Comilonas, por Eva Hache
«Hay que pensar que todo es saludable. El ‘foie’ es la mayor fuente de vitamina B, pero no rebañes toda la fuente con el pan»
Os veo venir. Falta un mes y ya veo por dónde vais. Sabéis que tenéis por delante la cena de empresa, la de Nochebuena, la comida de Navidad, las de Nochevieja y Año Nuevo, la de Reyes, un par de reuniones con amigos que solo veis en diciembre (que no van a ser en las bibliotecas) y vais a salir unas cuantas vísperas, aunque no precisamente a tomar té verde. Sé que estáis todos pensando: «Si me quito ahora unos kilitos, me podré poner como el Kiko sin remordimientos». Por supuesto que sí. Y después de dos o tres años, o eres una gran bola o tendrás que ponerte en manos de un peletero porque te...
Os veo venir. Falta un mes y ya veo por dónde vais. Sabéis que tenéis por delante la cena de empresa, la de Nochebuena, la comida de Navidad, las de Nochevieja y Año Nuevo, la de Reyes, un par de reuniones con amigos que solo veis en diciembre (que no van a ser en las bibliotecas) y vais a salir unas cuantas vísperas, aunque no precisamente a tomar té verde. Sé que estáis todos pensando: «Si me quito ahora unos kilitos, me podré poner como el Kiko sin remordimientos». Por supuesto que sí. Y después de dos o tres años, o eres una gran bola o tendrás que ponerte en manos de un peletero porque te sobra más pellejo que a un shar pei.
Debe de ser que somos muy romanos, que hemos heredado la pasión por los grandes banquetes. Entonces, llevémoslo al límite sin miedo: ¡Vomitemos para comer más! ¡Más jabalíes al fuego! ¡Hagamos de Le grande bouffe un aperitivín!
No. Por ahí, no. No debes fijarte en el emperador Vitelio, quien incorporó en la mesa la pluma de pavo real para regurgitar. Obélix no es un buen ejemplo, fíjate en Gerard Depardieu. Jamás podrás emular a Julio César invitando a 260.000 colegas a comer liebres con ubres de cerda ni terneras rellenas de morcilla. No deseas comer hasta morir, te lo digo yo. Te lo digo yo y te lo diría el Kiko, que todavía resuenan sus «ayes» por los pasillos del hospital al que lo llevaron después de la panzada de gambas que se metió entre pecho y espalda.
Comed bien, por el amor de los dioses. Porque, por otro lado, no me creo el concepto comilona light. Si hay que comer, se come. Si luego hay que hacer algo de ejercicio, se hace. Pero no me sustituyas alimentos buenos por papillas para adultos o por guarradas químicas saciantes, hazme el favor.
Que sí, que sabemos que nos vamos a poner finústicos pero, mira, la Asociación de Endocrinología y Nutrición dice que cogeremos tres kilos, nada más. Vale que yo y otra a lo mejor no engordamos y a ti te tocan nueve, vaya mala suerte.
No hay que ser negativo. Al contrario, hay que pensar que casi todo es saludable. El foie es la mayor fuente de vitamina B de la naturaleza, pero no rebañes toda la fuente con pan. El salmón es riquísimo en omega 3 y el marisco es un poderoso antioxidante, no los sumerjas en una piscina de mayonesa. El pavo tiene un poder desintoxicante que, si no te has bebido el Guadiana, neutraliza la resaca. Mucho mejor rellenarlo de castañas que de panceta y nata, por cierto. El caviar proporciona mucha vitamina D. Bueno, que te dé el sol, también. El turrón está lleno de frutos secos, grasas insaturadas, de las ricas, pero recuerda que a mediados de enero ha de sobrar, ahí con las peladillas repegadas, es tradición.
Y si no puedes controlarte, reza mucho. O lleva a tus fiestas a una prima ayurvédica que diga (Pedro Reyes dixit): «Vamos a darnos las manos, que adelgaza». También puedes dejar que se te caliente el morro con los vinos y los cavas y comer sin control y luego llorar, que dicen que quema calorías. Pero llora a lo bestia, porque para que queme queme debes llorar mínimo una semana. Si no, no se nota. O reniega de las madres y elimina esos «si no comes mucho no serás fuerte», «a ver quién acaba antes» o «ese de ahí se lo ha comido todo y tú no». Si os empeñáis en cebaros, algún día, otro glotón como vosotros os comerá por Navidad.