La apasionante vida de Marjorie Merriweather Post, la multimillonaria que fundó Mar-a-Lago, la nueva residencia de la familia Trump
La empresaria construyó el complejo en Palm Beach en 1924 y al morir la donó al Estado como residencia para presidentes. El republicano lo adquirió en 1985 y fue el escenario elegido para su boda con Melania Trump.
Nadie daba fiestas como Marjorie Merriweather Post (Springfield, 1887-Washington D. C., 1973). A la multimillonaria le gustaban la belleza, la diversión y el exceso: era una ávida coleccionista de joyas y obras de arte, repartía su tiempo en sus diversas mansiones, de Washington a Florida, y además gestionaba un emporio empresarial. Lo heredó de su padre, C. W. Post, un emprendedor de Illinois que se especializó en cereales y fue pionero en la industria de los alimentos preparados. Cuando él se suicidó a los 59 años, Marjorie, hija única, heredó Post Consumer Brands y, junto a...
Nadie daba fiestas como Marjorie Merriweather Post (Springfield, 1887-Washington D. C., 1973). A la multimillonaria le gustaban la belleza, la diversión y el exceso: era una ávida coleccionista de joyas y obras de arte, repartía su tiempo en sus diversas mansiones, de Washington a Florida, y además gestionaba un emporio empresarial. Lo heredó de su padre, C. W. Post, un emprendedor de Illinois que se especializó en cereales y fue pionero en la industria de los alimentos preparados. Cuando él se suicidó a los 59 años, Marjorie, hija única, heredó Post Consumer Brands y, junto a la empresa, una de las mayores fortunas de la época. Con 27 años se convirtió en la mujer más rica de Estados Unidos. “Su estilo de vida, con sus muchas propiedades, un personal doméstico de más de 40 personas y muchas fiestas, a menudo se parecía al de la realeza”, destacó The New York Times en el obituario que le dedicó el 13 de septiembre de 1973.
Entre esas propiedades de las que hablaba el rotativo se encontraba Mar-a-Lago, una imponente mansión de 5.800 metros cuadrados en Palm Beach, Florida, a la que acaba de mudarse Donald Trump con su familia tras abandonar la Casa Blanca. El expresidente es el propietario de este complejo –que ostenta la categoría patrimonial de Hito Histórico Nacional– desde 1985. Aunque su dueña lo legó al Estado para que sirviera como residencia de invierno (en el cálido clima de Florida) a los presidentes, el elevado coste de su mantenimiento hizo que volviera a manos de las herederas de Merriweather Post en 1981, y ellas fueron quienes se la vendieron a la familia Trump, de la que Marjorie Post Dye, nieta de la millonaria, era buena amiga.
Trump quería transformar Mar-a-Lago en un complejo turístico, pero la oposición vecinal truncó sus planes y se limitó a crear un exclusivo club con campo de golf en el que se organizan eventos y ceremonias. Allí celebró en 2005 su boda con Melania (con los Clinton entre los invitados y actuación de Elton John), y siempre ha mantenido una zona privada para su familia. Durante su mandato la ha utilizado como Casa Blanca del Sur y ha sido el escenario de recepciones de mandatarios y despachos oficiales.
Con sus 128 habitaciones, Mar-a-Lago es la segunda mansión más grande de Florida. Marjorie Merriweather Post comenzó a construirla en 1924 y la obra finalizó en 1927. Su interior es fastuoso: lo diseñó Joseph Urban, decorador vienés especializado en escenografía de los espectáculos Ziegfeld Follies de Broadway, que fue también uno de los colaboradores habituales de otro magnate excesivo, William Randolph Hearst. Urban dejó su sello teatral en las estancias de esta mansión de estilo hispano-morisco: el techo de uno de sus salones se inspira en la Academia de Venecia, hay alfombras españolas del siglo XVI, azulejos del siglo XV, tapices de la escuela flamenca, una copia de los frescos del palacio de Riccardo Medici en Florencia, el comedor emula al del Palazzo Chigi de Roma… En su libro American Empress: The Life and Times of Marjorie Merriweather Post, Nancy Rubin precisa todos estos detalles y repasa la biografía de la millonaria. “Mamá tenía una fijación con la realeza”, reconoce en el libro una de sus tres hijas, la actriz Dina Merrill, nacida de su segundo matrimonio.
