Gente normal, por Luz Casal

Conocer gente extraordinaria te reconforta el alma, te da esperanza y restituye, a menudo, la pérdida de confianza en el ser humano.

Isabel Acerete

Ante tanto mal nacido como hay que patea los derechos fundamentales del prójimo, ante todos esos que consideran a la mujer una subespecie o un trofeo, ante tantos provocadores de sufrimientos, conocer gente extraordinaria te reconforta el alma, te da esperanza y restituye, a menudo, la pérdida de confianza en el ser humano.

Desde octubre hasta hoy, la dedicación exclusiva que mi vida profesional tan azarosa me exige, me ha recompensado con varios viajes, con numerosas satisfacciones profesionales, pero, sobre todo, me ha regalado...

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Ante tanto mal nacido como hay que patea los derechos fundamentales del prójimo, ante todos esos que consideran a la mujer una subespecie o un trofeo, ante tantos provocadores de sufrimientos, conocer gente extraordinaria te reconforta el alma, te da esperanza y restituye, a menudo, la pérdida de confianza en el ser humano.

Desde octubre hasta hoy, la dedicación exclusiva que mi vida profesional tan azarosa me exige, me ha recompensado con varios viajes, con numerosas satisfacciones profesionales, pero, sobre todo, me ha regalado la posibilidad de conocer y estar con hombres y mujeres que por ser ejemplares me gustaría destacar. La emoción que me ha producido estar a su lado y escucharlos ha sido tan grande que quiero compartirlo. Por el bien común.

Tres perfiles que a través de sus actividades representan, nos recuerdan y nos descubren el presente, el pasado y el futuro. Una mañana de noviembre soleada asistí al encuentro anual de la Fundación Mujeres por África que tuvo lugar en Madrid. Allí escuche hablar magníficamente a numerosas féminas. Líderes. Todas llamaron mi atención, pero hubo una intervención de la impresionante Obiageli Ezekwesili, de Nigeria, fundadora del movimiento Bring Back Our Girls, que me dejó con el corazón encogido. Esta mujer de físico rotundo hizo una emocionante exposición del hecho y las consecuencias del robo de más de 200 niñas nigerianas a manos de los milicianos de Boko Haram. Seres olvidados hoy día quizá porque la noticia ya no está de moda. Ahora son solo una tragedia lejana ocurrida hace casi dos años en una aldea perdida de un país africano.

Semanas más tarde fui a Burgos para encontrarme con Juan Luis Arsuaga, paleoantropólogo y director científico del Museo de la Evolución Humana de Burgos, entre otros muchos quehaceres. Sus trabajos en Atapuerca, junto con un nutrido equipo científico, han resultado claves para el estudio de la evolución de la especie humana. Con sencillez y encanto habla de nuestros primeros antepasados, de manera que cuando tocas el mismo terreno que pisaron los cazadores de bisontes hace 400.000 años crees formar parte de ese tiempo pasado.

En Zaragoza, días más tarde, coincidí con mi admirado Carlos López Otín, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Oviedo, con motivo de su doctor Honoris Causa por la universidad maña. Es Carlos un científico mayúsculo que te habla del genoma de la leucemia crónica con la misma naturalidad y conocimiento con el que te habla de Darwin, la poesía de su amado César Vallejo o de grandes pintores. Sin vanidad.

A los dos científicos los une el entusiasmo y el rigor en su investigación, su capacidad de liderazgo y enorme curiosidad. Fusionan armoniosamente la ciencia con las humanidades. Tienen el reconocimiento de la comunidad científica internacional y el cariño de sus colegas y equipos. Poseen un don que hace que el talento individual se convierta en un éxito colectivo, global. Son figuras que proyectan amor. Amor a sus profesiones y amor a sus hijos y familias.

Si para llegar al conocimiento, a la brillantez y a la excepcionalidad en la vida es necesario hacerse preguntas, reconozco que gracias a ellos yo no he tenido que hacer esfuerzos; su generosidad me ha dado respuestas que han sumado a mi calendario momentos de intensa felicidad.

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