La danza elegante: María pagés
Esta coreógrafa y bailaora española recorre el mundo coleccionando ovaciones. Pero, además, diseña los vestidos que aparecen en sus obras y atesora auténticas joyas que demuestran su buen olfato para la moda.
Cuando María se fue a vivir a Madrid, se dio cuenta de que su tía Victoria Kent había residido en el portal de al lado. «“¡Y mira que es grande esta ciudad!”, pensé en su momento. Pero me hizo mucha ilusión esa cariñosa y familiar coincidencia». En su casa, diccionarios de francés e inglés, en distintos tamaños, se distribuyen por sus mesas y estanterías, enredados entre una cuidada selección de poemarios que habla de su pasión por el verso. «Mira este, me lo dedicó José Saramago. Lo estuvimos leyendo juntos en un bar de Sevilla.
Le dije que me encantaba el poema ...
Cuando María se fue a vivir a Madrid, se dio cuenta de que su tía Victoria Kent había residido en el portal de al lado. «“¡Y mira que es grande esta ciudad!”, pensé en su momento. Pero me hizo mucha ilusión esa cariñosa y familiar coincidencia». En su casa, diccionarios de francés e inglés, en distintos tamaños, se distribuyen por sus mesas y estanterías, enredados entre una cuidada selección de poemarios que habla de su pasión por el verso. «Mira este, me lo dedicó José Saramago. Lo estuvimos leyendo juntos en un bar de Sevilla.
Le dije que me encantaba el poema Alzo una rosa y que me iba a inspirar una coreografía. Más tarde me lo recitó para el espectáculo Herencia», recuerda. Pero si hay algo que llama la atención nada más entrar en su casa son las maletas. Uno las encuentra en la entrada, como el que acaba de llegar de viaje, pero también en todas y cada una de las estancias. «Mi vida es una maleta. Me he convertido en una persona muy práctica porque, en mi realidad cotidiana, todo lo importante tiene que caber en una. Estoy siempre de viaje y en ellas llevo la casa y las cosas de trabajo a cuestas». En agosto ha estado bailando en Australia, en septiembre lo hará en España (7 y 8 en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, y del 19 al 30 en el Teatre Victòria de Barcelona) y luego viajará a Nueva York, Toronto, Quebec y Alemania. «Cuando me compro alguna prenda, lo primero que tengo en cuenta son los tejidos. Prefiero los que no se arrugan, porque yo no puedo estar planchando por el mundo», cuenta. Lo siguiente es que no ocupen espacio. «Por eso, y porque me encantan sus estampados, tengo bastante ropa de Etro. Llevo mucho negro porque es fácil de combinar, pero lo contrasto con trajes de mucho color». Para contrarrestar la sensación de viaje constante tiene un ancla muy especial: un kimono que compró en Japón.
«Está hecho con una técnica ancestral de nudos y es comodísimo y muy elegante. Lo llevo en los camerinos durante las giras, en los hoteles… Y cuando me lo pongo, me siento en casa». Pero hay otra cosa que la ha acompañado siempre a todas las casas que ha habitado: los mantones de Manila de su abuela. Ella le regaló el primero cuando tenía ocho años. «Entonces hice un baile con él y recuerdo que se me hizo un mundo porque me parecía gigantesco. Pero ahora lo miro y lo veo muy ligero. A los mantones, para que tengan un movimiento bonito, como el de las faldas, es necesario que les pesen los flecos. Tienen que estar bien trabajados y requieren un bordado exquisito. Si el mantón no pesa, no es bueno», explica María.
Pero si existe un accesorio sin el que no se imagina la vida, ese es el abanico. Al agitar el aire con uno de ellos, la bailaora despierta el arte en el ambiente de forma inmediata. Los tiene siempre a mano y repartidos por la casa. La mayoría son de Monreal, una artesana que los pinta a mano, pero tiene de todo tipo. «Allá donde voy compro siempre abanicos, los colecciono y todos tienen su pequeña o su gran historia». Los zapatos son otra de sus pasiones. «Me gusta el tacón, pero no suelo llevarlo porque me paso media vida encima de los de bailar, que tienen cinco centímetros. Pero un buen tacón en el momento indicado hace muchísimo. Con los verdes de Louis Vuitton recogí la medalla de Andalucía, porque iba vestida de negro y tenía que llevar algo de ese tono que recordara a los colores de la tierra. Tengo otros que me encantan. Los vi en un escaparate en Nueva York y no pude resistirme: ¡eran de un verde Betis!».
En otra ocasión, María estaba bailando en Londres con el espectáculo Dunas cuando recibió un regalo que la cautivó. «Al terminar la actuación, entró en el camerino Stuart Vevers y me dio una caja que contenía un bolso fucsia de Loewe. Me dijo que lo había hecho exclusivamente para mí. Yo, que sé lo que es viajar con bultos, me imaginé al pobre Stuart en el avión cargado con ese paquete, luego en el taxi, después sentado en la butaca del teatro con él… Y me enterneció que pensara en mí de una manera tan bonita. Stuart me contó que cuando vio la piel de ese color pensó que tenía que ser para mí».
Tiene varios zapatos de tacón verdes como estos de Louis Vuitton.
Germán Sáiz
Sus cuadernos están llenos de anotaciones de coreografías, dibujos y poemas. Tiene casi tantos como abanicos. Junto a ellos, el bolso de Loewe (regalo de Stuart Vevers).
Germán Sáiz
Tanto de gira como en Madrid, lleva siempre encima este kimono que compró en Tokio. «Me lo pongo y me siento en casa».
Germán Sáiz
Trajes de los que utiliza la compañía en las obras en gira se entremezclan con modelos de Loewe, Etro o Missoni, que María utiliza en su vida fuera del escenario.
Germán Sáiz
No se atreve a ponerse las joyas de su abuela por si se le pierden. «Pero mi amor vive en Marruecos y me regala brazaletes que me pongo sin parar», comenta.
Germán Sáiz
Colecciona mantones desde los ocho años y batas de cola.
Germán Sáiz
Germán Sáiz