El país que no existe, por Javier Calvo
Tal vez resulte útil pensar en Internet como un país gigantesco y laberíntico, sin mapa
Hace unas semanas, Estados Unidos volvió a horrorizarse ante uno de esos crímenes de los que se repite sin cesar que son «inexplicables». Aunque el adjetivo es comprensible, sobre todo cuando se habla de delitos cometidos por niños, uno sospecha que en este mundo casi todo tiene explicación.
Hace un mes, dos niñas de apenas 12 años de edad de Wisconsin, Morgan Geyser y Anissa Weier, se llevaron a una compañera de clase al bosque y la apuñalaron 19 veces. Milagrosamente, la víctima no murió, sino que salió de la escena del crimen por su propio pie, encontró ayuda y parece que se va a...
Hace unas semanas, Estados Unidos volvió a horrorizarse ante uno de esos crímenes de los que se repite sin cesar que son «inexplicables». Aunque el adjetivo es comprensible, sobre todo cuando se habla de delitos cometidos por niños, uno sospecha que en este mundo casi todo tiene explicación.
Hace un mes, dos niñas de apenas 12 años de edad de Wisconsin, Morgan Geyser y Anissa Weier, se llevaron a una compañera de clase al bosque y la apuñalaron 19 veces. Milagrosamente, la víctima no murió, sino que salió de la escena del crimen por su propio pie, encontró ayuda y parece que se va a recuperar sin secuelas (físicas). Hasta aquí la parte más «normal» del suceso. La parte extraña llegó cuando Geyser, la cerebro del intento de homicidio, ofreció su confesión a la policía. El apuñalamiento, contó, era un sacrificio para aplacar y demostrar la existencia del Slender Man («hombre delgado»), un personaje de Internet que, como la prensa se apresuró a aclarar solícitamente, «no existe».
Del Slender Man se ha dicho, incorrectamente, que es una leyenda urbana. En realidad, es un personaje de ficción, inspirado en la literatura de terror y creado en 2009 por una página web dedicada a trucar fotografías. Inicialmente, se trataba de hacer aparecer en fotos de niños una presencia espectral de fondo, un tipo alto, sin cara y vestido de negro que, efectivamente, daba bastante miedo.
El éxito de este personaje actualmente global se debió a la cooperación entusiasta de los miles de niños, adolescentes y frikis que se pusieron de inmediato a construir la mitología del Slender Man, sus avistamientos, poderes y relatos varios.
Cierto: el Slender Man nunca existió fuera de Internet (aunque para la pobre niña apuñalada, su historia ha adquirido una espantosa realidad). El cruel apuñalamiento no se puede atribuir a la cultura de las armas de fuego de Estados Unidos. El gesto de las apuñaladoras fue un caso claro de pensamiento mítico, atávico, salvo que no quisieron sacrificar a nadie en nombre de Dios, Yahvé, Alá o de ninguna de las entidades en las que es sensato creer.
¿Podemos atribuir el crimen a Internet? Por supuesto. ¿Entendemos, sin embargo, lo que es Internet para una niña de 12 años? Puede que sí y puede que no. Tal vez resulte útil pensar en Internet como un país. Un país gigantesco y laberíntico, sin mapa, una tierra encantada. En ella viven mitos, monstruos como el Slender Man y también avatares de personas de carne y hueso.
Puede ser útil también pensar en nuestros hijos como personas que han nacido con la doble nacionalidad. Son de sus países reales y también son ciudadanos de Internet. Parece absurdo, y lo digo como padre, decirles que uno de sus lugares es menos real que el otro. A fin de cuentas, son nativos de ambos, y para cuando cumplen 12 años, como Morgan y Anissa, ya pasan casi la mitad de su tiempo en el otro.
Todo esto que digo puede parecer muy metafórico, pero toda nuestra cultura, nuestro lenguaje y nuestras creencias se basan en imágenes metafóricas. Los abogados de Morgan y Anissa ya han alegado problemas mentales, esquizofrenia, las famosas «voces». De otra manera, las acusadas pueden pasarse el resto de sus vidas en prisión. El Slender Man, entretanto, solamente ha ganado popularidad, visitas y poder.
La humanidad empezó su andadura en ese mismo bosque primordial, haciendo sacrificios para aplacar su miedo y su inseguridad. ¿Era su mundo menos real que el nuestro? ¿O tal vez hay una parte de nuestra mente que no podemos extirparnos y que siempre encontrará la forma de volver?