Cuando Enya consiguió vender 15 millones de discos parando el tráfico fluvial del Támesis: 20 años de ‘Only Time’

La oda a la paciencia de la irlandesa funciona igual en recordatorios póstumos virales del 11-S, dramas románticos taquilleros o anuncios de coches con Van Damme como protagonista.

Enya en 'Only Time'.Vevo

En el otoño de 2001, Internet se inundó de vídeos que homenajeaban a las víctimas de los terribles atentados de las Torres Gemelas. Buena parte de estos vídeos contaban con la conmovedora Only Time como música de fondo. Esta canción interpretada por la enigmática Enya —y empleada en bastantes de los reportajes sobre la tragedia que emitió durante esa época la CNN— llevaba ya alrededor de un año pululando por ahí. Sin embargo, los estadounidenses encontraron algo de consuelo en esa especie de himno a la esperanza cuya letra habla de la imposibilidad de controlar los ac...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En el otoño de 2001, Internet se inundó de vídeos que homenajeaban a las víctimas de los terribles atentados de las Torres Gemelas. Buena parte de estos vídeos contaban con la conmovedora Only Time como música de fondo. Esta canción interpretada por la enigmática Enya —y empleada en bastantes de los reportajes sobre la tragedia que emitió durante esa época la CNN— llevaba ya alrededor de un año pululando por ahí. Sin embargo, los estadounidenses encontraron algo de consuelo en esa especie de himno a la esperanza cuya letra habla de la imposibilidad de controlar los acontecimientos futuros, y que formaba parte del quinto álbum de estudio de la irlandesa.

Only Time se convirtió (acertadamente) en el primer sencillo de A Day Without Rain, un notable disco lanzado por Warner Music UK hace ahora justo veinte años del que se llegaron a despachar quince millones de copias. La compañía discográfica tiró la casa por la ventana cuando empezó a promocionarlo, llegando a detener el tráfico fluvial en el Támesis para poner en pie un ostentoso espectáculo de fuegos artificiales con el que lo dieron a conocer entre los británicos —algo un pelín exagerado para la cantante, quien por lo visto llegó a comentar que el dinero invertido en aquello se habría gastado mucho mejor en exhibidores para puntos de venta en tiendas de discos—.

No se sabe cuánto más habría vendido si en efecto se hubiese destinado al dinero a promoción en tiendas pero no cabe duda de que la fórmula escogida funcionó porque Enya llegó a despachar quince millones de copias de aquel disco, del que algunos seguidores se quejaron únicamente su corta duración —apenas cuarenta minutos—. A pesar de que recibió críticas mixtas, A Day Without Rain se hizo con un Grammy al mejor álbum de new age, un término con el que la irlandesa nunca se sintió del todo identificada pero del que tampoco ha conseguido librarse jamás. En 2001 Enya publicó una edición especial del primer single, su canción más popular en Estados Unidos hasta la fecha, con la intención de recaudar fondos para ayudar a las familias de las víctimas del 11S.

Esa oda a la paciencia que es Only Time permitió a Enya acercar a las nuevas generaciones a su etérea música. El tema terminó formando parte de la banda sonora de películas como Noviembre dulce, y alcanzó el número uno en lugares como Canadá, Alemania, Suiza y Polonia. Sin embargo, los millennials no la descubrieron (y se enamoraron de ella) realmente hasta que la escucharon en un spot publicitario de Volvo. Un anuncio protagonizado por un Jean-Claude Van Damme capaz de apoyarse y mantenerse de pie entre dos camiones en movimiento, que batió récords de visualizaciones —más de ciento tres millones lleva ya hoy— y que consiguió que la canción volviera a colarse en la lista Hot 100 de Billboard más de una década después de su lanzamiento inicial.

Pero el enorme éxito de aquel disco no supuso una gran sorpresa para Enya, que ya llevaba algunos años conquistando a melómanos de todo tipo de clase social, creencias políticas y gustos musicales con sus armonías místicas. No en vano, el tema Orinoco Flow, incluido en su primer disco en solitario —Watermark, lanzado en 1988— alcanzó el número uno de la lista de éxitos británica y fue disco de platino en catorce países. Su segundo trabajo, Shepherd Moons, pasó la friolera de 199 semanas en las listas de éxitos estadounidenses y le otorgó a la cantante el primero de sus cuatro Grammys. Con el tercero, The Memory of Trees, la irlandesa se vio actuando delante del Papa Juan Pablo II, y con el cuarto, una compilación de grandes éxitos titulada Paint the Sky With Stars, se consagró por completo como fenómeno musical atípico. En esa época, por cierto, James Cameron quiso que Enya compusiese la música para la película Titanic, pero nunca llegaron a un acuerdo, y el cineasta acabaría encargándole la misión a James Horner.