Pero la multimillonaria no creció en un entorno privilegiado. Cuando nació su padre aún no había construido su imperio y de pequeña Marjorie le ayudaba a armar las cajas de cereales que luego vendía. El empresario siempre quiso que se sintiera parte de la compañía y entendiera su funcionamiento, y a los 10 años comenzó a acudir a las juntas del consejo de administración y al finalizar le hacía preguntas sobre las reuniones y le planteaba cómo actuaría ella en algunos casos concretos, como recuerdan en la página web de la firma. A los 18 años se casó con un banquero, Edward Bennett Close, y tuvo a sus dos primeras hijas, Adelaide y Eleanor. Poco después, a los 27, heredó la fortuna familiar y asumió la dirección de la empresa, que amplió con fusiones hasta convertirla en la megacompañía General Foods Corporation en 1929. Además de la fortuna, Marjorie heredó la visión de los negocios de su padre: fue una de las primeras defensoras de los alimentos congelados e invirtió en este sector, lo que le reportó grandes beneficios.
A Merriweather Post le apasionaban el lujo y las fiestas. Cuentan que le gustaba tanto organizar bailes que les daba a sus invitadas protectores de goma para los tacones para que no se rayara el suelo en sus largas veladas. En sus diferentes propiedades –Mar-a-Lago en Florida; un tríplex en la Quinta Avenida de Nueva York; una mansión estilo Tudor en Long Island; Hillwood Estate, en Washington D. C., donde falleció a los 86 años tras una larga enfermedad; el Sea Cloud, famoso por ser el mayor yate privado del mundo…– organizaba cenas, bailes y recibía a sus amistades, entre las que había artistas, gente de la alta sociedad y de la realeza y políticos. En 1920 se casó por segunda vez, con el financiero millonario Edward Francis Hutton, tío de Barbara Hutton, con quien construyó Mar-a-Lago. Luego contrajo matrimonio en dos ocasiones más. Su tercer marido, Joseph E. Davies, fue designado primero embajador en Moscú en 1937 y luego en Bruselas (1938), después de que ambos apoyaran activamente la campaña presidencial de Franklin D. Roosvelt.
En Rusia la empresaria dio rienda suelta a otra de sus aficiones, el coleccionismo, y se hizo con obras de arte de las colecciones de los zares y nobles rusos que el Gobierno soviético estaba vendiendo. “Quiero que los jóvenes estadounidenses puedan contemplar cómo vivían algunas personas en el siglo XX”, dejó escrito para que su residencia Hillwood Estate se convirtiera en el museo que es hoy en día. En ella se pueden ver muchos de los cuadros atesorados por la millonaria, pero también sus elegantes vestidos hechos a medida, sus joyas firmadas por Cartier o Van Cleef & Arpels y piezas únicas como un huevo creado por Fabergé que perteneció a Catalina la Grande y juegos de porcelana de Sévres. Algunas de sus joyas más destacadas –como unos pendientes de diamantes en talla pera de María Antonieta o un collar de diamantes que Napoleón regaló a la emperatriz María Luisa– se los donó al Museo Smithsonian. “Cuando empecé a coleccionar lo hice por la alegría de hacerlo, pero conforme la colección creció y empezó a despertar el interés de otros me di cuenta de que debería permanecer al Estado”, afirmó Merriweather Post, según recuerda la web de su institución. Su legado perdura hoy, también en la cultura popular: es recordada en el anfiteatro de Columbia Merriweather Post Pavilion, en el que han actuado de Janis Joplin a Wilco, y del que tomó su nombre un álbum de Animal Collective.
Porque nunca dejó de lado la filantropía: financió la Orquesta Sinfónica Nacional y el Ballet de Washington; apoyó a organizaciones como la Cruz Roja, los Boy Scouts y el Ejército de Salvación; hizo donaciones a la Universidad de Long Island y a la de Mount Vernon (centro privado para mujeres donde estudió); organizó comedores sociales para mujeres y niños durante la Gran Depresión, y tras la Segunda Guerra Mundial creó un centro de empleo para veteranos en Mar-a-Lago, donde se les enseñaban oficios. Aseguraba que su padre siempre le inculcó que el dinero tenía que servir para ayudar a los demás: “Puede que no sea la mujer más rica del mundo. Seguro que hay otras más ricas que yo. La única diferencia es que yo hago más cosas con el mío. Lo pongo a trabajar”.