El mito de llegar a la vez

Fuera de la gran pantalla, pocas parejas son capaces de esta sincronización. Pero existen técnicas para coincidir en las coordenadas espacio-tiempo.

Everett

El más difícil todavía, el triple salto mortal, el proficiency del sexo es llegar al orgasmo al mismo tiempo que el otro, y así compartir y amplificar esa indescriptible, potente y fugaz experiencia. Sin embargo, me temo que son pocos los que alcanzan este summa cum laude en performance amatoria. Según Sylvia de Béjar, especialista en relaciones de pareja, tan solo un 15% de las parejas lo logran. El resto se divide entre los que piensan que las probabilidade...

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El más difícil todavía, el triple salto mortal, el proficiency del sexo es llegar al orgasmo al mismo tiempo que el otro, y así compartir y amplificar esa indescriptible, potente y fugaz experiencia. Sin embargo, me temo que son pocos los que alcanzan este summa cum laude en performance amatoria. Según Sylvia de Béjar, especialista en relaciones de pareja, tan solo un 15% de las parejas lo logran. El resto se divide entre los que piensan que las probabilidades de converger en las coordenadas espacio-tiempo son las mismas que las de que les toque la lotería, y los que se obsesionan con este logro hasta tal punto que consiguen justo lo contrario a lo que pretendían, que la pareja, aburrida ya de estos deberes, no coincida ya ni en la misma habitación. Por no citar a los románticos, que piensan que esta simultaneidad debe ser requisito indispensable entre los que se quieren, o ser una señal divina de que se ha encontrado, al fin, el alma gemela.

Si llegar al orgasmo fuera solo una cuestión de técnica –desprovista de connotaciones fisiológicas, psicológicas y hasta anímicas–, como quien frota dos palos hasta llegar a hacer fuego, la dificultad en llegar a ver el humo al mismo tiempo, estaría solo en la habilidad. Por lo que podríamos decir a nuestro compañero/a: “empieza antes que yo ya le tengo pillado el truquillo y voy más rápido”. Pero me temo que es mucho más complicado que eso. La periodista experta en sexo del diario inglés Daily Mail, Tracey Cox, exponía en cifras el tinte, casi utópico, de lograr esta meta. “Aproximadamente, el 75%  de los hombres alcanzan el orgasmo en una relación sexual, en comparación con el 30% de las mujeres. El orgasmo en el hombre dura de 5 a 10 segundos (si es afortunado), en la mujer puede durar 15 segundos o más (mucho más, si es afortunada y él es un experto). Crucen los datos y verán que las posibilidades de ambos de orbitar en el éxtasis son altamente improbables. Románticas, si. Probables, no”. Que sea poco habitual no quiere decir que sea imposible y además, todo el mundo tiene el derecho a aspirar a entrar en el selecto club del 15%. Tal vez, para muchos que no lo han logrado aún, suponga una fantasía y eso siempre constituye una razón más para seguir viviendo. Yo propongo que la estrategia para abordarlo, como cualquier otra cosa en el sexo, sea la taoísta del Wu wei (“no acción” en chino, o “no hacer, haciendo”). Es decir, intentar algo sin pretenderlo, sin esfuerzo y sin buscar ningún fin. Yo la practico a menudo, especialmente cuando el autobús está a punto de salir y yo no estoy aún en la parada. En vez de correr para que el conductor me vea, y si tiene un mal día salga antes de lo previsto, solo para desahogarse, finjo no tener ningún interés en subirme al transporte público y, sigilosamente, entro antes de que arranque. Con el orgasmo simultáneo debería ser lo mismo, porque obsesionarse es el camino más corto para alejarse de la meta. Un hombre contando mentalmente hacia atrás, o pensando en bragas faja para no correrse; mientras la mujer, cual jugador de ajedrez, se concentra en acercarse cada vez más a la petit mort, es igual a control, el enemigo público número uno del orgasmo y del placer en general.

El perfil de los que consiguen sincronizarse, no es el de dos personas que chequean sus relojes constantemente. Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, “las parejas que llegan a la vez son personas que conocen bien sus cuerpos y que están muy al tanto de sus respuestas sexuales individuales. Generalmente, tienen una estrecha y feliz relación, con mucha complicidad y son personas ya maduras. En las parejas jóvenes es más difícil que esto ocurra, porque él tiene un menor control sobre su eyaculación y ella desconoce más su cuerpo. En este caso, los años ayudan porque con la edad la respuesta sexual se ralentiza en los dos sexos. Por eso las parejas que siguen juntas, que conocen sus gustos y los del otro, son las que tienen más posibilidades de conseguirlo”. Existen también algunas ideas o tácticas erróneas, en las que insistimos y que no siempre son las más adecuadas. La primera de todas es pensar que el clímax simultaneo debe circunscribirse a una relación en la que haya penetración. De hecho, elegir este modelo es la peor opción posible para aquellas mujeres que no tienen orgasmos vaginales y que necesitan una fuerte estimulación del clítoris para llegar al final. A la consulta de Molero llegan muchas parejas buscando la fórmula secreta para compaginarse, “casi ninguna piensa en otra cosa que no sea la penetración. Es que si se les sugiere que empiecen por tocarse, ni lo consideran”, comenta esta sexóloga.