La historia de Enya es la de una mujer con formación clásica que mamó la música desde pequeña, y empezó mostrando su increíble rango vocal sobre el escenario del pub que su padre abrió en Meenaleck. Parece ser que el técnico de sonido y productor Nicky Ryan se quedó alucinado al escucharla, y le pidió que se uniera a Clannad, un grupo tradicional irlandés integrado por varios de los hermanos y primos de Enya. Al cabo de dos años, Nicky —manager del susodicho grupo— y ella abandonaron la formación y emprendieron juntos un nuevo proyecto musical. En una maniobra bastante arriesgada, el productor y su mujer Roma emplearon todos sus ahorros en la construcción de un pequeño estudio de grabación en el jardín de su casa, y Enya, que quería seguir creciendo en el mundo de la música, se fue durante una temporada a vivir con ellos, pasando a formar una tríada que le daría muchísimas alegrías y que continúa funcionando hoy día. Enya se encarga de componer melodías e interpretar las canciones, mientras que Roma escribe las letras, y Nicky organiza y produce todos los temas.

El inconfundible y único estilo de Enya —basado en unos cuidados arreglos vocales (presididos por la original superposición de capas de su voz), el uso de sintetizadores y el gusto por las melodías superintimistas— no se dio a conocer al gran público hasta que la BBC le encargó en 1986 componer la banda sonora de la miniserie The Celts. Pero la irlandesa, que puede presumir de haber vendido más de 80 millones de discos en todo el planeta, nunca ha sido una superestrella al uso. De hecho, algunos mandamás de la industria musical siguen dando vueltas al misterioso hecho de que alguien como Enya se haya convertido en la artista irlandesa más popular de la historia —sólo por detrás de U2— sin hacer nunca giras y sin prodigarse apenas en los medios de comunicación, una exitosa forma de proceder que algunos periodistas pasaron a denominar Enyanomics.

Enya en un momento de ‘Only Time’.Vevo

De hecho, la cantante de grandes ojos oscuros y atractiva blanca palidez ha sido siempre fiel a su excéntrico sentido del estilo y, sobre todo, a su afición por no hacer concesiones. Como muestra, un botón: cuando firmó su primer contrato con Warner, se las ingenió para obtener una claúsula en la que el sello le otorgaba total libertad creativa y no establecía ninguna fecha límite de entrega. Una licencia, esta última, de vital importancia para una artista que siempre ha sido de tomarse su tiempo entre un disco y otro. No en vano, su último álbum de estudio, Dark Sky Island, salió a la venta hace ya un lustro —»Soy una compositora muy lenta. Soy disciplinada a la hora de hacer mis escalas y calentamientos vocales por mi formación clásica, pero puedo pasar en el estudio un día, una semana, y hasta un mes sin haber escrito nada», confesó en una entrevista con The Guardian—.

A lo largo de su carrera, Enya ha tendido siempre a reducir al mínimo los eventos promocionales en los que participaba. Nunca ha protagonizado una salida de tono, y desde el minuto uno se ha mostrado en todo momento como una persona agradecida por el cariño de los fans, pero bastante celosa de su vida privada. «Siempre retendré un poco de misterio sobre mí, porque me gusta. Nunca sentí que por ser artista tuvieras que vivir de una manera particular. Aunque, si eres creativo y misterioso, la gente automáticamente dice que eres excéntrico», señalaría en una ocasión.

Es evidente que la fama y la popularidad no le hacen demasiado tilín a Enya, quien desde hace años lleva una vida totalmente tranquila y disfruta de su libremente escogida soledad en el castillo de seis habitaciones que compró a finales de los noventa en Killiney, un encantador pueblo situado a cuarenta y cinco minutos de Dublín. Una fortaleza —situada a escasos metros de la casa de sus colegas Nicky y Roma— en la que, a pesar de las cámaras de video vigilancia, ya han intentado entrar sin invitación alguna varios fanáticos de la artista —uno de ellos logró en 2005 acceder al interior del castillo y ató a una sirvienta, lo que obligó a Enya a encerrarse en una ‘habitación de pánico’—. Y un lugar en cuyo estudio, aún hoy, la cantante pasa horas componiendo melodías capaces de transportar a otro mundo al más exigente de los melómanos.

Archivado En