Dos madres y un donante de esperma: el caso que obligó a EE UU a plantearse quién decide lo que es una familia
Ry Russo-Young ha filmado en la docuserie ‘Nuclear Family’ de HBO la historia que enfrentó a sus madres con su padre biológico cuando ella era una niña
Si algo han demostrado todas las autoficciones publicadas en los últimos años es que todo el mundo tiene una buena historia en su familia. Pero algunas personas más que otras. La cineasta Ry Russo-Young pasó parte de su infancia y adolescencia yendo a platós de televisión y concediendo entrevistas a la prensa. Apareció incluso en un documental de la PBS, la televisión pública estadounidense. Lo que la hacía tan interesante para los medios es que tenía dos madres en un momento, los años ochenta y los noventa, en que eso no era tan habitual. Y que su padre biológico, el donante de esperma que hi...
Si algo han demostrado todas las autoficciones publicadas en los últimos años es que todo el mundo tiene una buena historia en su familia. Pero algunas personas más que otras. La cineasta Ry Russo-Young pasó parte de su infancia y adolescencia yendo a platós de televisión y concediendo entrevistas a la prensa. Apareció incluso en un documental de la PBS, la televisión pública estadounidense. Lo que la hacía tan interesante para los medios es que tenía dos madres en un momento, los años ochenta y los noventa, en que eso no era tan habitual. Y que su padre biológico, el donante de esperma que hizo posible su nacimiento, se enfrentó a sus dos madres en los tribunales para reclamar sus derechos sobre la niña.
El caso generó en su momento una enorme expectación, en la que se adivinaba cierto pánico por los cambios que estaban produciéndose en las familias. Russo-Young, que ahora tiene 39 años, de alguna manera ha estado preparándose toda la vida para contar esta historia. Ya de adolescente empezó a entrevistar a sus madres con una cámara doméstica delante. Ese material está también en Nuclear Family, la serie documental de tres capítulos que emite HBO y donde por fin ha podido exorcizar qué supuso para ella aquel enfrentamiento judicial. “Me pasé diez años yendo a terapia y no llegué a hablar de esto jamás. Lo que sí hice es ir a otro terapeuta antes de rodar la serie. Le dije: no quiero hablar de lo que me pasó, necesito hablar sobre cómo rodar esta historia”, explica la directora.
Lo que hizo fue entrevistar de nuevo tanto a sus madres como a los amigos de Tom, a quien en la familia se refieren siempre como “el donante de esperma”, recuperar los vídeos domésticos que rodaban cuando ella era niña, y en los que se ve a todos los integrantes del clan en perfecta armonía familiar antes de la gran ruptura, y utilizar actores para interpretar a su familia en algunas recreaciones. “La actriz que hacía de mí era adorable. Cuando la vi, supe que había encontrado a mi pequeña yo”, dice la cineasta. De hecho, para rodar la serie tuvo que hacer un esfuerzo de alienación y a menudo cuando hablaba con su equipo se refería a sí misma como personaje de la serie en tercera persona. “He hecho películas narrativas, de ficción, y tenía la estructura narrativa tradicional. Me daba cuenta de que yo era un personaje. Además, llamarme a mí misma Ry me servía para tomar distancia.
También tuvo mucho que ver con su decisión de rodarla el hecho de haberse convertido ella misma en madre. “Ahí fue cuando entendí el amor que tienes por tus hijos y que la idea de que te los puedan quitar es terrorífica”.
En el primer capítulo de la serie, cuenta cómo se enamoraron sus madres, Sandy Russo y Robin Young. Se acababan los setenta. Sandy, abogada de profesión, había estado casada dos veces y le sacaba 15 años a la joven Robin Young. No tardaron en emparejarse. Un día cayó en sus manos una especie de panfleto autoeditado que se vendía en las librerías LGTBQ con consejos para lesbianas que buscaban inseminarse. Lo hicieron, dice ahora su hija pequeña, a la vez de una manera “inocente” y muy calculada. Las familias así simplemente no existían. Buscaron donantes de esperma que fueran conocidos pero no muy cercanos a la familia, por si sus hijas en el futuro querían conocerlos. Pensaron también que deberían ser hombres gais, porque de esta manera serían más empáticos con su causa. Les costó muy poco quedarse embarazadas, primero a Sandy y después a Robin.
