La casa de Leiva, refugio de rockeros
A los 14 años creó su primera banda en el mismo barrio en el que hoy reside. Entre discos, cuadros y guitarras, Miguel Conejo, conocido como Leiva, nos abre las puertas de su casa (y estudio de grabación).
Desde que hace tres años él y Rubén Pozo disolvieron Pereza (la banda que formaron en 2001), las cosas han cambiado para el madrileño. «La separación era vital para mi crecimiento musical. Quería hacer un trabajo más alternativo, volver a las salas. Tenía ganas de recuperar emociones pequeñas, porque así es como me siento más vivo», asegura. Pero el éxito de su último trabajo (las entradas de los cuatro días que actúa en abril en La Riviera de Madrid, por ejemplo, están agotadas) ha cambiado el rumbo de sus planes, obligándole a seguir pensando en grande.
Leiva nos recibe en su apar...
Desde que hace tres años él y Rubén Pozo disolvieron Pereza (la banda que formaron en 2001), las cosas han cambiado para el madrileño. «La separación era vital para mi crecimiento musical. Quería hacer un trabajo más alternativo, volver a las salas. Tenía ganas de recuperar emociones pequeñas, porque así es como me siento más vivo», asegura. Pero el éxito de su último trabajo (las entradas de los cuatro días que actúa en abril en La Riviera de Madrid, por ejemplo, están agotadas) ha cambiado el rumbo de sus planes, obligándole a seguir pensando en grande.
Leiva nos recibe en su apartamento de Alameda de Osuna, uno de los barrios con más tradición rockera de la capital. En ese entorno, en el que nació, creció y sigue viviendo el cantante, se ha gestado gran parte de su último disco. «Tengo un pequeño estudio en casa. En él no grabo temas al completo, pero sí algunas partes como el piano, la guitarra o las voces. Curro sin horarios y con el pijama puesto», cuenta. Su hábitat habla de rock por todos los rincones. En el salón nos topamos con cientos de vinilos con historia. Su favorito: una edición de Sticky Fingers, de los Rolling Stones, con una cremallera en la funda que fue prohibida en España. Pero su colección es heterogénea; incluye, por ejemplo, Señora, de Serrat, o un vinilo de Sinatra y Carlos Jobim. «Todos son originales», asegura.
Germán Saiz
Entre su discoteca vemos uno de los galardones del artista. «Me lo concedió la revista Rolling Stoneal Mejor disco del año. Para mí es muy bonito que una publicación musical te otorgue esa distinción. Además, fue mi primer trabajo en solitario y le tengo un cariño especial».
Su estreno fuera de Pereza ha inspirado incluso a artistas como Boa Mistura, un grupo de creadores urbanos que elaboró una obra a partir de su sencillo Violento amor y que ahora preside su salón. «Es el cuadro con mayor valor sentimental y artístico que tengo en casa. Pero no lo pintaron para mí, fue para una exposición. Cuando lo vi, me enamoré y lo compré. Eso sí, me hicieron precio de colega», cuenta con una sonrisa. Esta es una de las pocas obras por las que ha pagado el madrileño, quien asegura que casi todas las ha conseguido por trueque. «Cambio guitarras, baterías y mandolinas por piezas que me gustan. Es lo que destaco de la decoración de mi casa. Es un sitio de cuadros, vinilos y fulares», afirma. De hecho, los pañuelos son su complemento favorito. «Keith Richards los usaba en los años 70 y siempre los he llevado en homenaje a este icono», asegura.
«Estas joyas son de La Reserva, una tienda de la calle Fuencarral (Madrid) que vende piezas fabricadas por indios americanos».
Germán Saiz
Fascinación por los 70. En su habitación descubrimos referencias de estilo míticas del rock. Sobre una mesa hay un par de gafas como las que llevaban los Black Crowes. «Son iguales que las de los policías de Estados Unidos en los años 70. Las American Airlines me las manda un amigo desde Los Ángeles. Pero las que realmente me apasionan son las que llevan los señores mayores». Le gustan tanto que confiesa haberse sentido tentado de ofrecerle dinero a alguno en plena calle por ellas.
La atracción de Leiva por esta década se extiende a los jeans, una prenda fundamental en su armario. «Tengo muchos pantalones vaqueros, casi todos de Zara o H&M. Antes los llevaba de campana, así que me los sigo poniendo», continúa. Entre sus tesoros vintage destaca una chistera que recuerda a las que un joven Mick Jagger utilizaba cuando subía al escenario. «Tiene más de 40 años. Me la trajo un amigo de Nueva York. Suelo ponerme sombreros que dan un cierto aire de mendigo: con el ala ancha un poco torcida». Hay uno en concreto que utiliza solo cuando actúa, porque no le gusta sentirse disfrazado. Salvo alguna ligera excentricidad, Leiva viste igual dentro y fuera del escenario: gafas, jeans, sombrero y zapatos chelsea, otro de sus fetiches. «Hay un tipo de botín bajo que voy a comprar de vez en cuando a Londres. Son de inspiración mod, como los que llevaban los Small Faces y Paul Weller», comenta.
Cuando finalizó la guerra de Irak, él mismo cubrió una de las paredes de su habitación con una pintada de celebración.
Germán Saiz
En la puerta de su casa encontramos una especie de anexo habitable: su furgoneta. Hace unos años compró una Volskwagen de 1972 a un tipo de Cantabria. «Conducirla es como viajar en el tiempo. No puedes superar los 70 kilómetros por hora, eso ayuda a reducir la velocidad vital», dice. Aunque Leiva confiesa cuál es el verdadero elixir para los momentos difíciles: «En Pólvora he incluido un tema que se llama Los músicos, un pequeño homenaje al oficio. Lo más importante es el mensaje que quiero transmitir con él: cuando la vida duele, hay algo que nos salva. Eso es la música».
Su colección de guitarras. Tiene 15. De todas, la joya es una Gretsch White Falcon de 1972. «Esa no la saco de gira, solo la utilizo para grabar», explica.
Germán Saiz