La edición inglesa de Cosmopolitan citaba, en un artículo al respecto, fragmentos del libro The Pocket Idiot’s Guide to Oral Sex, de Ava Cadell, que sentencia “puede resultar más fácil coincidir en el sexo oral o manual, porque hay alguien centrado en tu clítoris. Hay muchas posiciones en las que no se puede acceder a este órgano, a no ser que, conscientemente, se cree un contacto”. No he encontrado ningún estudio que hable del índice de orgasmos simultáneos entre la población homosexual, y sobre todo entre las lesbianas, que en principio carecen fisiológicamente del órgano de penetración por excelencia. Pero me atrevería a aventurar que sus índices de sincronicidad podrían darnos más de una sorpresa y hasta superar a la población hetero. Olvidemos pues la penetración por unos momentos y empecemos por probar con otras tácticas. El tema de los tiempos es otra de las ideas preconcebidas que la sexología está empezando a cuestionar. La teoría de que la mujer tarda siempre más que el hombre en la cama empieza a dejar de tener una base sólida, de la misma manera que la llegada de los metrosexuales acabó con el tópico de que somos nosotras las que pasamos más tiempo en el cuarto de baño, las que gastamos más en ropa y las que acudimos más a menudo al centro de depilación. “Uno de los problemas que empieza a ser cada vez más frecuente en las consultas de sexología es el de la eyaculación retardada”, comenta Molero. “Algunas mujeres se cansan de esperar a que sus parejas terminen. Ellas van más rápidas. Conocen más sus cuerpos y los estímulos que necesitan para llegar al orgasmo, y todo esto tiene que ver con las practicas masturbatorias”. ¡Queríamos caldo, pues ahí van siete tazas!

El tema del acoplamiento va siempre precedido de una intenso training consigo mismo. Solo si sabemos dominar nuestra propia montura, podremos cabalgar junto a otro jinete. En este sentido es muy adecuado el entrenamiento de jugar a ir adelante y atrás, que explica esta sexóloga. “Lo imprescindible es conocer la propia respuesta sexual, porque una vez que esto nos resulte familiar, será mucho más fácil acoplarse a la del otro. La consigna es sentir, cuanto más sientes, más conoces que lo que experimentas y así puedes ajustar el nivel de intensidad. Una practica que aconsejamos es que se varíen los estímulos. Que se vea una revista porno, una película, un relato, para pasar luego a concentrarse en los genitales y probar diversas sensaciones y texturas: lubricantes, vibradores, látex… Ir viendo nuestra evolución y respuesta a esos estímulos, al mismo tiempo que se juega a controlar los propios tiempos. Llegar al borde del orgasmo, parar, volver a empezar” Existen un montón de trucos y consejos para dar juntos en la diana. Algunos con nombre propio como la “técnica del puente”, que explica Cox en su artículo del Daily Mail, y que consiste en que la mujer se estimule manualmente hasta llegar al borde, con el fin de alcanzar al orgasmo con la penetración. Además de ideas tan graciosas como usar un sistema de números para informar al partenaire en que nivel se está –se puede establecer una escala de 0 a 10, en la que 0 signifique a años luz del orgasmo y 10 a punto de–. Todo sin que los vecinos sospechen nada, o como mucho, que se está llevando a cabo una subasta clandestina. Llegados a este punto, yo confío más en la intuición, y en la teoría de que buscando cada uno su propio beneficio, se llega así al bien común. Si hace falta algo de ayuda extra, la industria del juguete erótico cuenta con una rama especializada en aparatos para dos, que pueden marcar la diferencia. Ida, de Lelo, es un vibrador pensado para tomar parte activa en el asunto, ya que lo lleva la mujer durante la penetración, y su trabajo consiste en estimular el punto G, la parte externa –labios y clítoris- y el pene indirectamente, ya que éste también notará la vibración. Además, Ida nos da la posibilidad de marcarse el tanto de haber hecho un trío, en el que uno de los participantes transcendía la condición humana para acercarse a la de humanoide.

Para acabar les dejo con un extracto de un artículo al respecto de Emily Nagoski, sexóloga, psicóloga y escritora norteamericana, además de autora del blog de sexo y otras cosas llamado The Dirty Normal. Emily reflexiona sobre el importante requisito de dejar de ser uno mismo, al menos por unos breves momentos. ¡Seamos otros -nadie puede robarnos nuestra esencia- y alcanzaremos el cielo! “Lo que hace que el orgasmo simultaneo sea tan cautivador, yo creo, es la necesidad de dejar atrás las barreras que tan a menudo utilizamos para defendernos, para mantener nuestro sentido de identidad, para separarnos de los otros. Se nos ha enseñado que nuestra tarea como adultos es mantenernos en nuestro centro emocional de gravedad y el orgasmo simultáneo tiene que ver con dejarse caer en el otro, en el punto de bifurcación entre el orden y el caos, en el eje entre control y abandono”.

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