La vida, por Ana Pastor
«Quienes intentaron matar a Irene Villa ni siquiera serán juzgados. Su caso ha prescrito»
He visto, como muchos ciudadanos, decenas de veces aquellas imágenes. Son terribles incluso apartando la vista. Y 20 años después siguen doliendo. Hoy es una mujer, pero entonces era solo una niña de 12 años. Intentaron arrancarle la vida de manera cobarde pero no pudieron con ella. Se llevaron por delante sus piernas pero no han frenado ni un ápice sus ganas de seguir peleando.
Pocos deben saber cómo fue su dolor durante años cuando la puerta de casa se cerraba y su familia respiraba el miedo de revivir aquello. Cualquiera en su caso habría crecido carcomida por todo eso, instalada...
He visto, como muchos ciudadanos, decenas de veces aquellas imágenes. Son terribles incluso apartando la vista. Y 20 años después siguen doliendo. Hoy es una mujer, pero entonces era solo una niña de 12 años. Intentaron arrancarle la vida de manera cobarde pero no pudieron con ella. Se llevaron por delante sus piernas pero no han frenado ni un ápice sus ganas de seguir peleando.
Pocos deben saber cómo fue su dolor durante años cuando la puerta de casa se cerraba y su familia respiraba el miedo de revivir aquello. Cualquiera en su caso habría crecido carcomida por todo eso, instalada en el rencor, buscando respuestas y hallando solo silencio. Pero ella optó por el camino más difícil y más valiente: mirar hacia delante.
Nuestras vidas se cruzaron por primera vez cuando ella fue madre hace casi dos años. Su sorprendente relato público de lo que estaba viviendo durante el embarazo me dejó rota. Podía sentir cada una de sus sensaciones pero me parecía increíble su manera de centrarse solo en lo importante y dejar a un lado lo que todos veíamos. Aquel momento marcaba en ella un antes y un después.
Ocurre con cualquier mujer que se enfrenta a la maternidad. Pero ella había ido más allá. Suponía demostrar que, contra todo pronóstico, seguía creyendo en el ser humano y que merecía la pena traer un hijo a este mundo, a pesar de aquel mes de octubre que tanto daño le había provocado.
Irene Villa con su marido.
Cordon Press
Volvimos a cruzarnos, esta vez en persona, hace unas semanas. Iba con su compañero en esta nueva travesía, Juan Pablo. Esa tarde recibía un premio y los dos acogían las felicitaciones en equipo y con una gran sonrisa. Ella regalaba abrazos de los que no olvidas. En aquellos minutos hablamos de niños, de futuro, de periodismo, de la vida. Era un día difícil porque esa misma mañana se acababa de hacer pública la sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot. Quienes intentaron matarla ni siquiera serán juzgados. Su caso ha prescrito. Lo cuenta mientras espanta el frío de su cuerpo acariciando sus brazos. Sin embargo, la calidez vuelve a su mirada cuando dice que quiere mirar hacia delante. Lo cuenta con una generosidad que pone la piel de gallina. No hay espacio para el odio. Muchas veces ha explicado que es una privilegiada dentro del colectivo de víctimas e incluso apunta con humildad que algunas cosas las ha conseguido por ser quien es.
Lo cierto es que, al margen de cuestiones subjetivas, es una joven con tres carreras. Ahora está centrada en el deporte adaptado, la discapacidad y en la psicología positiva. Está invitada en muchos lugares del mundo para dar charlas de superación, un ámbito donde la política no tiene hueco. Para elegir un nuevo camino, tiene la autoridad moral de quien no puede recibir lecciones de nadie y de quien ya ha demostrado todo. Es Irene Villa y el pequeño Carlos puede estar ya orgulloso de la madre que le ha tocado, una madre que poco a poco «aprendió a andar» de la única manera posible: cayéndose y levantándose.