Con el esperma de un actor llamado Jack Cole tuvieron a Cade en 1980 y un año después, gracias a un donante llamado Tom Steel, un respetado abogado de San Francisco especializado en los derechos de los homosexuales, nació Ry. La estructura de la casa era muy tradicional. Sandy, a quien todo el mundo llama por su apellido, Russo, salía a trabajar. Robin se quedaba en casa a cuidar a las niñas. “La verdad es que para una niña de Nueva York tuve un hogar casi anticuado. Siempre había alguien en casa cuando volvía del colegio para ayudarme a hacer los deberes. No teníamos niñera”, reflexiona ahora la realizadora.
Durante los primeros años, la pareja se esforzó por involucrar a los donantes de esperma en la vida de sus hijas. Organizaban vacaciones en la playa a las que acudían Jack, Tom y el novio de este con su hijo. El padre biológico de Cade pronto se borró del mapa, debido en parte a sus problemas de alcoholismo. Pero Tom sentía cada vez más interés, pero solo por su hija biológica, no por su hermana. Quería pasar más tiempo con ella. A las madres eso les incomodaba, le pedían que prestase la misma atención a las dos niñas. “Ese fue uno de los desencadenantes. Era una gran falta de respeto por la familia que estábamos intentando crear. Cuando hay una adopción nadie piensa que la madre biológica sea necesariamente la madre de la criatura. Para los gais ese tipo de razonamiento tardó más en llegar. No estoy negando la biología, pero la biología no hace una familia”, dice ahora Russo-Young, una afirmación alambicada en un momento en que se discute si el derecho que creen tener algunos a reproducirse está por encima del de las mujeres que se utilizan como vasijas. “Es muy complejo. Y, por cierto, ese es un documental que me gustaría ver. Uno sobre una familia creada a través de gestación subrogada, desde cualquiera de los puntos de vista. Son retos fascinantes que nos surgen, ahora que la tecnología nos permite tener hijos de maneras complicadas”.
La insistencia por parte de Steel en llevarse a las niñas a una celebración familiar sin sus madres, para presentar a Ry como su hija, precipitó el desencuentro. Ante la negativa de las dos madres, decidió entonces llevar a juicio a Russo y a Young para probar su paternidad, mientras que la pareja de mujeres trató de probar lo contrario, que la biología no conforma una familia. Muchos notaron entonces la paradoja de que un abogado que luchaba por los derechos de las minorías se aprovechase de una ley patriarcal para afirmar su derecho sobre la niña. La propia cineasta inscribe su documental dentro de la oleada de relecturas de los noventa que hemos vivido en los últimos años, ya sea a través de Britney Spears o del caso Lewinsky. “Creemos que los noventa son muy recientes porque los hemos vivido, pero repasando todo el material me di cuenta de que los derechos de las personas LGTBQ apenas estaban empezando a entenderse. La homofobia era rampante”, denuncia.
En la docuserie, Russo-Young afronta las tensiones que esos cuatro años de batalla judicial cada vez más cruenta –Steel perdió en primera instancia pero ganó la apelación– hicieron aflorar tanto en ella, que pasó después por una adolescencia complicada, con problemas de drogadicción y trastornos alimentarios, como en su hermana, que se sintió rechazada.
“Sigo sin saber si todo eso que me pasó fue porque era una adolescente normal y todos los adolescentes pasan por eso o fue todo una consecuencia del juicio. Trato de mantener la respuesta abierta”, dice. Puesto que todo eso sucedía además en público y con unos medios muy interesados en esa familia de lesbianas neoyorquinas de clase media alta, las niñas sentían además la presión de ser modélicas, de representar la idea de la perfecta familia queer. “Mi hermana sintió mucho esa presión, pensaba que tenía que ser hetero, para no confirmar la idea que se tenía entonces de que dos progenitores solo podían tener hijos gais, y que eso era lo peor. Yo no quería saber nada de todo esto. Iba a los talk shows, daba entrevistas porque estaba orgullosa de ser hija de lesbianas pero a la vez en mi vida diaria no quería hablar de esto”, explica.
En el tercer capítulo se revela que Steel estaba enfermo de sida y eso pudo estar detrás de su deseo de pasar más tiempo con Ry. Antes de que él falleciese, ambos hablaron por teléfono. Ella le dijo que, a pesar de estar muriéndose, no le perdonaba lo que había hecho pasar a su familia. Dicen sus amigos que él quedó en paz, porque quería expresarle sus sentimientos, y murió muy poco después.
Para la cineasta, rodar Nuclear Family no marca el final de esta historia. Ahora se plantea volver a contar la historia, pero en formato de ficción y desde la perspectiva de los adultos.