinterland, un coqueto local de aire alpino y espíritu eco en Saint Gilles, hacen descuento a los clientes que se llevan el café en su propio termo. ¿Adiós al vaso de papel?

Germán Sáiz

La capital, a la que le cuesta sacudirse su imagen de ciudad-de-funcionarios-europeos que desaparecen el viernes a mediodía y dejan las calles desiertas o aquel otro retrato, más caduco, que la pinta como una bonita pero aletargada villa centroeuropea, ha aprovechado la exposición para programar un Verano de la Moda que se nota de puertas adentro, pero sobre todo fuera, en las calles y las tiendas.

La chocolatería Pierre Marcolini y Kitsuné, la firma hipster francesa, han lanzado una serie de cajas de bombones y macarons. 

Germán Sáiz

Poder gentrificador. Cualquier recorrido por la Bruselas del estilo tiene que empezar en Stijl, en el corazón de la calle Dansaert. Cuando Sonia Noël abrió la tienda, decidida a vender solo ropa de diseño belga, la avenida era un páramo. Hoy es una arteria comercial en la que se alternan las clásicas franquicias con pequeñas boutiques multimarca como A Suivre (Dansaert, 101), donde se pueden encontrar prendas de IRO, Vanessa Bruno, Surface to Air y Zoe Karssen. Mientras, la impactante Stijl sigue dedicada a la moda local. Dries van Noten es su eterno superventas pero ahora reserva también un buen espacio a nombres como Jean-Paul Lespagnard (algo así como el Jeremy Scott belga), que explora con humor los símbolos del país, dedicando colecciones a las omnipresentes patatas fritas o los matjes, los arenques.

Look de Eric Beauduin, quien trabaja con materiales reciclados.

Pam & Jenny

Más allá de Dansaert, la acción o, mejor dicho, la inacción hipsterosa –la idea es ir encadenando perezosamente jarras de cerveza– se sitúa en torno a los barrios vecinos de Ixelles y Saint Gilles. Ambos son bobo, si bien el primero quizá más bourgeois y el segundo más bohemian. Por el procedimiento internacionalmente testado de “seguir por la calle a alguien con pinta interesante” se puede llegar a lugares como la plaza Saint Boniface, llena de terrazas en verano, o al bar Potemkine (Avenue de la Porte de la Hal, 2), uno de los preferidos para el brunch que a veces programa conciertos y películas y que forma parte del miniimperio de Frédéric Nicolay, un dinamizador de la escena local responsable de espacios como Bravo (Alost, 7) o Flamingo (Laeken, 175). Nicolay también está detrás de la remodelación del popularísimo Café Belga, que opera desde los años 30 en la plaza Flagey. Ahora coloniza las aceras con sus hamacas y unos camiones de comida que lo convierten en lo más parecido a la playa de Bruselas.

Diseño de Haus Coudeyre para la colección o-i 2015/2016.

Cortesía de Coudeyre

El primer domingo de cada mes se celebra también en la plaza Saint Géry un mercadillo de ropa vintage y de jóvenes diseñadores locales que no venden aún en Stijl pero participan, en muchos casos, del espíritu de Norine y de los famosos Seis. «Cuando te pones algo de un diseñador belga, llevas más que ropa: sus valores», asegura muy seria Justine de Moriamé, de Studio Krjst, un «consorcio creativo» que produce objetos, moda y accesorios. Y antes de que todo parezca demasiado riguroso, advierte: «Esto no es París. Aquí todo se vive más relajado».

Dos maniquíes en Stijl, la boutique que acompañó el boom de los Seis de Amberes. Hoy sigue vendiendo solo ropa de diseñadores belgas, como Rick Owens, Jean-Paul Lespagnard o Jan-Jan Van Essche.

Germán Sáiz

Estampados del Studio Krjst, que ha colaborado con Eastpak y Kenzo.

Germán Sáiz

Gafas de Tim Van Steenbergen en la óptica Hoet, situada frente a Stijl, en la misma calle, Antoine Dansaert.

Germán Sáiz